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Portada
Frase
Lovino di Bisanzio
Como nieve cayendo lentamente, cubriendo hasta el último espacio de un blanquecino bálsamo de tranquilidad. Poco a poco iba sintiendo el peso de los copos acumulándose en sus hombros y apoyados a su espalda, socavando sus metas y todo su alrededor. Una tumba congelada donde el blanco era paulatinamente reemplazado por el negro de las sombras y del agujero en el que caía.
Realmente odiaba los días fríos que le recordaban malas épocas de antaño, las noches de penumbra que helaban las venas.
—…y para él —su voz se detuvo en bajada. Hubo un momento de silencio, muy ínfimo y casi imperceptible para cualquier salvo él. Asemejaba casi un pequeño respiro de descanso, predecesor a todo lo que llegara a acaecer de ahora en adelante. Una pequeña adición a su vida que veía prometedor cómo todo a su alrededor podría cambiar. Un capricho también, como muchos ya habían acotado al verlo comportarse de esa forma, estimando sin equivocación que era una forma bastante simple y directa de molestar a quienes estaban a cargo.
Sonrió, una muestra socarrona y divertida. Su atención ahora se redirigió de la muchacha que esperaba paciente el pedido a el hombre que se le había unido hace un buen par de días atrás, tras una curiosa primera reunión. —Lo que él desee beber —detalle que la camarera no pasó por alto, pestañeando dos veces antes de asentir. Lovino di Bisanzio, el hombre que siempre escogía lo peor para sus invitados obligatorios apropósito. Cada reunión, cada junta bajo su manga. Siempre pedía investigando con antelación las combinaciones más excéntricas y hasta asquerosas del menú. Esta vez, daba el victo bueno a una cena relativamente normal. Pequeña, pero toda una hazaña que trajese a alguien a su local de preferencia por las buenas.
No había apartado los ojos de él en ningún momento. Casi como embalsamado por su presencia, empujó hacia Antonio uno de los mojitos que les había invitado la casa nada más llegar e identificar al italiano. —Y bien, bastardo, ¿qué te parece el lugar? ¿es lo que esperabas? —dio un trago, negando con la cabeza adelantándose a alguna posible respuesta—. Antes de que digas nada, te aconsejo que cuides tus palabras.
Una pequeña advertencia pasivo-agresiva. Al fin y al cabo, seguía siendo un lugar especial para él y era bastante arisco a compartir sus cosas más aún si iba a recibir rechazo tras abrirse un poco.
Estaban en el segundo piso del local, en un espacio apartado de todos los demás. Solos en una mesa con un mantel largo y elegante y distintos adornos en dorado. En las mesas que los rodeaban un par de hombres que siempre resguardaban a Lovino, pero que mantenían la distancia con tal de dejarlos a solas. Habían acudido con la promesa de que le mostraría el lugar donde solía mantener sus reuniones más importantes y donde también podría ver a miembros de otras mafias y comerciantes del bajo mundo. No había podido quitarle los ojos de encima porque quería ver bien su reacción y grabarla en su cabeza, un mero antojo. Inspirado en los americanos años 20, en lugar estaba decorado a tradición y las presentaciones en el escenario principal de la primera planta (de la cual tenían una vista privilegiada desde allí) mantenían siempre el ritmo del charlestón, alternando de vez en cuando con algún jazzista que buscaba hacerse famoso. Era quizás lo poco de música y baile que más disfrutaba sin ser de su tierra natal, pero todo había que decirse, el lugar era casi mágico y conservaba a la perfección su encanto.
Realmente odiaba los días fríos que le recordaban malas épocas de antaño, las noches de penumbra que helaban las venas.
—…y para él —su voz se detuvo en bajada. Hubo un momento de silencio, muy ínfimo y casi imperceptible para cualquier salvo él. Asemejaba casi un pequeño respiro de descanso, predecesor a todo lo que llegara a acaecer de ahora en adelante. Una pequeña adición a su vida que veía prometedor cómo todo a su alrededor podría cambiar. Un capricho también, como muchos ya habían acotado al verlo comportarse de esa forma, estimando sin equivocación que era una forma bastante simple y directa de molestar a quienes estaban a cargo.
Sonrió, una muestra socarrona y divertida. Su atención ahora se redirigió de la muchacha que esperaba paciente el pedido a el hombre que se le había unido hace un buen par de días atrás, tras una curiosa primera reunión. —Lo que él desee beber —detalle que la camarera no pasó por alto, pestañeando dos veces antes de asentir. Lovino di Bisanzio, el hombre que siempre escogía lo peor para sus invitados obligatorios apropósito. Cada reunión, cada junta bajo su manga. Siempre pedía investigando con antelación las combinaciones más excéntricas y hasta asquerosas del menú. Esta vez, daba el victo bueno a una cena relativamente normal. Pequeña, pero toda una hazaña que trajese a alguien a su local de preferencia por las buenas.
