There is something more to do, right? [Amarïe & Ikki]

«¿Qué mejor lugar que una clase de secundaria, más concretamente un pabellón, para pasar un martes por la mañana?» me dije, algo irónicamente. Solía estar completamente ilusionado con todos y cada uno de los aspectos de mi trabajo, por muy sacrificado que pudiera parecer aguantar a una panda de borregos hormonados que, en la comparación con los universitarios interesados en su futuro, no veían impedimentos a la hora de hacer el mono en clase. Aun así, cada lugar, desde mi experiencia —que tampoco era la mayor del mundo—, tenía algo que ofrecer y una perspectiva nueva que brindar para aprender de ella y mejorar en lo mío. Y hubiera mantenido un ánimo tan risueño y encantador de no ser porque una de las tantas pelotas que los chavales se habían empecinado en coger del cuarto del material había acabado en mi muñeca. El suelo azul, con las líneas de un campo de fútbol sala dibujadas, parecía estar tan limpio y resplandeciente que reflejaba mi sonrisa de dientes apretados y de la cual se escapaba un suave aire macabro.

— ¿Cuál ha sido el pie que le ha dado? —pregunté, cerrando los ojos más de lo normal, costumbre mía cuando me enfadaba o molestaba con algo—. No le voy a hacer nada, podéis estar tranquilos… —Y la comisura de mis labios creció con suavidad hasta cubrir una mayor parte de la cara.

Tuvo que pasar cerca de un tercio de minuto hasta que, entre golpes y empujones, una muchacha salió de entre la multitud y levantó la mano, algo avergonzada. «¿Es ella de verdad o simplemente la han obligado a comerse el marrón…?» pensé, sin saber muy bien qué hacer, hasta que una suave chispa llegó a mi cabeza.

— No hay nada más asqueroso que una piara de traidores como vosotros, ¿sabéis? —comenté esgrimiendo una mueca repleta de sorna que bien sabía que a ellos les sacaba de sus casillas—. ¿Qué os dije de sacar la pelota de fútbol cuando vamos a aprender a jugar baloncesto…? —Escuché un golpe de fondo y un balón naranja rebotó contra la pared con fuerza, dejando atrás a un chaval que cojeaba de una forma realmente graciosa—. ¡Y no le metáis patadas a los balones de baloncesto, coñ…! —Cerré la boca de improviso, suspirando para no dejar salir ninguna palabra malsonante. En la escuela tenían una política algo rígida respecto a la educación y al correcto lenguaje, así que tendría que comportarme en público, más con unos alumnos tan capullos como aquellos. Miré mi reloj y luego me fijé en aquellos pocos chiquillos que se estaban dedicando a lo que en primer lugar les había pedido que hicieran, arrancándome una sonrisa mientras me llevaba el silbato a la boca con la mano buena; la otra seguía bastante dolorida y algo me decía que en una media hora tendría alguna marca que diese fe del golpe—. Tenéis suerte por esta vez… Son y media, así que hacedme el favor de meter todo lo que hayáis cogido en el cuarto.

Mientras se dispersaban y recogían la absurda —quizás el adjetivo se quedaba corto— cantidad de pelotas que habían sacado, yo tomé un pequeño papel doblado del chándal y lo desplegué, buscando una hora y día concretos que coincidían con el presente. Escruté el calendario con unos ojos afilados y terminé llegando a donde quería:

— Chicos, aula C3. Segundo piso para los despistados… —No es que lo supiera, pero el papel lo decía. Ellos, al fin y al cabo, llevaban como mínimo más tiempo que yo en aquel centro, así que no los podría guiar aun si me lo proponía—. Estáis de suerte, tenéis a una encantadora mujer que ha venido a daros una charla —Sonreí. No conocía a la mujer, pero así quedaría bien, ¿no?

Los dejé marcharse de forma ordenada mientras yo terminaba de cerrar el cuarto con llave y me frotaba la muñeca, enfriándola un poco con el metal de la caja de botiquín mientras sacaba unas vendas y me las enrollaba con cuidado de no dejarme en peor estado del que empecé. Mis alumnos ya sabían cuál era mi condición y seguramente se hubieran ido extrañados de verme tan entero, pero no les parecería raro verme entrar con aquella cura nueva. Suspiré, cerrando a cal y canto el pabellón tras echar un último vistazo y dirigirme a aquel aula que ya les había dicho a los muchachos, entrando por la puerta del fondo y poniendo orden como buenamente pude.

— Más os vale sentaros si no queréis que demos atletismo lo que queda de año —Y hubo un silencio sepulcral que solo fue cortado por mi risa y una veintena de culos tocando asientos y hablando en un volumen moderado con sus compañeros—. Dios mío… —susurré, sentándome en una esquina y cruzando las piernas. El chándal negro era cómodo y elástico, excepto la corta cremallera, y la chaqueta del mismo color daba un poco de calor pero vendría bien tenerla puesta para lo que se venía—. ¡Y por Dios, abrid las ventanas que oléis a zorruno!

