Entre odio, nieve y estrellas | Priv.

Vaya noche había pasado Gianfranco al lado de Paulette, esa mujer que parecía tener una fuente inagotable de júbilo y energía, una experta curadora de arte que encendía llamas en cada reciento en el que se hacía de presencia, por su tan característica extravagancia mezclada con elegancia y qué decir del ígneo infierno que era capaz de desencadenar al lado del italiano, en lo más profundo de sus sabanas, —creo que tu “noviecita loca” estaba por ahí, seguramente nos vio juntos y ahora se volverá una desquiciada… oh Gianfranco, debiste quedarte aquí, sabes lo mucho que deseaba que estuvieras a mi lado, esta fiesta se volvió tan aburrida cuando te fuiste y… ¿pero qué fue ese ruido? ¿no se suponía que estarías en esa casa a las afueras de Bucarest donde tanto te gusta ir a esconderte?— esa dama realmente era hermosa y una de las mejores socias de Von Teese, pero no sabía cuál era el momento más prudente para dejar de hablar y él ya estaba fastidiado de soportar el tener que escuchar tanta palabrería.


—No lo sé, pero llevo horas escuchando todos esos ruidos, será mejor que averigüe qué diantres está pasando en mi casa— a pesar de que él arribó a su “hogar” a altas horas de la noche, transitando por carretera en un hostil clima nevado desde la ciudad hasta los límites de esta, se percató del terrible desorden que había en su pacífica casa, incluso estuvo a nada de tropezar con algunas cajas que se encontraban abandonadas a la mitad del salón principal, ¿qué era todo ese desastre y quien era el autor intelectual de atentar en contra de la serenidad de ese inmueble que él considera como su santuario propio?.


Sin más que agregar a esa insípida conversación con su amante, el italiano concluyó esa llamada telefónica, lanzando su móvil a uno de los extremos de su amplia cama para ponerse de pie, estaba dispuesto a abandonar su oscura habitación para indagar sobre lo que ocurría en su residencia; su severo problema de insomnio no le había permitido dormir absolutamente nada y toda esa revuelta que efectuaban los otros tres inquilinos de esa vivienda, no le eran de mucha ayuda.


Con esa camisa blanca a medio abotonar, esos finos pantalones grises que sin duda pertenecían a un selecto traje hecho a su medida y ese elegante calzado negro, evidenciaban a un exitoso hombre de negocios que exigía un profundo respiro de su ajetreada vida laboral y personal, —¿qué es lo que se supone que haces?— Gianfranco cuestionó de inmediato, con un profundo y adusto tono de voz mientras se cruzaba de brazos, con la intención de contemplar con desaprobación las acciones de su leal mayordomo, —la señora Eli me pidió amablemente, que la ayudara a colocar todos estos adornos por la casa, solo sigo las órdenes de su esposa— el rostro de Von Teese se llenó de un pedante asombro con la respuesta de ese caballero; cómo fue que un sujeto como el italiano, acostumbrado a relacionarse con cierto tipo de féminas, terminó desposando a una “princesita de cuento de hadas”, esa era una muy larga historia sin embargo, en cuanto los ojos del pelirrojo se enfocaron en aquellas cajas, notó algo realmente singular, —te dije hace años que te deshicieras de esa basura, ¿cómo fue que Elizabeth los encontró?— se trataban de los mismos adornos navideños que su querida nana, solía usar para decorar esa enorme casa en Italia que él compartía con su hermano, cuando eran apenas unos niños, antes de que el mayordomo pudiera dar una explicación, la atención de Gianfranco se vio captada por algunas risas y ruidos provenientes de la cocina, —retira todo eso, no quiero ver absolutamente nada de esto cuando regrese— sentenció, bajando los brazos para darse media vuelta, —pero… la señora Eli dijo…— y encaminarse hacia esa zona de la residencia en donde se encontraba su frágil esposa, no sin antes dejar en claro que, —¿desde cuándo las palabras de la señora tiene más valor que mis órdenes?—, el mayordomo vio como su jefe se alejaba, no deseaba descolgar la decoración, pero tampoco quería tener problemas con el pelirrojo, así que salió al jardín para buscar aquel pino que la joven dama le había solicitado desempolvar.


Los ventanales de esa casa exponían un frío paisaje, una espesa capa de nieve ornaba el jardín sin embargo, el interior de esa cocina era incandescente, no por lo que fuese que estuviesen preparando ese dúo de féminas en el horno sino, por el hecho de que Elizabeth se encontraba ahí, dejando que su juguetona risa escapará inocentemente de sus asalmonados labios, provocando una curva de regocijo en la cansada faz de Evanthe, esa anciana que era como una verdadera madre para él, —¿me puedes explicar que es todo esto Elizabeth?— cadente de tacto, la imposición de Gianfranco truncó la amena charla entre la octogenaria y esa jovencita, tomando de esa bandeja una de esas galletas entre su enorme mano, para mostrársela, como si ello fuera la evidencia de una falta imperdonable, —solo me fui unos días de aquí y cuando regreso, mi casa se ha convertido en un aparador de tienda departamental… que seas mi esposa y vivas aquí, no te da ningún derecho a ir por ahí revisando mis cosas— su tono de voz iba en aumento, ¿estaba molesto? todo apuntaba a que si, quizá aún no olvidada la llegada de esa mujer y esa peculiar pintura que le obsequio como regalo de bienvenida, tras husmear en los cajones de su escritorio —Gianfranco por favor, es la primera vez que Eli pasara una navidad lejos de su familia, intenta ser comprensivo y un buen esposo con ella— la dama mayor intentó tranquilizar la situación, —nana, esto es entre mi esposa y yo—.


La anciana arrugó el entrecejo, estaba molesta por la actitud del italiano no obstante, prefirió solo escuchar a la par que sujetaba la suave mano de la menor con la propia, buscando hacerla sentir protegida a su lado, —sabes lo mucho que detesto estas cosas y aun así sigues jugando a la repostera… por qué no me preparas un verdadero desayuno, tal vez eso me termine de convencer para que te permita que sigas quitándole el buen gusto a mi casa… también quiero que lo lleves a mi habitación después de todo, esa es una de tus obligaciones como mi esposa, entre otras que aún parecen darte mucho miedo de cumplir…— sus palabras estaban dirigidas a la jovencita y esa última frase hacía alusión a esas múltiples ocasiones donde él, estuvo a punto de arrancarle la ropa a esa mujer, pero se detenía al percibir esa endeble anatomía temblando entre sus brazos, —¡Gianfranco! por favor…— de nuevo intercedió la nana, él solo sonrió con malicia, confiado en que Eli entendería muy bien a lo que él se refería, —iré a ducharme, pero te quiero en mi habitación en quince minutos— tras su exigente petición, se dio el atrevimiento de catar el fragante aroma de esa galleta recién horneada que tenía en su mano, descubriendo esa tradicional esencia a canela se solía usarse en esa época del año, la colocó en el lugar de conde la había tomado y sin más, salió de la cocina para marcharse a su dormitorio, a pesar de negarlo y pregonar que detestaba las libertades que su esposa se daba para con esa residencia, muy en el fondo, volvía a experimentar la calidez de esa celebración de invierno, tal y como lo hacía cuando solo tenía seis años, sin duda Elizabeth había llegado para darle luz a esa lúgubre casa.