No había apartado los ojos de él en ningún momento. Casi como embalsamado por su presencia, empujó hacia Antonio uno de los mojitos que les había invitado la casa nada más llegar e identificar al italiano. —Y bien, bastardo, ¿qué te parece el lugar? ¿es lo que esperabas? —dio un trago, negando con la cabeza adelantándose a alguna posible respuesta—. Antes de que digas nada, te aconsejo que cuides tus palabras.
Una pequeña advertencia pasivo-agresiva. Al fin y al cabo, seguía siendo un lugar especial para él y era bastante arisco a compartir sus cosas más aún si iba a recibir rechazo tras abrirse un poco.
Estaban en el segundo piso del local, en un espacio apartado de todos los demás. Solos en una mesa con un mantel largo y elegante y distintos adornos en dorado. En las mesas que los rodeaban un par de hombres que siempre resguardaban a Lovino, pero que mantenían la distancia con tal de dejarlos a solas. Habían acudido con la promesa de que le mostraría el lugar donde solía mantener sus reuniones más importantes y donde también podría ver a miembros de otras mafias y comerciantes del bajo mundo. No había podido quitarle los ojos de encima porque quería ver bien su reacción y grabarla en su cabeza, un mero antojo. Inspirado en los americanos años 20, en lugar estaba decorado a tradición y las presentaciones en el escenario principal de la primera planta (de la cual tenían una vista privilegiada desde allí) mantenían siempre el ritmo del charlestón, alternando de vez en cuando con algún jazzista que buscaba hacerse famoso. Era quizás lo poco de música y baile que más disfrutaba sin ser de su tierra natal, pero todo había que decirse, el lugar era casi mágico y conservaba a la perfección su encanto.
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Antonio De Vivar
La situación en la que se encontraba actualmente era, en pocas palabras, hilarante. Lo natural sería sentirse aterrado por dar un paso en falso, el peligro estaba a la vuelta de la esquina, listo para desatarse ante cualquier cambio en la atmosfera o por el repentino deseo de alguno de los sujetos que concurrían aquel establecimiento, su acompañante siendo el principal posible perpetuador. Pero él estaba tranquilo, sonriendo mesuradamente mientras tamborilea los dedos sobre la superficie de la mesada, y recorriendo con la vista todo el lugar.
Pulcro, confortable, meticuloso… Apenas se podía dar esas primerizas opiniones del recinto y sus integrantes. Siempre tuvo entre sus largas listas de quejas de su persona el poseer una precaria memoria, y ahora, valiéndose de su nula capacidad de retención, hacía un extenso registro de todo lo visto y escuchado ahí. Cuánto desearía poder sacar su cámara para ahorrarse futuras imprecisiones y lagunas de los hechos, pero no era una opción viable, su sorpresiva apacibilidad no podía cegarlo ante los hechos de que varios hombres de los que acompañaban a Lovino, y los mismos miembros del personal del local, habían tomado a mal sus miradas exhaustivas a todo y todos, y que más de uno, a la defensiva como estaban, no dudaría en cuidarse las espaldas y atentar contra él de alguna forma.
Por lo que se encontraba ahí, preparado para escribir, en cuanto obtuviera privacidad, un detallado relato de lo vivido. Cosa que nuevamente sospechaba saldría mal, otra de sus carencias estaba en escribir; una imagen vale más que mil palabras, bendita sea la persona que dijo aquello. Tan así era de real, que aunque no escuchó nada de lo que se decía a su alrededor en los escasos minutos que se dedicó a perderse en su mente, supo identificar lo que ocurría en este momento con las dos personas a su lado. La chica, lo miraba atenta y en espera de algo, no habría que ser muy listo para averiguar que precisaba dijera la bebida que iba a tomar aquella noche. Lovino, por otra parte, estaba satisfecho cual fuera la orden que haya dado, y parecía también que esperaba alguna clase de secreta retribución de su parte, quizá un halago por una decisión bien tomada. Nunca lo sabría, no puso atención.