Había sido invitada a dar una charla en un instituto, no solía ir demasiado a los institutos por que los chicos no solían tomarla enserio, prefería ir a una universidad o algo parecido, pero no le quedaba más remedio que ir una vez que ya habían aceptado. De vez en cuando podía hacer el esfuerzo de intentar que los chicos más jóvenes entendiesen la pasión por las artes, además, seguramente alguno de ellos se estuviese debatiendo entre si merecía la pena o no estudiarlas o esforzarse en ello. Su respuesta al respecto siempre era que si, pero entendía que muchas veces era complicado. Ser artista era complicado y más si la gente a tu alrededor en vez de apoyarte te hunde en la miseria.

Se arreglo aquel día para salir de su hogar, le había dejado el desayuno listo a su padre para cuando se despertase. Se dió una ducha recogió algunas cosas y tras vestirse salió de casa para dirigirse hacía el lugar donde tenía que dar aquella conferencia. Aunque no estaba segura de si podía llamarse conferencia lo que iba a hacer, más bien charlaría con unos cuantos alumnos e intentaría ver cuales eran sus sueños y aspiraciones y darles un poco de aliento, un aliento que seguramente sus padres no les daban o peor aún, un aliento que sus seres queridos les pisoteaban y les destrozaban. Nunca entendería el afán de los padres de romper los sueños de sus hijos.

Pensar en eso le hizo sentir un dolor punzante en la espalda, en aquellas cicatrices que aún asomaban, después de todo sus preciosas alas habían sido arrancadas y aún se preguntaba si no había forma de recuperarlas. Pero por el momento se concentraría en lo que tenía que hacer en ese día. Según llego al instituto se presentó ante el director y le indico donde tenía que ir para llevar a cabo la charla. Le aviso de que los chicos habían terminado de tener educación física y eso hizo que la mujer suspirase un poco. Normalmente después de esa clase estaban completamente revolucionados y estaba segura de que sería complicado llamar la atención. Sobretodo por que bueno, estarían demasiado exaltados como para querer escuchar a una persona hablando de arte y música.

Subió tranquilamente por las escaleras dejando que sus zapatos de tacón resonasen suavemente hasta llegar frente a la puerta y llamar suavemente antes de abrir. — Buenos días, mi nombre es Amarïe y hoy seré la encargada de dar esta charla — le dedico una sonrisa al profesor encargado de la clase y después a los alumnos mientras entraba y dejaba un par de cosas sobre la mesa. Había traído algunas muestras de sus cuadros, una libreta, carboncillo, lapices y una presentación para ponérsela a los chicos. Aunque si podía evitar poner la presentación mejor, normalmente prefería hablar con ellos antes de tener que ponerles una presentación aburrida con la que terminaban más dormidos que interesados en el tema.

— Estoy segura de que más de uno esta pensando que va a ser un aburrimiento y puede que para alguno lo sea, pero intentemos pasar un rato divertido ¿vale? bien ¿que es para vosotros el arte? — se colocó delante de la mesa del profesor apoyando un poco el culete en el pico de la mesa y esperando las respuestas mientras su precioso vestido y su pelo ligeramente recogido se mecían con el viento que entraba por las ventanas abiertas. Esperaría las respuestas de los chicos para después continuar con aquella "clase especial" desde luego parecía que estaban algunos de ellos emocionados, otros aburridos y otros que preferían mirar las musarañas antes de prestarle atención. Bueno, normalmente era así para los alumnos de instituto pero tampoco se iba a ofender por ello.

Una muchacha de grises cabellos no tardó en aparecer desde el otro lado de la puerta, aprovechando un momentáneo silencio que seguramente no hubiera tardado en derrumbarse, conociendo cómo eran los adolescentes. Los tacones chocaban contra el suelo de losa y el equipaje que portaba —suponía que para realizar la charla— se iba tambaleando con cada vaivén de sus pasos, haciendo coro mis gotas de saliva sobre el suelo. No de forma literal —esperaba, ya que me hubiera dejado en muy mal lugar frente a mis alumnos—, pero sí que se me notaba algo embobado con la presencia de aquella mujer que se mostraba tan digna y a la vez tan encantadora con su mera presencia. Aunque tampoco es que yo fuera la excepción; más de la mitad, por no decir la totalidad, de los chavales que estaban en mi clase enmudecieron por completo y se pusieron rectos en la silla. «Ahora de golpe les preocupa su columna vertebral, eh…» pensé, tratando de desviar mi mente de pensamientos impuros o de desconcentrarme. «¡Ikki, joder, eres un profesor, así que compórtate como tal!» me reproché para mis adentros mientras le sonreía a la mujer de vuelta, que empezó a disponer sus pertenencias por toda la mesa para estar más cómoda.

