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Qu Xiao
─Point of View
La asiática miro con algo de pena la vidriera donde un hermoso vestido de color negro parecía resaltar entre los demás, en años anteriores habría entrado a la tienda y gastado el dinero de sus padres sin pensarlo mucho pero ahora el solamente observar el precio de la prenda le causaba dolor, aquel vestido tan hermoso equivaldría a unos cuantos meses de su salario por lo que la idea era totalmente descartada. Con un suspiro abandono las vistas y a paso lento se dirigió hasta una tienda de segunda mano con un muy limitado presupuesto en mente.
Agradeció mentalmente el tener un gran sentido de la moda de forma que su ropa por más barata que fuera aún seguía siendo hermosa, lloraría el día en que no se pudiera ver como el infierno sobre ruedas. Y en cuanto se graduará seria la doctora más sexy que allá pisado el mundo, o al menos aquel era el plan, no estaba muy segura de que tan sexy podría verse con una bata blanca como uniforme. En el local pudo conseguir un par de cosillas lo suficientemente bonitas como para estar en su armario, para su buena suerte también habían salido mas baratas por algunos pequeños desperfectos que le quitaban valor, desperfectos que ella había aprendido a arreglar con muchísima paciencia.
Volvió a ver la vidriera de aquella lujosa tienda, pero esta vez se sorprendió viendo su reflejo, este mostraba a una chica la cual había perdido algunos kilos encima y no su saludable cuerpo que solía poseer, hizo una mueca ante la vista, parecía enferma. Por suerte aún conservaba sus pequeños labios rojizos y sus mejillas sonrosadas, pero al mismo tiempo sus ojos se encontraban apagados y enormes ojeras (producto de las extensas noches de estudio) arruinaban su rostro demostrándole lo necesario que se había vuelto el maquillaje para ella seguir viéndose presentable.
No siendo capaz de soportar aquella imagen de si misma se dio la vuelta como queriendo apartarse del reflejo de la tienda, se alejó de forma tan rápida y brusca que termino chocando contra algo y cayéndose al suelo, logro sentarse en el piso con leves quejidos intentando recuperarse del golpe.
—Rayos, una bien y tres mal, maldita suerte la mia.—
Agradeció mentalmente el tener un gran sentido de la moda de forma que su ropa por más barata que fuera aún seguía siendo hermosa, lloraría el día en que no se pudiera ver como el infierno sobre ruedas. Y en cuanto se graduará seria la doctora más sexy que allá pisado el mundo, o al menos aquel era el plan, no estaba muy segura de que tan sexy podría verse con una bata blanca como uniforme. En el local pudo conseguir un par de cosillas lo suficientemente bonitas como para estar en su armario, para su buena suerte también habían salido mas baratas por algunos pequeños desperfectos que le quitaban valor, desperfectos que ella había aprendido a arreglar con muchísima paciencia.
Volvió a ver la vidriera de aquella lujosa tienda, pero esta vez se sorprendió viendo su reflejo, este mostraba a una chica la cual había perdido algunos kilos encima y no su saludable cuerpo que solía poseer, hizo una mueca ante la vista, parecía enferma. Por suerte aún conservaba sus pequeños labios rojizos y sus mejillas sonrosadas, pero al mismo tiempo sus ojos se encontraban apagados y enormes ojeras (producto de las extensas noches de estudio) arruinaban su rostro demostrándole lo necesario que se había vuelto el maquillaje para ella seguir viéndose presentable.
No siendo capaz de soportar aquella imagen de si misma se dio la vuelta como queriendo apartarse del reflejo de la tienda, se alejó de forma tan rápida y brusca que termino chocando contra algo y cayéndose al suelo, logro sentarse en el piso con leves quejidos intentando recuperarse del golpe.
—Rayos, una bien y tres mal, maldita suerte la mia.—
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Lazarus Kalevi
Una insípida tarde,
que se desvanecía entre comercios y aparadores,
se volvió memorable cuando topó conmigo
una mirada rojiza
que se desvanecía entre comercios y aparadores,
se volvió memorable cuando topó conmigo
una mirada rojiza
Point of view
"A cielo y tierra estremecen los espasmos de ternura."
"A cielo y tierra estremecen los espasmos de ternura."
En el departamento de relaciones exteriores de su natal Finlandia, el Kalevi gozaba de cierta fama debido a dos peculiaridades que solían distinguirlo de otros delegados; la primera era esa férrea manía que poseía de siempre demandar casas con sótano como habitáculos personales en estadías largas, aún si era su propio bolsillo quién debía pagarlas, y la segunda era esa completa propensión a viajar ligero.