– Lo que sea está bien. –Respondió simplemente. Naturalmente la chica no esperaba eso, así que, amplió su sonrisa. La situación ameritaba que hoy fuera amable–. Puedes darme la recomendación de la casa, lo que sea que más se pida aquí… –Dio una furtiva mirada a la persona que compartía su mesa–. O lo que le sirvas a sus acompañantes. Estaré conforme con lo que elijas para mí ¿vale?, gracias.
No se tomó el tiempo para mirar cuándo la camarera se retiró, o si Lovino agregó algo más, desde el balcón se apreciaba lo que pasaba en el piso de abajo, algo verdaderamente interesante, estaba casi seguro que aquella mujer que acompañaba a dos potenciales criminales agregaba algo en la bebida del de mayor edad entre el grupo. No queriendo apartar la mirada, pero temiendo ser encontrado husmeando, retomó la atención a su amable compañero de tragos en esa velada. Lo miraba con intensidad.
Analizándolo y con algo especial en su expresión, un sentimiento que no quería descifrar en este momento, bastante descolocado lo tenía ya la repentina invitación y la impredecible actitud de Lovino Vargas. No era miedo, ese hombre le inspiraba varias emociones, pero no miedo. A tiempo regresó su atención a él, justo en ese momento en que volvió a conectar sus miradas Lovino empezó con su interacción, primero acercándole el trago de cortesía, y después con aquella sutil advertencia en medio de la pregunta.
No le tenía miedo, pero era realista. Estaba en forma, había salido bien librado de bastantes pleitos a lo largo de su adolescencia y juventud. Defenderse a puño limpio era un escenario favorable, pero seguramente todos aquí estarían armados hasta los dientes, y él poseía solamente una navaja pequeña, que era más como un accesorio que un arma. Enfadar a Lovino no terminaría bien en ninguna forma, pero estúpidamente tenía la certeza de que casi nada de lo que hiciera podría enfadarlo de verdad. Una certeza irracional y salida desde lo profundo de sus instintos atrofiados. Los ojos de Lovino observándolo con dureza no daban una alerta roja que indicara que era momento de mostrar una entera sumisión, no parecían querer su total obediencia o que se desviviera para complacerlo. Al contrario, parecían fascinados por la espera de una reacción completamente nueva e impredecible. Tanto como él lo estaba del italiano.
– Sé comportarme, Lovi. –Acotó su nombre, jugando nuevamente con su suerte–. El lugar me parece una perfecta fachada para lo que sea que se haga aquí. –Comenzó– Aparentemente todo en orden, bastante agradable si somos sinceros. Pero no hay que ser muy listo para saber que algo anda muy mal. –Se cercioró si su acompañante seguía su relato, y cuando tuvo la certeza de que sí, prosiguió–. Pero ante lo evidente, ¿quién, fuera de este “mundo”, se atrevería a decirlo a viva voz y lidiar después con las consecuencias? Quizá ese sea su principal camuflaje… el mutuo acuerdo de fingir demencia.
Jugueteó un poco con los hielos en su bebida, moviéndolos y disfrutando de cómo se hundían un poco, para después volver disparados a la superficie. Y al igual que los hielos, un pensamiento salió a flote.
– Encajas aquí. –Dijo dirigiéndose al otro, disfrutando de nueva cuenta de dos expectantes orbes atentos a lo siguiente–. Aparentemente todo está en orden, y además es obvio que algo no está bien. Pero nadie se atrevería a asegurarlo abiertamente, ni siquiera lo dejarías, ¿verdad, Lovino?
Sonrió como un idiota, divertido por sus propias palabras como si fueran un chiste maravilloso y no unos comentarios bastante directos. Quién sabe lo que ocurriría luego de su perorata, aquella última línea ya no la había pensado. Quizá debería empezar a dejar de confiar tan ciegamente de su suerte con este enigmático nuevo amigo.
Pulcro, confortable, meticuloso… Apenas se podía dar esas primerizas opiniones del recinto y sus integrantes. Siempre tuvo entre sus largas listas de quejas de su persona el poseer una precaria memoria, y ahora, valiéndose de su nula capacidad de retención, hacía un extenso registro de todo lo visto y escuchado ahí. Cuánto desearía poder sacar su cámara para ahorrarse futuras imprecisiones y lagunas de los hechos, pero no era una opción viable, su sorpresiva apacibilidad no podía cegarlo ante los hechos de que varios hombres de los que acompañaban a Lovino, y los mismos miembros del personal del local, habían tomado a mal sus miradas exhaustivas a todo y todos, y que más de uno, a la defensiva como estaban, no dudaría en cuidarse las espaldas y atentar contra él de alguna forma.