«Así que Amary, eh...?» escribí en mi mente, seguramente de forma incorrecta, aunque tampoco es que mi nombre fuera el más fácil de deletrear para alguien ajeno al oriente profundo. Pegué un suave pisotón hacia una mesa de chiquillas a mi lado que charlaban como cotorras, teniendo la poca decencia de hasta señalar a la mujer de forma abierta, que supieron captar la indirecta bastante directa y cerrar el piquito. Por suerte, los chicos no parecían estar dispuestos a hablar más, así que no tendría ningún problema en ese aspecto, mientras que las muchachas la miraban con ojos celosos y algo reticentes a relacionarse con ella.

Finalmente, la encargada de la charla terminó por ordenar todo lo que llevaba encima —que no era poco— y se giró hacia la clase, momento en el que pude distinguir sus orejas y fijarme en lo puntiagudas que eran; quizás algo propio de Bucarest. Desde luego, donde yo residía no existía nadie por el estilo, aunque tampoco podía borrar la posibilidad de que fuera alguna forma de modelaje del cuerpo propio, ya que no parecían muy humanas… Aun así, su perfecto y blanco cutis resaltaba en la clase, decorado por las finas facciones de una aparentemente frágil mujer y unos suaves movimientos que la hacían fluir con el compás del segundero de mi reloj. Desde luego era una persona llamativa, mucho más que cualquier alumno de aquel grupo que tenía. Entonces se apresuró a romper el silencio con un tono suave que iba directo al grano, sin más prolegómenos, haciendo una pregunta que rozaba más el nivel de la filosofía que el del pensamiento que podía tener un chaval de aquella edad. Aun así, algunas pupilas brillaron y supe que tenían una opinión que se moría por salir a la luz pero que estaba encarcelada en vergüenza, así que rompería yo mismo el hielo:

— ¿Puede ser la forma de transportar lo que uno siente a algo que puede plasmar? —Se me había venido a la cabeza las ideas de Wolfgang, donde el arte era aquel que mediaba al humano con lo que no podía expresar de ninguna otra forma podría—. ¿Escribir sentimientos o sensaciones? —dije en un tono y gesto inseguro, tratando de mostrarme serio respecto al tema pero aportando cierta confianza al asunto; que los alumnos vieran que yo estaba tan perdido como ellos y que, si yo podía, ellos también podían quedarse atrás.

— Yo creo que es todo lo que hacemos, de una manera u otra… —comentó por lo bajito una muchacha de pecas y largo pelo rubio en la esquina, tratando de no mirar muy alto por si alguien estaba allí para comérsela.


— ¿La realidad a través de los ojos humanos? —Soltó un chico de un buen tamaño y un pelo corto, casi rapado, leyendo palabra por palabra la frase de un libro al que más de una vez le había podido echar el guante. Parecía algo más lanzado que la anterior, fijándose en los claros ojos de Amary, aunque no tardó en cortar aquella línea en cuanto desencadenó las risas de algunos de sus compañeros, que cuestionaban su respuesta tan ''friki''.

Tal y como imaginaba en chicos de su edad les costaba un poco arrancar, seguramente más por vergüenza que por cualquier otra cosa. Agradeció mentalmente al profesor por iniciar el con las respuesta a su pregunta. Sus chicos no tardaron mucho en comenzar a responder también y claro, tampoco tardaron en llegar las risas por parte de sus compañeros. Aunque algo que seguramente llamaría la atención de quien la estuviera viendo fijamente sería el ligerisimo movimiento de sus orejas cuando hablo aquella joven de forma tan bajita. Por suerte para la elfa su sentido del oído estaba más desarrollado que el de la media y la había escuchado perfectamente.

Sonrió a todos los que habían respondido — no hay respuestas equivocadas a esta pregunta, la única respuesta incorrecta a esta pregunta es el silencio — esperaba que de esa manera las risillas frenasen. — El arte tiene muchas formas, es cierto que todo cuanto hacemos es arte, incluso caminar, cocinar por ejemplo, un arte trabajoso y efímero que desaparece en minutos — intentaba animar al resto a que participasen en la clase, después de todo había acudido allí para apoyar a las mentes que deseaban dedicar su vida al noble trabajo del artista. Era complicado hacerse un nombre, era difícil trabajar de algo que hacían tus manos, pero cuando lo lograbas era algo realmente satisfactorio.

