Otro día más en la vida del alquimista, tan aburrido como cabría esperar. De entre sus labios escaparon varios suspiros mientras reponía los tarros donde guardaba diferentes hierbas, entre ellas simple hojas de té que variaban en color, forma y olor. Prefería con creces el café, pero muchos de sus clientes habituales sentían pasión por la teína, una sustancia que para algunos resultaba más potente que la cafeína. No era su caso. Las estanterías, de un color marrón apagado, hacía contraste con el cristal de los tarros y el color de las cestas donde habían depositadas varias especias, todas con su correspondiente etiqueta. Todos los productos a la vista eran comunes en un herbolario, Troya vendía desde complementos alimenticios y productos ecológicos, pasando por infusiones y hierbas, hasta productos de cosmética e higiene personal.

La disposición era sencilla: la estancia era perfectamente cuadrada, desde la entrada se observaban varias estanterías con tarros y cestas a la izquierda y productos ya embotellados a la derecha. En el centro habían un par de mesas del mismo color que las estanterías, en una de ellas estaban las cestas rellenas de especias y, en la otra, los productos de higiene. Entre objeto y objeto habían minerales que, para el alquimista, transmitían tranquilidad. La mayoría eran cuarzo blanco y amatista, otras tantas lapislázuli, su favorita. El suelo era de madera oscura, las paredes de color blanco. Justo al final estaba la mesa donde hacía las ventas y recibía los pagos de sus clientes, sobre esta había un ordenador, una alfombrilla de Pikachu y varias figuritas de Mickey Mouse. Puede que le restase seriedad, pero le importaba entre poco y nada. Tras el mostrador había una puerta tapada por una cortina de color negro, detrás estaba su laboratorio, lugar que tan solo pisaban él y aquellos clientes que buscaban algo mucho más específico, y a veces peligroso, que un simple té verde.

Se sentó tras el mostrador para continuar con un libro y así entretenerse hasta que algún cliente llegase. El herbolario se hallaba dentro de un callejón no muy iluminado, a excepción del cartel de neón azul que tenía colgado sobre la puerta—¿Y así me lo dejan? —Formó una mueca. Acababa de terminar el segundo de una saga aparentemente popular. Harry noséqué, el gafotas de la cicatriz en mitad de la frente. Le sacó la lengua a la portada y tiró el libro a la basura, tenía entre poco y cero cuidado con las cosas que no le interesaban.

What’s up, doc?

♦ La herboristería - 17:00.— Frente al espejo del lujoso baño se hallaba el demonio. Sus músculos estaban tensos y un frío sudor recorría su cuerpo. A vista simple, de alguien que desconociese la situación, podía incluso parecer una imagen erótica. Sin embargo eso estaba muy lejos de la realidad. En la piel desnuda de Edik se marcaban varias cicatrices con forma de cadenas, parecían estar hechas hacía mucho tiempo y, sin embargo, se abrían y sangraban. Supuraban y adquirían un tono enfermizo. El dolor era inimaginable para un humano normal y corriente. Por suerte Edik se había acostumbrado a ello, el ardor pasaba a segundo plano y era capaz de llevar una vida totalmente normal pese a estar sufriendo a cada moment, pero había días peores que otros y, ese preciso momento, era uno de ellos. Se echó agua a la cara para aliviar el calor que le hacía sentir mas fue insuficiente. Decidió meterse en la ducha y, así tratar de volver a ignorar el malestar que calaba hasta sus huesos. En sus piernas también había marcas, pero mucho más sutiles que las que tenía en la parte superior de su cuerpo. Todo el mundo se quejaba de los pecados de los demonios ¿Pero alguien hablaba de lo que los ángeles eran capaces de hacer? Irónicamente no siempre el puro es el piadoso.

El agua por su cuerpo hizo deslizar la sangre hacia el suelo de la bañera, creando un charco rojizo, dejando ver la carne vívida en la herida. Su mismo poder de regeneración daba su mejor esfuerzo, pero era difícil y cansado al mismo tiempo, pues no se trataban de heridas normales. ¿Qué debía hacer? Sabía que no iban a desaparecer nunca, per necesitaba algo que no lo dejase destrozado en el momento en que se encontrase con sus enemigos. Por suerte había oído hablar de alguien que podía encargarse de algún analgésico. No era especialmente fan de hablar de sus problemas privados, pero eso era algo que en un futuro le benficiaría. Se vistió con pantalones sencillos y camisa, se puso una gruesa chaqueta encima y luego, como de costumbre, los guantes y pañuelo al cuello para ocultar sus marcas.- Lucifer, voy a salir. Vuelvo en unas horas. -Se despidió de su gata, acariciando su cabeza y siendo correspondido con un leve ronroneo. Sin más abandonó el edificio. Una vez salió de su casa, su porte volvió a ser el mismo de siempre. Un hombre de aspecto imponente, con una sonrisa tranquila que incluso podía dar cierto aire de superioridad.

Según le había dicho su contacto, la persona a la que buscaba se hacía llamar “Troya” y regentaba una herboristería. No tardó en localizar el lugar, en un callejón oscuro pero iluminado por el cartel de la misma tienda. Al entrar el olor a las hierbas se hizo notar con rapidez, echando un vistazo alrededor al mismo tiempo que se acercaba al mostrador donde aquel hombre de extravagante aspecto se encontraba. Si debía ser sincero no se esperaba a alguien así, pero ya era lo suficientemente viejo como para juzgar o impresionarse por algo en concreto.- Buenos días – Sabía que era él a quien estaba buscando, quien le había dado la información era alguien de suma confianza.- Debo suponer que usted es Troya Blaster -Habló, de forma directa. Edik no era un hombre que se andase con rodeos o que no tuviera apuros en obtener lo que necesitaba.- Según tengo entendido domina la alquimia ¿Cierto? -Cuestionó.- Estoy aquí porque requiero sus servicios y no me interesa ninguna infusión o medicina tradicional. Eso no funcionará. -Tal y como había dicho, era directo.- Necesito el analgésico más potente que pueda crear. -No sabía hasta qué punto iba a necesitar ese joven la información, pero según viese el ambiente, iría actuando.- Para estar en igualdad de condiciones, mi nombre es Edik Belmont. -Le tendió la mano enguantada en aquellos guantes de tela oscura. Le costaba mucho creer que un nombre como el que tenía el dependiente fuera real, pero no podía juzgarlo, el propio tampoco lo era.

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