Por lo que se encontraba ahí, preparado para escribir, en cuanto obtuviera privacidad, un detallado relato de lo vivido. Cosa que nuevamente sospechaba saldría mal, otra de sus carencias estaba en escribir; una imagen vale más que mil palabras, bendita sea la persona que dijo aquello. Tan así era de real, que aunque no escuchó nada de lo que se decía a su alrededor en los escasos minutos que se dedicó a perderse en su mente, supo identificar lo que ocurría en este momento con las dos personas a su lado. La chica, lo miraba atenta y en espera de algo, no habría que ser muy listo para averiguar que precisaba dijera la bebida que iba a tomar aquella noche. Lovino, por otra parte, estaba satisfecho cual fuera la orden que haya dado, y parecía también que esperaba alguna clase de secreta retribución de su parte, quizá un halago por una decisión bien tomada. Nunca lo sabría, no puso atención.
– Lo que sea está bien. –Respondió simplemente. Naturalmente la chica no esperaba eso, así que, amplió su sonrisa. La situación ameritaba que hoy fuera amable–. Puedes darme la recomendación de la casa, lo que sea que más se pida aquí… –Dio una furtiva mirada a la persona que compartía su mesa–. O lo que le sirvas a sus acompañantes. Estaré conforme con lo que elijas para mí ¿vale?, gracias.
No se tomó el tiempo para mirar cuándo la camarera se retiró, o si Lovino agregó algo más, desde el balcón se apreciaba lo que pasaba en el piso de abajo, algo verdaderamente interesante, estaba casi seguro que aquella mujer que acompañaba a dos potenciales criminales agregaba algo en la bebida del de mayor edad entre el grupo. No queriendo apartar la mirada, pero temiendo ser encontrado husmeando, retomó la atención a su amable compañero de tragos en esa velada. Lo miraba con intensidad.
Analizándolo y con algo especial en su expresión, un sentimiento que no quería descifrar en este momento, bastante descolocado lo tenía ya la repentina invitación y la impredecible actitud de Lovino Vargas. No era miedo, ese hombre le inspiraba varias emociones, pero no miedo. A tiempo regresó su atención a él, justo en ese momento en que volvió a conectar sus miradas Lovino empezó con su interacción, primero acercándole el trago de cortesía, y después con aquella sutil advertencia en medio de la pregunta.
No le tenía miedo, pero era realista. Estaba en forma, había salido bien librado de bastantes pleitos a lo largo de su adolescencia y juventud. Defenderse a puño limpio era un escenario favorable, pero seguramente todos aquí estarían armados hasta los dientes, y él poseía solamente una navaja pequeña, que era más como un accesorio que un arma. Enfadar a Lovino no terminaría bien en ninguna forma, pero estúpidamente tenía la certeza de que casi nada de lo que hiciera podría enfadarlo de verdad. Una certeza irracional y salida desde lo profundo de sus instintos atrofiados. Los ojos de Lovino observándolo con dureza no daban una alerta roja que indicara que era momento de mostrar una entera sumisión, no parecían querer su total obediencia o que se desviviera para complacerlo. Al contrario, parecían fascinados por la espera de una reacción completamente nueva e impredecible. Tanto como él lo estaba del italiano.
– Sé comportarme, Lovi. –Acotó su nombre, jugando nuevamente con su suerte–. El lugar me parece una perfecta fachada para lo que sea que se haga aquí. –Comenzó– Aparentemente todo en orden, bastante agradable si somos sinceros. Pero no hay que ser muy listo para saber que algo anda muy mal. –Se cercioró si su acompañante seguía su relato, y cuando tuvo la certeza de que sí, prosiguió–. Pero ante lo evidente, ¿quién, fuera de este “mundo”, se atrevería a decirlo a viva voz y lidiar después con las consecuencias? Quizá ese sea su principal camuflaje… el mutuo acuerdo de fingir demencia.
Jugueteó un poco con los hielos en su bebida, moviéndolos y disfrutando de cómo se hundían un poco, para después volver disparados a la superficie. Y al igual que los hielos, un pensamiento salió a flote.
– Encajas aquí. –Dijo dirigiéndose al otro, disfrutando de nueva cuenta de dos expectantes orbes atentos a lo siguiente–. Aparentemente todo está en orden, y además es obvio que algo no está bien. Pero nadie se atrevería a asegurarlo abiertamente, ni siquiera lo dejarías, ¿verdad, Lovino?
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Lun Sep 13, 2021 10:54 pm por Micul Bucarest
» <Vampire Supremacy> [0/2]+[Varios]
Jue Sep 09, 2021 1:31 am por Ferid Bathory
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