Donde usualmente era un embrollo lidiar con fletes aéreos, servicios de paquetería transnacional y múltiples formas y permisos aduaneros, las embajadas no podían mirar con nada más que afecto incipiente al pelirrojo embajador cuyo único equipaje solía ser el de mano.
Cuándo las inevitables desventajas de su inusual estilo de viaje se hacían presentes, el embajador tampoco realizaba grandes aspavientos ni generaba inconvenientes inusuales. A lo máximo se limitaba a solicitar al chófer o a su asistente que le dejaran en algún centro comercial de la zona y entonces procedía a perderse un par de horas hasta aparecer de nuevo en casa con anexiones a su guardarropa o algún olvidado utensilio de índole personal.
Justo como ocurría en este momento.
—Por favor vuelva con el chófer a la residencia o simplemente dele las instrucciones pertinentes y le aseguro que se le comprará todo lo que estime necesario. Si son adiciones a su armario lo que requiere, agendaré una cita con el sastre o la tienda que prefiera.— Insistió su asistente al otro lado del teléfono con tanta cruda desesperación, que Lazarus por un momento consideró regresar al estacionamiento para evitarle al muchacho un colapso nervioso.
—Demoraré máximo una hora y el chofer ya fue instruido de volver por mí. Rélajate, Virtanen.—Comandó con el tono de voz de quien esta a dos segundos de ceder al impulso de colgar.
Llevando el humeante vaso de papel a sus labios, sopló un par de veces el liquido oscuro y bebió un pequeño sorbo, esperando que el delicioso sabor del chocolate le diera la paciencia necesaria para lidiar con el novato.
—¡E-Es peligroso que vague solo por Bucarest, embajador!— Respondió el asistente en un desesperado intento de convencimiento y el Kalevi soltó un bufido al micrófono, su puntuado silencio remarcando lo ridículo de la aseveración. "¿Me has visto bien?" Quiso preguntar. "¿Que parte de mi te parece indefensa ante los peligros mundanos?"
Aún sin revelar lo aterradora que podía resultar su naturaleza sobrenatural, los dos metros del embajador, sus helados ojos grises y su apariencia dura y salvaje, solían ser más que suficientes para disuadir a la mayoría de la población de siquiera intentar acercarse a él.
Incluso en ese preciso instante, con la mirada distraída en los aparadores y la mano derecha sosteniendo el vaso de papel mientras hablaba por el manos libres, las personas a su alrededor se apartaban de su paso de manera casi instintiva.
Quizás fue por esto que le tomó un par de segundos registrar que era lo que había pasado, cuando repentinamente se encontró con el resto del chocolate derramado en su mano y camisa.
Decir que el golpe ni siquiera lo había movido era correcto. Su brazo aun seguía en la misma posición exacta, aunque el líquido era un asunto totalmente distinto. En la fracción de segundo que le tomó levantar la vista del vaso casi vacío, sus pupilas captaron el borrón negro, blanco y rojo que se precipitaba hacia el suelo y en un acto reflejo se aferró a la persona para evitar su caída.
Sin embargo, el problema con la ropa barata y la fuerza sobrenatural, es que no suelen combinar bien.
Un sonido de desgarre se hizo presente por unos instantes y el Kalevi se encontró sosteniendo un trozo de tela entre los dedos mientras la chiquilla terminaba despatarrada en el suelo. Crispando el rostro en simpatía al mirar su posición en el suelo, dejó el vaso en una jardinera cercana y se apresuró a inclinarse para auxiliar a la chica. —¿Se ha hecho daño?— Cuestionó al ofrecerle el antebrazo como punto de apoyo.
—Despacio. Si le cuesta ponerse de pie, puedo llevarla al módulo de Emergencias sin ningún problema.— Ofreció con un atisbo de preocupación al contemplar la pálida y desmejorada apariencia de la chica. Una pizca de culpa ardió brevemente en su interior al notar la aparente fragilidad de la menor.
Con ese largo cabello negro y el bonito rostro de muñeca, el vampiro no podía evitar sentir cierta ternura hacia la niña, aumentada incluso por lo desafortunado de la situación. —Lo lamento, traté de frenar la caída pero me temo que... —Extendiendo la mano libre, mostró el desgarrado trozo de tela y desvío la mirada hacia si mismo, tratando de dispensarle un poco de dignidad a la jovencita.
La mancha café que resaltaba contra el blanco impoluto de la camisa del embajador, todavía humeaba ligeramente y el dorso de su mano presentaba el alarmante tono rojizo propio de las quemaduras, mostrando lo caliente que había estado el liquido con el que se había escaldado. "Es un alivio que no la salpicara." Pensó de forma abstraida antes de dedicarle una sonrisa amable, ese tipo de gesto empatico que se da cuando alguien detecta que el otro lo está pasando fatal.
