Sympathy for the Devil [Priv.Aran]

El gusto por lo desconocido había sido lo que llevó a un grupo de gente rica a contratar sus servicios, Clarke había aceptado por supuesto. Una simple sesión espiritista y lectura de cartas en conjunto con un espectáculo que le agregaría mayor misticismo a la escena, y aunque si bien, no había cobrado como debería, tampoco era como si pudiera quejarse. En solemne silencio guardó sus artilugios en la maleta, y tomó el taxi que había solicitado.

Los huesos le dolían, esperando sentada en un sofá del Lobby, observando a la gente aquí y allá pululando entre los elegantes comercios del edificio y las llegadas de turistas, el mundo había cambiado tanto, y tan poco a la vez, que Rowan se estremeció ante la perspectiva del futuro cada vez más avasallante. Bajo la piel juvenil, debería haber polvo y huesos en el olvido… un pensamiento gris que siempre latigueó en su mente, pero sería una tonta si pensara que la muerte vendría fácil, y entonces, no quedaba más que la resignación seca de la espera, larga y tendida.

Oh Rowan… Apenas notó una lágrima traicionera que rodó por su mejilla, Clarke rápidamente la secó, tallando vigorosamente su párpado, dejando salir un suspiro que no sabía, había estado conteniendo.

Casi era la hora, se levantó con pesadez. El «click clack» de sus zapatillas resonaron en el pulido piso de mármol, hasta que con una sonrisa deslumbrante saludó a una de las recepcionistas, cuando se retiró los lentes de sol, la muchacha enmudeció… Rowan había estado acostumbrada al horror de la gente cada vez que se enfocaban en el espeluznante ojo ciego, y todavía ella le sostuvo una sonrisa. La recepcionista carraspeó un par de veces, medio nerviosa, medio escéptica.

―Estoy aquí por invitación del señor Luccio, me espera en el salón de eventos, ―el terciopelo de su voz no se comparó con su presencia pesada.

―Oh, yo… me temo que, espere… ―balbuceó la recepcionista.

Rowan esperó, y esperó, mientras la chica marcaba una vez, dos veces, odiaba perder el tiempo.

―Lo lamento mucho, señorita, ―dijo la recepcionista mientras Rowan apretaba los labios en una línea―, la esposa del señor Luccio me ha dicho que cancelarían cualquier cita para hoy.

Al menos había cobrado por adelantado una parte, fue lo que pensó. ―Por supuesto no hay problema, ―Rowan podía sentir la bilis acumulándose en su garganta, y las ganas de soltar una maldición sobre el hotel fueron contenidas.

Apenas había notado por donde caminaba, hasta que chocó contra algo, o alguien, Rowan apenas pudo mantener el equilibrio, una desavenencia más de los condenados tacones y la falda larga de lápiz que le daban poco margen de movimiento, afortunada de no caer en una vergüenza tal que pudiera desencadenar más su enojo, Rowan levantó la mirada.

―¡Oh por dios, lo lamento! ―se disculpó casi olvidando la hirviente furia de haber sido cancelada al último momento, luego enmudeció, al sentir algo liquido manchándole la blusa.

No había sido culpa de la pobre alma con la que tuvo el infortunio de chocar, totalmente su distracción absurda la había llevado a ese punto sin retorno, Rowan simplemente suspiró, esperando quizá, el reclamo de su torpeza

Había un tenue aroma a alcohol que provino de ella, rápidamente Rowan notó la razón, al menos la bebida fue incolora y no estropeó el color blanco de la seda. Su único ojo sano divisó al hombre antes de escuchar el timbre barítono, devolviendo la disculpa, Rowan se sintió menos culpable, y enmarcó su mejor mueca, media sonrisa traviesa y un carraspeo suave, ―eso es lo que parece, ―complementó con ligereza, ella estaba absorta en su propio enojo e inquietud, el inicio de lo que sería ser un día caótico, pareció dar un nuevo giro en cuanto él, le ofrecía abiertamente un pañuelo prístino, destacando el fino cuero que envolvía la robusta mano.

Una mano enguantada y la otra desnuda fue lo que atrajo la curiosidad, siempre había historias debajo de las cosas que aparentaban ser simples, los años le habían dado a Rowan la suficiente experiencia, como para indagar en los detalles pequeños, por vanos que estos fueran, pero , no entraría en mayor detalle, y era preferible mantener la cordial distancia social, después de todo él era tan desconocido como ella, seguramente volverían a sus rutinas habituales para olvidar sus rostros más temprano que tarde, o al menos eso era lo usual.

―Tranquilo, al menos no caí vergonzosamente, ―fue el comentario de Rowan poco antes de un ofrecimiento que la dejó en un silencio falsamente tímido, ―no fue nada, en verdad ―suspiró mientras trataba de secar la mayor humedad posible con ligeros golpecitos.

Con cuidado hizo el gesto de devolverle el pañuelo, él se soltó el pelo, mechones de ébano espeso le enmarcaron el rostro severo, Rowan arqueó con ligereza una ceja y le costó apenas unos momentos sentir la gente que se movía a su alrededor, algunos observando la escena, susurrando.

―Bien, bien, si lo pones de esa manera… puedo dejar que me invites el almuerzo, ―no lo pensó demasiado, su habilidad para socializar era avispada, sacándola de situaciones a veces complicadas, pese a que esta no lo era, Rowan mantuvo la cortesía adecuada, los modales correctos, no bajó la guardia ni por un instante hasta que el estómago le molestó en un gruñido que para su fortuna ella fue la única en percibir, y que, sirvió como el pretexto perfecto para salir del Hotel.

