Hidden Laboratory (Privado con Troya)

Sus tacones resonaban por la ciudad mientras caminaba. Su dirección era clara: uno de los callejones más escondidos de Bucarest. Tras el rato que había pasado con Troya unos días atrás, quiso pasarse por su lugar de trabajo. Un laboratorio, uno en el que podría obtener alguna que otra crema nueva. Gustaba de cuidarse a sí misma y una vez a la semana, mínimo, se tomaba un día para estar a solas consigo, unas mascarillas, un té y una serie de televisión. En esa ocasión, probaría los productos del alquimista.

Su mirada se paseaba entre la gente. Le agradaba provocar, dejar que la observaran, divertirse a costa de aquellos que no podían hacer nada ante aquella mirada embaucadora. ¿Fue su intención en esa ocasión hacer algo con ellos? Ni de lejos. Los atrajo por el simple placer de verlos caer ante la perdición de no poder dejar de pensar en ella, de generar un despertar sexual que no podrían satisfacer. Relamió sus propios labios antes de entrar en lo que parecía ser un herbolario normal y corriente.

—Buenas tardes, Dulceata. —Apoyó el cuerpo en el marco de la puerta con una sonrisa ladina. Una parte de ella no podía evitar actuar de ese modo, fueran cuales fueran sus intenciones. No dejaba de ser la mitad de un demonio sexual descontrolado por la edad —. ¿Cómo te encuentras, cielo? Vengo a buscar productos de belleza.

Esperar a que algún cliente entrase en su "herbolario" era la peor parte de todas. Podría aprovechar el tiempo en su laboratorio y experimentar con a saber Dios qué clase de productos, pero en su lugar debía mantener su trasero pegado a la silla con tan solo una revista de dibujos animados para entretenerse. Ni siquiera el ordenador que tenía frente a él llamaba su atención, la pantalla permanecía en negro a la espera de que nuevos datos fueran introducidos. Se respiraba calma en el ambiente, así como un toque agridulce proveniente de uno de los estantes. Sobre este reposaban varios botes de cristal con una gran cantidad de diferentes hierbas.

Aquel día había quedado con un par de clientes habituales, unos hombres que, al parecer, necesitaban varios productos para un trabajo en concreto. Le importaba poco y nada lo que hicieran con los preparados que tenía en el laboratorio, se divertía mezclando ingredientes y probándolos con sus conejillos de indias. La empatía brillaba por su ausencia.

Desvió su mirada hacia la puerta al escuchar la pequeña campanilla que había colgada sobre esta. La revista que sostenía entre sus manos estaba del revés, intentaba hacer un laberinto que ponían siempre para los niños que tenían como pasatiempo perder el tiempo con caricaturas. Bajó los pies de la mesa en cuanto vio de quién se trataba, una pena que no fuesen los clientes que esperaba, pues eso significaba tener que sacrificar más tiempo del necesario.

—¡Bebé de boca sucia! —Alzó los brazos, dejando caer la revista al suelo. Salió corriendo hacia su persona para, de inmediato, adelantar sus manos hacia su rostro y separar sus labios para observar sus colmillos. Chasqueó su lengua, aparentemente decepcionado—Tsk, tsk, tsk. No han crecido un solo centímetro. ¡Faaaatal! —Obvió por completo sus palabra, los productos de belleza le aburrían como los que más.

Mordió su propio labio inferior al escuchar aquel modo de llamarla. Recordó el encuentro del día anterior, aquella excitación tan dolorosa e imposible de contener. Entreabrió los labios dejando que mirara sus colmillos. Fue después cuando cerró la boca y mordió uno de sus dedos. —Ñam. —No podía contener gestos como esos. Las mordidas parecían venir de serie con su desarrollo. Frunció los labios y frunció el ceño después. Poco le duró el gesto, justo después alzó las comisuras.

Entró en el herbolario con un paso lento, mirando a su alrededor y dejando que sus caderas se balancearan mientras tanto. Una vez más, su naturaleza fue por delante de cada uno de sus gestos. Algo que no podía ni quería evitar. Apoyó las manos en el mostrador arqueando ligeramente la espalda. —Estoy buscando una mascarilla para la cara, aceite corporal y… hm, puede que un poquito de lubricante. ¿Haces tés? Planeo pasar una noche conmigo misma, ya sabes, dulzura.