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Qu Xiao
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El golpe la había dejado un poco atontada por lo que tardo un poco de tiempo en notar que su ropa se hallaba desgarrada, sus mejillas se colorearon rápidamente de vergüenza mientras que intentaba esconder la piel expuesta. No podía estar segura de si sus ganas de llorar se debían a la vergüenza o a que una de sus prendas parecía no tener ningún remedio. Sostuvo la bolsa de su reciente compra contra si misma como una forma de ocultarse a si misma de forma más cómoda, algo frustrada observo al extraño con una pequeña mueca similar a una niña pequeña apunto de largarse a llorar, sabia que aquel desconocido no tenia la culpa de nada, pero tampoco podía evitar mirarle de aquella forma.
—E-Estoy bien, creo, muchas gracias por intentar detener mi caída. — Tartamudeo aceptando la ayuda del contrario muy apenada, con su diestra tomo lo que restaba de su prenda suspirando mientras con la zurda tenía asida con fuerza la bolsa que la cubría. Se insulto así misma de una y mil formas, en diferentes idiomas e incluso maldiciendo a su madre por haberla traído al mundo a pasar vergüenza, la asiática no se podía imaginar alguna otra ocasión en donde hubiera pasado por alguna situación casi tan bochornosa como esa.
Al reparar su vista en el hombre no pudo evitar empalidecer al verle con una gran mancha de café en aquella camisa, que a simple vista mostraba ser de un precio bastante elevado y aunque la asiática siempre se jactaba de su intelecto superior no había que ser un genio para saber que ella fue la causante de todo ello, pobre Qu ahora ocupaba el lugar de la chica que antiguamente se hubiera burlado y el solo tener eso en su mente la hacia sentirse aun peor. Todo un combo de sentimientos de culpa, vergüenza e ira para consigo misma se encontraba viajando por la mente de la joven.
—¡Siento mucho lo de su camisa! Si lo desea puedo comprarle otro café o comprarle otra camisa… Solo que debería esperarme un poco con ello, recién acabo de gastar lo que quedaba de mi sueldo. — Su voz fue disminuyendo a medida que hablaba hasta el final de la frase, mientras que su mirada se había instalado en el suelo como si aquellos zapatos simples negros fueran la cosa más interesante del lugar.
—Oh, cierto, olvide presentarme por los nervios, mi nombre es Qu Xiao…— Se corto antes de haber pronunciado su apellido mientras hacia una reverencia de disculpas/presentación como su cultura le había enseñado, ahora su rostro se hallaba más rojo debido a la enorme vergüenza de toda la situación.
—E-Estoy bien, creo, muchas gracias por intentar detener mi caída. — Tartamudeo aceptando la ayuda del contrario muy apenada, con su diestra tomo lo que restaba de su prenda suspirando mientras con la zurda tenía asida con fuerza la bolsa que la cubría. Se insulto así misma de una y mil formas, en diferentes idiomas e incluso maldiciendo a su madre por haberla traído al mundo a pasar vergüenza, la asiática no se podía imaginar alguna otra ocasión en donde hubiera pasado por alguna situación casi tan bochornosa como esa.
Al reparar su vista en el hombre no pudo evitar empalidecer al verle con una gran mancha de café en aquella camisa, que a simple vista mostraba ser de un precio bastante elevado y aunque la asiática siempre se jactaba de su intelecto superior no había que ser un genio para saber que ella fue la causante de todo ello, pobre Qu ahora ocupaba el lugar de la chica que antiguamente se hubiera burlado y el solo tener eso en su mente la hacia sentirse aun peor. Todo un combo de sentimientos de culpa, vergüenza e ira para consigo misma se encontraba viajando por la mente de la joven.
—¡Siento mucho lo de su camisa! Si lo desea puedo comprarle otro café o comprarle otra camisa… Solo que debería esperarme un poco con ello, recién acabo de gastar lo que quedaba de mi sueldo. — Su voz fue disminuyendo a medida que hablaba hasta el final de la frase, mientras que su mirada se había instalado en el suelo como si aquellos zapatos simples negros fueran la cosa más interesante del lugar.
—Oh, cierto, olvide presentarme por los nervios, mi nombre es Qu Xiao…— Se corto antes de haber pronunciado su apellido mientras hacia una reverencia de disculpas/presentación como su cultura le había enseñado, ahora su rostro se hallaba más rojo debido a la enorme vergüenza de toda la situación.