— Es cierto que muchas veces usamos nuestra forma de ver la vida y la realidad para crear nuestro arte, puede que alguien vea un bosque y simplemente vea eso, un conjunto de arboles, pero otro es capaz de sacar la esencia y la voz de cada una de las plantas que ve, el sonido claro de un riachuelo o el alma de un ciervo que corretea por la vereda — hablaba del arte como si fuera lo más hermoso del mundo y es que para ella lo era. El arte era lo más preciado que tenía en su vida y jamás dejaría de disfrutar de él, ocurriese lo que ocurriese. — Bien, ¿alguno de vosotros pinta, toca algún instrumento o le gustaría aprender? — ahora que tenía su atención mas o menos, solo tenía que continuar la charla esperando que no terminase decayendo.

— En mi caso, por ejemplo, mi arte principal es la pintura, pero se tocar el piano, el violín y también canto — después de todo su descendencia angelical era bastante fuerte en ella. Los genes de su padre como ángel que era le habían otorgado muchos dones celestiales tales como la música. Tal vez por ese motivo su otro padre odiaba completamente la idea de que se convirtiese en una artista. Pero bueno, no era momento de hablar de ese tema. Debía admitir que el profesor era atractivo y jovencito, tal vez podría implicarle un poquito más en la conversación para que sus alumnos no tuvieran miedo a responder — ¿que tal si empezamos por usted profesor? ¿realiza algún tipo de arte? y recuerde que hemos dicho que casi todo lo que hacemos se puede considerar arte — incluso dominar a una clase de tantos adolescentes alocados era un verdadero arte a tener en cuenta.

Espero a que el hombre respondiera y después lo hicieran sus alumnos, quería ver si alguno quería dedicarse al mundillo del arte, si alguno realmente disfrutaba con ello. Había visto el brillo en los ojos de alguno de ellos y sabía que eso solo podía significar una cosa. Por eso debía centrarse en que esas almas que buscaban liberarse a través de aquello que ella amaba pudieran hacerlo. Era curioso, quien le diría a ella que terminaría dando este tipo de charlas en institutos e incluso en universidades. Había dado más de una clase y era sorprendente teniendo en cuenta que tampoco era nadie importante por decirlo de alguna manera. Es cierto que poco a poco se iba ganando un nombre en el mundillo pero no era Picasso ni mucho menos.

La chica, en vista de las risas que había provocado una respuesta más elaborada de lo normal —maldita edad del pavo—, se limitó a aprovechar el carisma que Dios le había dado para acallar las voces. Se me escapó una ligera risa, que fallé en contener, al ver cómo tildaba de equivocados a todos aquellos que se habían callado para luego mofarse de la respuesta de otro, provocando que la mayoría se girasen a mirarme, momento en el que volví a ponerme recto e impuse un gesto serio en mi rostro.

Por las palabras que utilizaba, cargadas de poesía, no sabía si solo tenía un vocabulario realmente cargado y trataba de impresionarlos o era su forma de expresarse. «Bueno, los artistas tienen otra forma de ver el mundo, ¿no? me cuestioné, sabiendo que la forma que tendría yo de procesar un problema seguramente fuera muy distinta a la suya, y es que la gente que se dedicaba al arte veía otra dimensión más en cada pequeño detalle que rodeaba la vida de uno. O eso parecía ser en los libros, ya que no había tenido el placer de conocer a ninguno que no fuera más que un fraude o tuviera el ego más elevado que las nubes. Aun así, por el tono que utilizaba y la sonrisa que se trazaba en sus finos y rosados labios podía advertir que lo sentía de verdad y cada palabra que transmitía pasaba de su corazón a su boca sin procesar ni adulterar de forma alguna, algo que me provocó la misma reacción que tenía ella.

Y nuevamente, como lanzando una segunda piedra con la intención de que esta sí que rebotara varias veces contra el agua y no simplemente se hundiera sin dejar rastro, otra nueva pregunta apareció en el aire. Una que seguramente fuera más fácil de contestar para los muchachos, ya que no era filosofía sino hablar de ellos y de su impresionante ego de adolescentes. Una forma fácil, sutil y maravillosa de dar a conocer a la clase que hacían algo y se les daba bien y, ya de paso, quizás impresionar a alguien, ¿no? No tardaron en asomar unas cuantas manos mientras ella proseguía, dejando claro que no solo se le daba bien un campo; ahí fue cuando unas cuantas palmas descendieron. «¿Ahora les da vergüenza decir que solo pueden tocar un instrumento y no treinta…?» dije para mí mismo, enarcando una ceja mientras la miraba. Esperaba que no se lo tomase a mal, ya que mi gesto era calmado e incluso pecaba un poco de burlón, igual que antes, aunque la sonrisa se borró en cuanto me fue a preguntar.