Había una cafetería bastante bonita al otro lado de la calle, servían esos pequeños sándwiches de jalea y miel que a ella le gustaban, y una taza de vigorizante té negro le levantaría los ánimos. Apuntó con simpatía hacia el local iluminado por el pleno sol de la media mañana.

Abrió el camino con los primeros pasos hacia la salida, esperando que él la siguiera, ella sería la guía, una iniciativa tentativamente desafiante e independiente, sin embargo, igualmente relajada, como la de dos personas que se conocieran de toda la vida, pasando finalmente desapercibidos entre la multitud que volvía a su rutina.

―Uh, casi lo olvido… Rowan Clarke, ―entonó una presentación simple, sin formalidades ni arreglos―, me dejaron plantada, ―y sin la mitad de paga, omitió decir.

El ruido tumultuoso de aquel monstruo de acero y asfalto al que llamaban «ciudad» podía llegar a ser avasallante, Rowan jamás terminaría de acostumbrarse, autos que iban y venían, el tren vertiginoso cruzando las entrañas de concreto, solo se apagaban al interior de cuatro paredes, y todavía así, la inquietud del caos la agobiaba.

―Espero no haber arruinado tus planes, de cualquier manera, prometo compensarlo, ojalá que te guste un buen almuerzo a la inglesa.

La característica campanilla del establecimiento tintineo. Las mesas estaban casi vacías, para esa hora la mayoría de la gente se encontraba en horas de oficina, por lo cual, había cualquier lugar para elegir, Rowan señaló hacia un pequeño lugar arrinconado con una bonita vista hacia un jardín que contrastaba visiblemente con el caos citadino. Miró a su nuevo compañero de aquella tarde con serenidad.

Vaya forma en la que se desarrollaron las cosas…

Quizá hubiera sido más fácil si consideraba realmente volver a casa para cambiarse, tal como su nuevo acompañante. No pasó desapercibido el hecho de que él no había dicho todavía su nombre, pero si Rowan lo advirtió no dio muestra de ello, se mantuvo impasible, con ese rostro siempre solemne con la sonrisa tirando de sus delgados labios como si el enojo jamás hubiera existido.

―Oh, eso no es algo que mucha gente pueda decir, ―comentó ante la insinuación coqueta del caballero, no era inmune a la facilidad con la que podía ser capaz de atraer la atención masculina, pero tampoco podía dárselas de una experta―, en ese caso haré todo lo posible por llenar sus expectativas.

Rowan presumía de tener un buen ojo (literalmente) para los detalles, y tendría que admitir, que estaba esperando por escarbar un poco más allá de las apariencias y máscaras, él ciertamente no era un hombre común, no por la piel curtida por las suaves cicatrices que solo podían distinguirse bajo una mirada atenta, no por la forma en que había evitado dar un nombre, Rowan amplió la sonrisa, ― ¿Realmente deseas dejar esa decisión para mí? ―dijo en un sentido de humor bastante ligero.

Una mesera no tardó en acercarse, Rowan ya tenía claramente lo que deseaba ordenar, si él deseaba la experiencia completa, debía entonces preparar su estómago.

―Ordenaré pan francés, con mermelada de naranja, tocino y dos tazas de tu mejor té negro… Y uhm, está bien con dos almuerzos a la inglesa, ―la camarera tomó la orden y diligentemente volvió a la cocina, dejando una vez más a ambos en medio de un ambiente que si bien no era familiar, al menos no había dejado un elefante en medio de los dos.

―Si soy honesta, esperaba gastar el día en la cita que tenía para hoy, ―comentó despacio, todavía sintiendo el picor del enojo por haber sido plantada―, pero aquí, tampoco tenía muchas ganas de trabajar, ―rio finalmente, era un sonido plano y suave―, y por la camisa, no te preocupes, ―agitó una mano en señal de ligereza―, esta es mi menos favorita, así que más bien diría que me has hecho un favor… ni siquiera menciones lo de la tintorería.

No era una mentira, la austeridad de Rowan la hizo mantener el mismo modelo de ropa durante años, culpa quizá, de todos los años que llevó encima, la simpleza de la rutina era bien apreciado por ella.

―Oh pero vamos, no nos centremos en la pequeña charla, ―sus palabras se tejieron con naturalidad, el único ojo sano de Clarke brillaba con el sentimiento de la curiosidad―, aprovecharé ahora que me he quedado sin nada qué hacer por hoy, y para no desperdiciar el día dime: ¿Te interesaría si te leo el tarot?

Simplista y fácil, Rowan habló con el entusiasmo de una muchacha ansiosa por pasar el rato, no iba a negarlo, ya había advertido el misterio que ese joven guardaba bajo la mirada pesada, ahora, nadie podría sacarla de la empresa para descubrir lo que quiera que estuviera ocultando, y para alguien tan viejo como Rowan, enfrentarse a lo desconocido, traería a su vida al menos una pizca de diversión refrescante.

La sonrisa de Rowan solo se ensanchó más cuando finalmente sus platos fueron servidos. ―Adelante, prometo que no te arrepentirás, ―ni del almuerzo, ni de lo que ella quería obtener, de eso tendría que asegurarse. Con elegancia dio un sorbo a su taza de té vigorizante, la sensación del líquido bajando por su garganta fue agradecida con un gesto amable y reconfortante.

Lo que una vez fue el semblante sereno, era ahora, la expresión de una mujer que deseaba saberlo todo, desentrañar el nudo de misterio que envolvió a ese peculiar compañero de almuerzo.