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Lazarus Kalevi
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se volvió memorable cuando topó conmigo
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Point of view"A cielo y tierra estremecen los espasmos de ternura."
Escaneando el rostro de la chica en busca de respuestas, el acero se encontró con una mirada rubí sospechosamente brillante y una expresión de tan dulce desvalía que incluso un corazón tan inerte como el suyo, no pudo evitar compadecer.
Y es que la jovencita presentaba un cuadro lamentable: Conteniendo el llanto a punta de voluntad al tiempo que trataba de mantener el decoro con simples bolsas de compra mientras sus mejillas traicionaban la obvia vergüenza que sentía, la apariencia de la chiquilla le hacía recordar al finlandés aquellos eventos de caceria donde dos o más sabuesos se las ingeniaban para acorralar a un corzo contra una ladera empinada. En pocas palabras, la pobre criatura lucia tan hostigada, que era difícil mirar.
Dándose cuenta de como esta clase de situación podría lucir para un tercero, el vampiro frunció levemente el ceño antes de negar con un gesto y responder.
—Aunque es un alivio ver que se encuentra bien, resulta innegable que mi torpe intervencion terminó perjudicándola, por lo que su agradecimiento es inmerecido.— Ayudándola a incorporarse, Lazarus utilizó su propia corpulencia para ocultarla de la vista de miradas indiscretas y señaló con un ademán la tienda de ropa más cercana. —Entremos allí.— Sugirió de una forma que sonaba a todo menos a una sugerencia.
Ni siquiera medio siglo de constantes interacciones sociales, habían logrado quitarle al Kalevi ese aire imperioso que conservaba de su Real vida mortal.
Bajando la mirada hacia ella para incitarla a moverse hacia el establecimiento, su rostro adquirió una expresión de ligero desconcierto al escucharla ofrecerse a comprarle otra camisa.
"Adorable" Pensó con gracia al bajar el rostro más y más, fingiendo que necesitaba la cercanía para escucharla cuándo en realidad su perfecto oído la habría escuchado murmurar incluso a media cuadra. Dedicándole una sonrisa traviesa que apenas y se dejó ver un par de segundos, respondió —Es chocolate, señorita. Nada que un servicio de tintorería no solucione.—
La diversión en su tono se apagó un poco al verla mirar hacia el suelo por lo qué irguiendose por completo nuevamente, volvió a dirigirle la palabra. —Hey, mireme por favor.— Pidió endulzando la voz. —Todo esta bien, no tiene nada de que preocuparse.— Reaseguró con amabilidad, brindándole una de las raras y cariñosas sonrisas que solía reservar a sus donantes más jóvenes.
Fijando sus pupilas en la mirada de la niña, incluso fue tan lejos como para utilizar una pequeña porción de su encanto: La leve forma de hipnosis que generalmente se utiliza para aplacar el terror de una víctima potencial, fue empleada de forma harto más inocente para intentar reconfortarla.
Aun así, el vampiro se encontró a si mismo renuente a despegar la mirada de ella pues algo que no lograba identificar, le hacia difícil el apartar la vista de su rostro y expresiones.
Ignorando con tacto el aire inconcluso de la presentación de la chica, el embajador imitó la reverencia aunque un ojo conocedor habría captado la cuidadosa forma en que había evitado inclinar demasiado la cabeza. — Incluso en circunstancias tan poco habituales, es un absoluto deleite conocerla, señorita Qu. Lazarus Kalevi, a su servicio.— Replicó con cortesía al gesticular nuevamente hacia la tienda y avanzar a la entrada.
— Tomaré ventaja de su ofrecimiento a una taza de café en una cita posterior, con la única condición de que me permita resarcirle el desperfecto justo ahora.— Negoció con soltura, poniendo en juego todo el encanto diplomático que poseía para convencerla. —Sería vergonzoso de mi parte el dejarla marchar así y por desgracia carezco de un saco que ofrecerle, por lo que le ruego me permita comprarle un sencillo presente para salir del aprieto.— Poniendo una expresión de galante esperanza, inclinó levemente la cabeza como si estuviese pidiendo un enorme favor. —Si esto le genera algo de conflicto, piense en que puede balancear las cosas más tarde, con DOS cafés, en lugar de uno.— Continuó con una sonrisa cómplice y un brillo divertido asomandose en el fondo de las plateadas pupilas.
—Por favor, señorita Qu Xiao— En sus labios, el nombre de la joven resonó casi como una plegaria. Íntimo, atesorado e invaluable, cualquier persona estaría convencida de que su nombre estaría seguro en esa boca.