— Ehm… — «Mierda, esta no me la he preparado…» lastimé, mientras mis ojos daban un par de vueltas y trataba de llegar a una respuesta que no me dejase demasiado mal—. Bueno, creo que los chicos estarán de acuerdo con que tiro unos triples de infarto en baloncesto… —Traté de escurrir el bulto con una sonrisa un poco doblada, pero el gentío respondió con risas y alguna queja acerca de mis técnicas en el deporte—. ¡Quien no esté de acuerdo que eche un partido conmigo luego! —Y las risas volvieron a estallar, silenciándose progresivamente al hacer yo un gesto y señalar con la palma abierta a la señorita, exigiendo educación—. Si nos vamos al arte más, bueno, entendible como arte… Por más que lo intento soy incapaz de tocar cualquier instrumento, así que soy un poco patán en ese aspecto, pero creo que se me da realmente bien el baile de salón. Al fin y al cabo, no suponen tanta carga para mi cuerpo… —Y me froté la muñeca mientras me volvían a increpar, nuevamente en tono de broma—. ¡Sí, sí! ¡No os lo creáis, ya os lo dirán los de último curso cuando me toque darles clase para el baile de fin de curso! —Se me escapó una sonrisa, ya que a veces yo pecaba de ser tan niño como ellos o incluso peor con mis amigos—. ¡Me van a hacer cola las chiquillas para que las haga brillar en la pista de baile, creedme! —Me empecé a reír y, cuando hubo terminado todo, el ambiente en aquel aula era bastante más relajado y familiar.

Amary fue dando el turno de palabra con un simple gesto a aquellos que volvieron a pedir el turno de palabra.

— Yo toco la batería desde hace un par de años…

— Yo soy el bajista de su grupo —añadió inmediatamente mientras le señalaba, aunque no hubiera tenido permiso.

— Y yo canto… —dijo de forma tímida un tercero.

— No veas las veces que tenemos que parar porque se le escapa un gallo —sumó el batería mientras se reía, pero ellos mismos se dejaron en claro que era broma y pudo proseguir la ronda.

— ¡Yo estoy estudiando gimnasia rítmica y ballet! — Y como ella, prosiguieron hasta media decena más, siempre empezando por el ''yo'' tan típico y demostrando que aquel lugar estaba lleno de sueños que, con suerte, no dejarían tirados en cuanto descubriesen otras aficiones de peor renombre.

Puede que se hubiese pasado un poquito diciendo todas las cosas que era capaz de hacer, pero simplemente quería darles un ejemplo de la cantidad de cosas que alguien podía llegar a hacer si realmente invertía tiempo y esfuerzo. Por suerte, el profesor tuvo el tino de hacer un par de bromas que pusieron a todos a reír nuevamente y lograron que se relajaran un poco y continuaran con la conversación. — Así que el baile de salón, tendrá que darme un par de clases a mi también profesor, no se me da del todo bien eso de bailar y eso que soy medio elfo — dejo salir una leve risita, después de todo los elfos se suponía que eran grandes bailarines.

Tras escuchar las palabras de todos Amarïe mostró una sonrisa encantadora, realmente disfrutaba cuando los chicos se implicaban tanto en algo. — Eso es maravilloso, me alegra saber que tantos jóvenes se interesan por el mundo de las artes. ¿Alguno de vosotros quiere dedicarse profesionalmente a ello o es solamente un hobby? — no había nada de malo si solamente lo usaban como un mero entretenimiento, pero la chica quería avisar a aquellos que quisieran luchar por su hueco en el mundo del arte de que era un lugar complicado. No era sencillo entrar en ese mundillo y tampoco mantenerse en él, hacerse un nombre dentro del mundo del arte era una autentica proeza. No pensaba desanimarlos por supuesto, pero si que quería avisarles de que tendrían que esforzarse y luchar por sus sueños.

Esperaría sus respuestas antes de volver a hablar — el mundo del arte es complicado, no es sencillo abrirse hueco en él pero eso no significa que sea imposible tampoco. Una cosa que tenéis que tener clara para toda vuestra vida en general es que nadie os va a regalar nada, si queréis algo debéis esforzaros por ello y luchar por conseguirlo — hablaba con una voz dulce y tranquila, no quería asustarlos ni mucho menos. Había acudido a su clase para animarlos a continuar con sus sueños y por supuesto si solamente les decía las cosas malas terminaría por provocar en ellos una desazón difícil de arreglar.

— Una vez que conseguís llegar aunque sea a una meta pequeña, la satisfacción que uno siente es tanta, que consigue renovar tus fuerzas por completo para continuar luchando. Aunque sea por ejemplo tocar en la fiesta de fin de curso o cantar en un concierto de clase — miro a los chicos que le habían dicho que tenían un grupo juntos — si os soy sincera me encantaría escucharos tocar algo, recuerdo la primera vez que me subí a un escenario, fue el día del cumpleaños de mi hermano mayor, le escribí una canción y la cante delante de todos, digamos que fue mi regalo de cumpleaños para él — sin embargo no era un recuerdo tan feliz como debería. Su padre se había mostrado tan indignado cuando la había escuchado cantar, él decía que aquello no era normal, que los elfos no debían cantar de esa forma y que tampoco tendrían que tener tanta capacidad artística. Fue una de las primeras veces que le puso la mano encima.