Mientras trabajaba en la tienda no solía llevar guantes, por lo que notó sus colmillos con total claridad. Sus comisuras volvieron a alzarse, podrían ser pequeños pero lograban clavarse en su piel con facilidad. Rio por ello, no sin antes echar hacia atrás su mano para observar las pequeñas marcas que quedaron—Aaaw. ¡¿Necesitas también un mordedor? —Un comentario jocoso teniendo en cuenta cómo le llamaba. Le dejó pasar y cerró la puerta tras de sí, no le agradaba mucho el frío que entraba cada vez que se la dejaban abierta.

Fue directo a la mesa para recoger la revista y tendérsela, señalando un par de dibujos que le habían hecho especial gracia. Ese libro era tan malo que las caricaturas Disney parecían hechas por monos—Mira la cara de esa Minnie. ¿No se parece a ti? —Esa vez no rio, pues se quedó escuchando la petición ajena. Arqueó su mirada. Qué podía ser más aburrido, ¿una persona que solía emplear el sexo como mayor entretenimiento buscando lubricante o ser llamado "dulzura"? Ambas dos, según el alquimista.

Se alejó para rebuscar entre los estantes un bote que contenía una sustancia aparentemente viscosa de color negro—Carbón de bambú, miel, una pizca de azúcar y baba de caracol. Exfoliante y rejuvenecedor, dos por uno. —Se lo dejó sobre la mesa para después pasar a buscar algunas hierbas. No obvió el detalle del pronombre empleado para referirse a su persona. Se colocó a su lado y tomó su rostro entre sus manos para acercarla y observarla mejor—Hmm... ¿Te pintas las pestañas diferente según cómo te sientas?

—Necesito usar a gente de mordedor. —Flirteaba sin percatarse de ello. Otra cosa que se encontraba dentro de su condición. ¿Cómo iba a expresarse si no? Le guiñó un ojo y pasó su propia lengua sobre sus colmillos. Si uno bromeaba, Fiora respondía cómo mejor sabía. Utilizando la sensualidad que caracterizaba a su especie.

Agarró la revista con una sus cejas alzadas. Pudo esperarse muchas cosas, todas salvo ese comentario. Lo miró, prensó los labios y emitió una carcajada, la primera que dejaba escapar ante Troya. —¿Te gusta Disney? ¿O lo miras porque las fotos te hacen gracia? —Una pregunta seria y fuera de su tema central. No conoció ese tipo de dibujos hasta que no dejó Japón, esos ni ningunos. Justo por eso le generaba curiosidad lo que Troya pensara. Le agradaban las cosas «infantiles» porque no las disfrutó era un niño.

Su modo de llamar a los demás se alejaba del cariño. Se trataba de su modo de dirigirse a todos, sin diferencia. —Gracias, máster —. Una broma como otra cualquiera. Cogió el bote y lo observó. Mantuvo las manos apoyadas en el mostrador hasta que Troya agarró su rostro. Alzó las comisuras. —Buen chico —susurró antes de relamer sus propios labios. —Nunca uso el mismo maquillaje —respondió. —Pero cuando soy una chica, me gusta utilizar rímel de colores, tienes razón. —Parpadeó varias veces mientras lo observaba con fijeza. —No caes tan rápido como los demás, dulceata.

—Bebé Lecter, hm. Interesante. —El alquimista tenía un don para dejar de lado cualquier flirteo y hacerlo desaparecer, normalmente ignoraba todo intento de acercamiento a su persona, a no ser por supuesto que él mismo quisiera que los demás traspasaran la no tan delgada línea que los separaba. Era un hombre de ciencia, cualquier mínimo detalle que escapaba a la vista de los demás llamaba más su atención.

Tenía una risa graciosa, casi desternillante. Podría ser la primera vez que la escuchaba, pero para él fue como si la llevase escuchando toda su vida. No le dio demasiado importancia, reír era algo normal en los humanos, y Fiora seguía siéndolo a medias. Posó uno de sus índices sobre su propia barbilla en un gesto pensativo—¿Me gusta o no me gusta? ¡Buena pregunta! ¿Por qué no las dos respuestas? Sí, sí, sí, both is good. —Las películas Disney eran entretenidas, y sí, las prefería a muchas otras, al menos la animación cambiaba.