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Qu Xiao
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Se sorprendió así misma al encontrarse siguiendo la pequeña “petición” usualmente solía ser mas terca y dar mas lucha en cuanto a llevar la contraria a los demás, suizas era por el hecho de como se encontraba y el no estar dispuesta a seguir mostrándose delante de los ojos curiosos de los demás compradores. Por lo que aprovechando la diferencia física con el contrario se escondió detrás de él hasta llegar al local donde pudiera escapar de las miradas que tanto le llegaban a incomodar.
El escucharle hablar a aquel extraño maravillaba a Qu quien sentía que se encontraba hablando con alguien de la realeza, estaba bastante acostumbrada al palabrerío actual y vulgar de sus compañeros de especialidad, entonces escucharle hablar a un completo desconocido de una manera tan “elevada y aristócrata” era como un soplo de aire fresco para la joven, quien solo se limitó a observar con admiración a aquel hombre, incluso su porte era totalmente caballeroso a sus ojos. Le hacia sentirse nuevamente como la pequeña de 13 años que deseaba ser una princesa a toda costa, incluso después de los 16 años el mismo sueño había resultado presente en la adolescente soñadora con todo un mundo adelante.
Pero, recordó las constantes palabras de su madre y la desconfianza con el mundo en general, por lo que se preguntó qué tipo de intenciones tendría ese hombre, nadie podía ser tan amable con alguien que claramente tuvo la culpa de todo ¿Verdad? En el ambiente en que había crecido la mayoría de cosas se hacían por interés o por un intercambio de favores, nada era gratis en este mundo… Y eso era algo que había aprendido demasiado bien.
Y como si sus pensamientos estuvieran en contra de ellos mismos, las palabras del señor Haleví no hacían otra cosa que tranquilizarla y hacerle sentir segura, para Qu era un poco frustrante el hecho de que sus propios pensamientos la traicionaran y su cerebro mandara reacciones nerviosas para quitar el estado de alerta e incomodidad que hasta hace unos segundos poseía.
—Entonces serán dos tazas de café, con una yo misma no me sentía satisfecha.— Sonrió bastante más relajada sintiéndose a gusto con la ayuda recibida creyendo que todo eso era bondad inmerecida luego de que después de todo fue ella la causante de todo el problema.— —Compre unas camisas recién, hay que hacerle un par de refacciones, pero me servirán para taparme hasta que logre llegar a mi vivienda, ya usted fue extremadamente amable conmigo.—Explico lentamente aferrándose a su bolsa para reafirmar su punto e ignorando el hecho de que sintió sus mejillas arder al escucharle pronunciar su nombre.
El escucharle hablar a aquel extraño maravillaba a Qu quien sentía que se encontraba hablando con alguien de la realeza, estaba bastante acostumbrada al palabrerío actual y vulgar de sus compañeros de especialidad, entonces escucharle hablar a un completo desconocido de una manera tan “elevada y aristócrata” era como un soplo de aire fresco para la joven, quien solo se limitó a observar con admiración a aquel hombre, incluso su porte era totalmente caballeroso a sus ojos. Le hacia sentirse nuevamente como la pequeña de 13 años que deseaba ser una princesa a toda costa, incluso después de los 16 años el mismo sueño había resultado presente en la adolescente soñadora con todo un mundo adelante.
Pero, recordó las constantes palabras de su madre y la desconfianza con el mundo en general, por lo que se preguntó qué tipo de intenciones tendría ese hombre, nadie podía ser tan amable con alguien que claramente tuvo la culpa de todo ¿Verdad? En el ambiente en que había crecido la mayoría de cosas se hacían por interés o por un intercambio de favores, nada era gratis en este mundo… Y eso era algo que había aprendido demasiado bien.
Y como si sus pensamientos estuvieran en contra de ellos mismos, las palabras del señor Haleví no hacían otra cosa que tranquilizarla y hacerle sentir segura, para Qu era un poco frustrante el hecho de que sus propios pensamientos la traicionaran y su cerebro mandara reacciones nerviosas para quitar el estado de alerta e incomodidad que hasta hace unos segundos poseía.
—Entonces serán dos tazas de café, con una yo misma no me sentía satisfecha.— Sonrió bastante más relajada sintiéndose a gusto con la ayuda recibida creyendo que todo eso era bondad inmerecida luego de que después de todo fue ella la causante de todo el problema.— —Compre unas camisas recién, hay que hacerle un par de refacciones, pero me servirán para taparme hasta que logre llegar a mi vivienda, ya usted fue extremadamente amable conmigo.—Explico lentamente aferrándose a su bolsa para reafirmar su punto e ignorando el hecho de que sintió sus mejillas arder al escucharle pronunciar su nombre.
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