Ella pareció entonces lanzarse a la piscina, pidiéndome unas pocas clases de danza para mejorar en aquello que parecía ser —lo único— en lo que era algo peor. Podría haberme parado a pensar si era realmente una indirecta o simplemente un comentario gracioso que hacía para darle vidilla a la clase, en vista de la risa que se le escapó de sus finos y delicados labios, pero lo de ''elfo'' fue más llamativo incluso. Enarqué una ceja con suavidad, seguramente pudiéndose confundir el gesto con una reacción a su proposición, pero cuyo origen estaba en que no sabía con qué bromeaba. ¿Quizás se debía a las orejas que tenía y era una forma graciosa de referirse a sí misma? Era curioso que alguien se plantease así las diferencias que se marcaban de unos a otros, en tono de broma, aunque yo era el primero que no tenía tapujos a la hora de soltar una risotada tras un chascarrillo sobre mis huesos. Por otro lado, estaba bien documentada acerca de que la raza de los elfos estaba muy versada en la danza, aunque también en el resto de las artes escénicas y plásticas, algo que explicaría la mar de bien el talento que tenía para absolutamente todo. La gente allí afuera solía cojear de varios aspectos cuando nos referíamos al arte, especialmente porque aprender a tocar un instrumento a la perfección te drenaba toda una vida, pero ella parecía tener mucha confianza en sus dotes y su polivalencia. Suspiré, sonriente, mientras veía cómo la clase se iba animando.

Y, tras un rato de conversación, la mujer terminó por pinchar en hueso. O así habría sido si aquellos alumnos fueran más conscientes y no solo algunos chiquillos que vivían el día a día, ya que en cursos superiores el desenlace habría sido muy distinto. Los casi adultos se plantearían ''¿Dónde quiero estar el año que viene?'' y seguramente se deprimirían por pensar que no era un futuro estable ni seguro, pero los adolescentes se limitaban a decirse a sí mismos un ''¿Qué quiero ser de mayor, con cuarenta tacos?'', y el camino era tan largo que no tenían perspectiva como para preocuparse de los pormenores de la caminata. Obviamente, vivir del arte era un sueño de una gran mayoría, especialmente porque se imaginaban que era simplemente la buena vida y más que trabajar era disfrutar de tu don —algo que no era muy real que digamos—, así que no tardaron en asentir todos y cada uno de los que ya habían participado en la conversación. Yo simplemente asentí repetidamente, dejándoles hacer mientras dejaban caer sus sueños de grandeza, sabiendo que también había un par escondidos que me querían robar mi puesto; profesor de educación física solía ser otro sueño para los niños más atléticos.

Y, finalmente, ni corta ni perezosa, lanzó el balde de agua fría por encima de todos los eufóricos chavales. ¿Cruel? Sí. ¿Justo? Demasiado. Quizás un poco temprano, aunque tampoco es que hubiera dicho nada que no estuviera reflejado en decenas de series, películas y libros. Bueno, pocos leían libros, pero era algo que hasta en el anime aparecía todo el rato, ¿no? Lo debían de tener interiorizado y que lo dijera una persona del mundillo solo les tenía que valer para animarse más en ello y ver que esa rampa que afrontaban era únicamente eso, no un muro infranqueable. En fin… Ella llevaba la conversación con cierta fluidez y dejando claro que todo aquello ni era un sueño ni una pesadilla; era una oportunidad o, mejor dicho, una posibilidad acerca de a qué dedicarse en el futuro.

Los ojos se le iluminaron al trío de rockeros improvisados al escuchar que quizás podrían tocar frente a todo el centro al final del curso, aunque también pude notar cómo al vocalista le empezó a protestar el cuerpo y más concretamente la barriga. «Tendré que dedicar unos días a relajación, supongo, aunque a saber si son capaces de quedarse quietos más de unos cuantos minutos…» pensé, haciendo calendarios en mi cabeza a pesar de que tampoco había dado demasiadas clases y no estaba acostumbrado a repartir el año lectivo. Pero me las apañaría, eso también era un arte en sí mismo.

Amary tenía un recuerdo bastante casero acerca de su primera vez en una actuación, así dejaba claro que uno tenía que empezar desde donde pudiera y que cualquier forma de perder los nervios era buena.

