Consulta medica. (Privado)

Un fuerte suspiró se escapó de los sonrosados labios de la doctora mientras apretaba el tabique de su fina nariz, cerrando los ojos con algo de fuerza. Su ceño fruncido no era buena señal, pero debía cumplir con el trabajo… ciertamente aquel día no pararía de dolerle la cabeza. Caminó hasta la farmacia y pidió ibuprofeno de seiscientos milígramos, tomándose dos cápsulas junto al café que estaba acarreando desde la cafetería. Dejó su firma en el registro y siguió bebiéndose el cálido y amargo líquido mientras se dirigía al mostrador a tomar las carpetas con sus siguientes pacientes. Trabajar en los módulos de consulta era mil veces peor que estar en urgencias. Ahora solo debía centrarse en curar, responder dudas, hacer exámenes, revisar resultados o derivar a los pacientes, algo que se traducía en dolor constante por hacer el bien, y no había nada que equilibrara la balanza, como críos llorando, sangre, o angustia en el rostro de los desgraciados.

Dolía… hacer el jodido bien dolía sobremanera y la demonio no estaba segura que podría sobrevivir a toda la jornada como el día de ayer. Necesitaba hacer daño… causar dolor… torturar.

Volvió a suspirar terminando de tomarse el café justo cuando llegó a la consulta que le habían asignado, tirando el vaso de cartón al basurero para luego dejar las carpetas sobre el escritorio, quedándosele la puerta abierta. Tan solo le quedaban tres pacientes más antes de terminar su turno y luego podría irse a tomar por culo. Buscó entre los cajones del escritorio y sacó un spray bucal de menta para eliminar el sabor amargo del café de su garganta, o le darían ganas de ir a beber de nuevo.

Con parsimonia abrió el notebook y colocó su clave para ingresar a los formularios en la red del sharepoint del hospital, mientras completaba algo de papeleo, pasándose la mano por la nuca al notarse tensa. Quizás después iría a un SPA a que le dieran un merecido masaje. Se estaba ablandando, y eso de alguna forma la asustaba, dónde había quedado la demonio de temer que prefería mil veces aplastar la cabeza de una persona a tener que recetarle antidepresivos… Estaba tan decepcionada de sí misma, y no solo eso, crecía en su interior un miedo hacia madre en lugar de cultivar el odio y la sed de venganza. ¿Sería verdad que estaba perdiendo el rumbo?

Con aire distraído miró la pulsera que descansaba, en apariencia inocente, sobre su muñeca izquierda. Ya era tiempo de volver a pasearse entre las calles rumanas buscando a otra clase de brujas o hechiceros que tuvieran la fuerza para quitársela. Si hacía memoria en el Baile de San Valentín, su pulsera había reaccionado a la magia del cuadro y eso significaba que todavía había esperanza, el verdadero inconveniente era saber dónde diablos encontraría a alguien tan poderoso en Bucarest y a quién podría preguntar sin levantar las sospechas de los esbirros de madre.