Volvió a ignorarla. Si no le llamaban por su nombre cuando estaba distraído con algo muy rara vez prestaba atención. Esa vez se centró no sólo en sus pestañas y en su maquillaje, también en su piel. Pudo notar ciertas diferencias entre su tez y la de un humano convencional, pero ahí no residía lo vital. Bajó una de sus manos y sacó una pinza de su bata, tan pequeña como cabría esperar—¡Fiush! —Le quitó una pestaña y sopló justo después para que el dolor no fuese notable. Se acercó también para darle un beso de consolación en el párpado, si la llamaba "bebé" debía tratarla como tal. Se alejó justo después para agarrar un pequeño bote de cristal y meter la pestaña dentro, ahí estaría segura. Volvió ya con las hierbas preparadas y listas para envolver—¿Quiénes son "los demás" y por qué hablas tanto sobre ellos?

—Prefiero de boca sucia. —Llamaba más su atención que una referencia cinematográfica. Otra cosa que no empezó a hacer hasta que no dejó Japón: ver películas. Su conocimiento del mundo exterior se había reducido a las cuatro paredes de una habitación durante dieciséis años. Una suerte que todo hubiera cambiado a bien. —¿Te gusta y no te gusta? —Ladeó su rostro con una sonrisa ladeada. Esa vez le resultó interesante. Lo suficiente como para preguntar.

Se quedó mirándolo. Con Troya le sucedía algo extraño: no podía ver a través de él. Justo eso era lo que le generaba más curiosidad: no saber qué esperarse. No era como el resto de las criaturas que había conocido. —¡Auch! —Molesto, fue molesto, aunque no doloroso. Que después soplara y besara la zona le extrañó aún más. Su ceño llegó a fruncirse. —¿Qué diablos haces? —La pregunta era «por qué lo había hecho». Por un momento lo vio como un ataque. Se calmó cuando vio que la metía en un tarro. Carraspeó. —La próxima vez avísame. —Se cruzó de brazos en señal de defensa antes de suspirar. —Me refiero al resto de los humanos o criaturas… Son idiotas, fáciles de controlar. Una mirada, un movimiento de cadera y ya están de rodillas. —Su naturaleza provocaba que pudiera controlar con facilidad a los demás. Lo convertía en un ser adictivo, uno al que nadie se resistía. —Pero aquí estás tú.

—Shhh. —Mandar a callar a los demás, otra de sus pasiones. No es que Fiora estuviera molestándole, pero era algo que estaba dentro de él, no podía evitar formar aquel sonido cada vez que podía. Para muchas personas era molesto, para otras tan solo era una forma de decir sin palabras que no necesitaba que le contestasen.

—Me gusta, no me gusta y me gustan y no me gustan los dibujos. —Comentar sobre sus gustos no le importaba siempre y cuando no fueran extremadamente personales, para ese tipo de cosas era bastante reservado. Lo único que no le agradaba era dejarse ver ante los demás, ser como un libro abierto. Debido a eso las palabras de Fiora llegaron a parecerle interesantes. ¿Que volvió a ignorarlas? Por supuesto.

—Obsesionada con el sexo pero... ¡Já! Dale un beso sin que lo espere. Issues, issues, ¿por mamá o por papá? ¡O ambos! ¿O quizá un abuelo perdido? ¿Íncubo también? No tan aburrido. —Comentó para sí mismo la mayor parte del tiempo mientras terminaba de preparar las hierbas. Esas en concreto le ayudarían a retrasar la eyaculación y aumentar la excitación de forma considerable. Cuando terminó de envolverlas las dejó sobre la mesa y extendió sus manos—Dinero, lo que tengas, ¿qué quieres por esto? —Otra particularidad era que él no ponía precio, pero sí se negaba si no veía un trato justo.