— Quizás podemos asomarnos a robarle un par de instrumentos al profesor de música… —dije, de brazos cruzados y solemne, aunque mi tono se manchaba con un deje ladino y burlón. Mi cara era un cuadro travieso, pero trataba de aparentar formalidad, especialmente cuando hablaba de mis compañeros—. Hoy tiene día de baja y tengo las llaves por ahí… —Y un cuerno. Ahí era en el cuarto de profesores, pero tampoco me preguntarían de ir a recogerlas. O eso esperaba—. Los que quieran venir a por un trocito de arte para demostrarlo en esta clase, que me sigan —dije, levantándome del asiento y dejando atrás el aula con una sonrisa y un gesto de despedida con la mano.

Al final sí que me riñeron, pero terminé volviendo con cada niño teniendo lo que mejor tocaba. Los dejé organizarse mientras les pedía el máximo silencio posible con gestos, pero parecía que no iba a poder ser.

— Al final me matan hoy… —mascullé mientras me sentaba al lado de la mujer para darles más espacio de trabajo a los niños—. Estas clases no están preparadas para este tipo de fiesta, están mal insonorizadas, pero en el aula de música no caben todos… —dejé caer con cierto sollozo siguiendo las palabras, pero no tardé en retomar la sonrisa poco después, subiendo el volumen de mi voz—. ¡Chicos, ya que seguramente me mate el profesor que esté dando clase aquí al lado, al menos dadle una buena banda sonora a mi funeral! —rogué con ambas palmas juntas de una forma exagerada, un gesto muy típico de mi país, aunque se notaba que estaba de broma. O no tanto.

No estaba segura de que "robarle" los instrumentos al profesor de música fuera buena idea. Se imaginaba que si algo salía mal seguramente se echase unos cuantos problemas encima que le serían complicados de arreglar. Pero ya que él había lanzado semejante mensaje no iba a ser ella quien les quitase la ilusión a los chicos. Dejo que fueran a por los instrumentos aunque si lo pensaban bien, ya que le había cogido las llaves al profesor de música se podrían haber quedado en el aula que si esta preparada para que los chicos puedan tocar sin molestar al resto de alumnos. Pero aquel comentario se lo guardaría, no era nadie para poner en evidencia al profesor delante de sus alumnos así que simplemente esperaría mientras sacaba una libreta y un lápiz y se ponía a dibujar tranquilamente hasta que volvieran todos al aula.

Ante las palabras de Ikki la joven Amarïe sonrió y negó levemente — no se preocupe, de insonorizar me encargo yo — con el mismo lápiz que tenía en las manos escribió unas cuantas letras en el aire, letras que se fueron formando lentamente en el aire en un precioso tono verdoso. Después movió la mano y las letras se movieron hacía las diferentes paredes, la puerta y las ventanas, estas fueron recubiertas de una especie de pelicula del mismo color que las letras. — Listo, de esta manera no molestaremos a nadie y así no le mataran profesor — sonriendo le guiño un ojo con cierta gracia y entonces se levantaba dejando la libreta en la mesa con el dibujo a medio terminar.

— Bien, pues antes de que empecéis todos a querer tocar como locos, vamos a empezar por orden de lista ¿Vale? si alguno tiene un grupo o un amigo con el que quiere tocar lo puede hacer cuando sea su turno — sonriendo comenzó a leer el nombre del primero de la lista para que pudiera demostrar sus dotes artísticas. Desde luego era maravilloso ver a tantos jóvenes entusiastas del arte. No en todas las clases a las que había asistido había encontrado a tantos chicos con ilusión. Ella intentaba fomentar su ilusión pero sin ocultar la realidad de la vida. Después de todo es bonito tener sueños, pero uno tiene que saber que para poder lograrlos debe luchar y mantenerse firme en ellos.

Lentamente fueron pasando todos los alumnos que querían demostrar sus dotes artísticas, incluso algunos leyeron poemas o pequeños relatos que habían escrito. Realmente era magnifico y Amarïe estaba encantada de estar allí, se notaba en su sonrisa y en su modo de hablar y de animar a los chicos, estaba disfrutando mucho de aquella charla y esperaba que los chicos también estuvieran disfrutando y no solamente se tomasen aquella charla como algo aburrido de una señora que no sabe lo que habla. Al menos por ahora había logrado que participasen y aunque también había sido ayuda del profesor Ikki se sentía bastante bien por haber conseguido que la presentación en powerpoint fuera innecesaria.

Al final llegaron al momento en que tocarían los chicos que tenían una banda, el cantante parecía realmente nervioso y angustiado con la idea de tocar delante de la clase. La elfa se acerco un poco a él, se agacho y le susurro un par de cosa sal oído. Tras sus palabras el chico asintió y ella se alejo. La música comenzó y el vocalista tras cerrar los ojos comenzó a cantar con tranquilidad, disfrutando de la canción y haciendo que todos pudieran disfrutar del espectáculo. En realidad aquellos chicos tenían mucho talento.

Mi ceja se quedó perpetuamente enarcada mientras la muchacha se atribuía el deber de insonorizar el aula, llenándome la cabeza de incógnitas, hasta que simplemente dictaminé que tenía que tratarse de una broma y nada más. Al fin y al cabo, ¿qué iba a hacer para que las paredes fueran más resistentes al sonido? ¿Obra y carpintería? Aun así, mis gracias y pensamientos —sí, en general— desaparecieron en el instante en el que elevó el lápiz y, creyendo yo que se trataba de una actuación de director de orquesta o algo parecido, me sorprendió con garabatos aéreos. Miré su mano, luego el lápiz. Me agaché hasta encuclillarme para mirar bajo la fina y suave mano de la señorita, y luego me incliné en todas direcciones para tener todos los ángulos posibles de aquello que estaba haciendo. Y ahí seguía, mi fina ceja negra continuaba sobrevolando el ojo mientras mi sonrisa se borraba y daba lugar a una boca bien abierta. «¿Qué coño…?», pensé mientras me daba cuenta de la imagen que estaría dando a mis alumnos y me levanté para ponerme a su lado nuevamente, tratando de aparentar una elegancia que obviamente no tenía.

«Pensando en los alumnos…», concluyó mi mente sin llegar a terminar la frase, provocando que mi cuello se torciese con velocidad para mirar sus caras llenas de sorpresa, como si fueran espejos de la mía. O eso hubiera sucedido de no ser porque parecían no estar prestando siquiera la más mínima atención mientras atendían a sus instrumentos y a los comentarios de unos y otros. Suspiré, algo abstraído mientras mis ojos se centraban en los dedos, uñas y lápiz ajenos. «¿Tan egocéntricos son o…?» me dije a mí mismo sin saber si aquella calma y aparente normalidad se debía a que simplemente estaban muy metidos en lo suyo o era fuerza de rutina y yo me estaba perdiendo algo en esta ciudad. Y era difícil no fijarse en aquellas letras de color esmeralda que volaban en una habitación de tonos madera. Con un mero gesto a continuación dispersó aquella creación por toda la sala, algunas sobrevolando a los chiquillos y pasando por delante de los ojos hasta que chocaron con los límites de la sala y los pintaron de forma muy llamativa. «Vale, esto no lo han podido no ver» pensé, ya enfurruñado con la situación, pero descargué la frustración de no saber nada con un suspiro.

— Bonito… truco. No sabía que también sabías magia, eres toda una show-woman —dije en un tono bajo para que me escuchase únicamente ella. Ella me respondió con una pequeña broma mientras se hacía cargo de la situación, sin darle importancia a lo que acababa de hacer.

Finalmente se dirigió al resto de la clase y, en cuanto escucharon el fino sonido de la femenina voz, se callaron y miraron fijamente. Seguramente conmigo no hubiera sucedido igual, pero lo importante era que atendían todavía a razones. En cuanto mencionó seguir el orden de la lista me estiré por el escritorio hasta coger la fina carpeta que contenía el papel y se la acerqué a la mano con velocidad, permitiéndole continuar sin pausas ni trabas. Y, así, fui relegado a sentarme y mirar a los chavales, que mantenían un sorprendente orden y respeto —al menos la mayoría, del resto me encargaría a base de miradas cargadas de veneno— y que se ayudaban entre ellos como una piña en vez de tirarse del pelo o soltarse bromas hirientes.

— Si hasta parece un grupo y todo… —susurré de forma casi inaudible.
Pasaban de canto a instrumentos en cuestión de segundos. Luego alguien hacía un garabato de la cara de otro compañero en menos de un minuto, de forma realmente fidedigna —especialmente porque muchos adolescentes en crecimiento no tienen unas reglas anatómicas para empezar—, y el siguiente hacía malabares con cualquier cosa que encontraba por la clase y no le quitábamos de las manos por ser una grapadora o un arma punzocortante. Si hasta los tres chavalitos que habían montado una banda, con un poco de ayuda de la señorita Amary, pudieron hacer de su parte todo un espectáculo que, contando con el amplificador de la guitarra, sorprendía tanto por su belleza inexperta como porque el profesor de al lado no hubiera pegado una patada ya a la pared. Y, tras un par de minutos y ya agotados, los chiquillos terminaron entre unos aplausos a los que no tardé en unirme.

Miré a la que se estaba encargando de tutorizar a los chavales, sin saber muy bien si intervendría en ese momento para decir algo más, aunque pude aprovechar el final de los aplausos para intervenir:

— Cuando lleguéis a un escenario grande, recordad quién fue vuestro profesor de educación física a todo el mundo para que venga la tele a mi barrio y me inflen el ego, anda —solté sin pensarlo demasiado mientras me reía, dejando paso a la chica de orejas puntiagudas.