—Su respuesta no mostró molestia. No le irritaba que lo mandaran a callar, lo que no significaba que estuviera dispuesto a hacerlo. Le sacó la lengua como contestación. Una vez más, el alquimista le sorprendió con su forma de resolver la pregunta de Fiora. Le gustaba y no le gustaba, le generó más curiosidad. Esa vez no le dijo nada al respecto. —Voy a quedarme un rato aquí. —Sin permiso y sin nada. Fue su forma de mostrar interés.

Entrecerró los ojos por su respuesta mientras que sus brazos se mantenían cruzados. —Un beso sin arrancarme la pestaña antes estaría mejor. —Fue por eso por lo que tomó el gesto como un ataque. No se relajó hasta que no la metió en el tarro. ¿El motivo?, haber comprendido para qué lo había hecho. No comentó nada sobre el asunto de los «issues», parecía estar hablando consigo mismo después de todo. El íncubo no tenía interés alguno en decir algo sobre ese tema. Lo mejor sería cambiar rápidamente a otro.

Su pregunta le vino como caída del mismísimo infierno. Dicho de otro modo, fue buena. Titubeó antes de alzar las comisuras con una sonrisa ladina. Tenía dinero, pero ¿por qué no ofrecer algo más? —¿Qué tal si te pago conmigo misma? No me porté mal como experimento, ¿verdad, cariño?

Por suerte no necesitaba ningún permiso para quedarse en la tienda, todo lo contrario, por raro que pareciera esta estaba abierta a todo tipo de público, lo único que podía llegar a ser privado era su laboratorio. Nadie pasaba bajo el umbral de la puerta que tenía tras las cortinas del mostrador principal a menos que él quisiera—¡Oookay! —Sobraba decir que Troya no buscaba impresionarla, tampoco contentarla o hacerle ver que sentía un mínimo de interés por ella, el alquimista trataba a todos por igual, a excepción de los vendedores de helado. A esos tipos podía comérselos el mismísimo Lucifer. A ellos y a la melodía infernal que sonaba en sus camiones.

Los problemas personales de los demás le hacían bastante gracia cuando estos, además, eran familiares. Sus comisuras se mantuvieron alzadas mientras preparaba el pedido de la susodicha—No puedo darle un beso sin antes haber hecho algo. No, no, no, horripilante, desagradable. —Negó con la cabeza. ¿Podría haber avisado? Por supuesto, pero jamás avisaba de lo que iba a hacer a menos que estuviese tratando con uno de sus particulares conejillos de indias.

Notó a la perfección el cambio de tema. Troya vivía en su mundo, tenía la cabeza en una realidad paralela, aún así se daba cuenta de muchas más cosas de las que parecía. Era debido a eso que se anticipó a las palabras de la joven—¡Boca de bebé sucia! —Lo dijo mal a propósito. Anduvo hacia él para colocarse a su lado y observar su oreja. Entrecerró sus ojos—Hm... ¿Conoces a más íncubos? Quiero una oreja, ¡o un colmillo! Sí, con un colmillo me sirve, a  poder ser de más de dos centímetros. También necesito tu saliva, ¿un frasco? Quizás dos, hmm, tu condición te permite salivar más de lo normal.

Hubiera dicho lo que hubiera dicho, Fiora se habría quedado de todos modos. No gustaba de hacer lo que otros le mandaban. Alzó una de sus cejas mientras lo escuchaba. No podía decir que no se trataba de un hombre extraño. Acabó por descruzar los brazos. No estaba en peligro, no por el momento. Llegó a reír de nuevo, esa vez por la forma en la que dijo mal su apodo.

Ladeó su rostro para dejarle sitio y que pudiera ver su oreja. Era tan puntiaguda como la de íncubo. Su diferencia radicaba en sus colmillos y en la ausencia de cuernos. Los últimos aún no le habían salido. —Solo a mi padre, pero dudo que quiera darte un colmillo. —No lo imaginaba cediendo así. — Y… No sé si tendrá más hijos perdidos, ¿te valen híbridos? Podría preguntarle. —Se llevaba bien con él y sabía que había tenido relaciones con humanas, pero ¿tendría más hijos? Fiora era la única a la que había llegado a conocer. —¿Sabes? Solo puedo salivar más cuando algo me lo provoca. —Alzó una de sus comisuras y lo miró de arriba a abajo. —Ya sabes, doctor.