¿Quién sabe de hechizos que duerman las penas? | Priv Strix

"—Se dice que el trueno y el rayo son la cólera de Dios sobre la tierra, y la lluvia, las miles de lágrimas que los ángeles derraman en la tierra por la maldad de los hombres. Y es que hijo mio, en el mundo hay tanta maldad, como no eres capaz de imaginar..."

Contemplando el grueso espesor de la cortina de lluvia que caía desde el ennegrecido cielo, esa vieja conversación  volvió a la memoria del vampiro.

Incluso si la mención del dios ajeno traía un sabor amargo a sus labios, el recuerdo de la anciana voz del caballero francés que la acompañaba, era un bálsamo lo suficientemente poderoso como para despejar su humor.

Por desgracia, el mismo milagro habría sido imposible para las cargadas nubes de tormenta sobre su cabeza.

Fijando los claros ojos en el cielo y  agudizando su nariz, Lazarus no tardó en concluir que el chubasco no amainaría pronto. Peor aún, el todavía lejano sonido de truenos en el norte, era un claro pronóstico de que los relámpagos no tardarían en unirse al paisaje.  

Él estaba bien con ello.

Mojarse no suponía más allá de una leve irritación y, aunque probablemente terminaría hecho una sopa si caminaba hasta la estación de metro más cercana, estaba seguro de que el móvil en su bolsillo podría soportarlo.

Los importantes, delicados e irreemplazables documentos guardados en el bolsillo interior de su gabardina, eran una cuestión totalmente diferente.

Resignándose a tener que llamar un servicio de taxi, sacó el móvil justo a tiempo para que la pantalla se iluminase y una mensaje de su asistente le sacara del predicamento.

Vendría por él en alrededor de treinta minutos para conducirlo a la nueva residencia que la embajada le había asignado, su equipaje por fin había llegado y le esperaría según las estrictas indicaciones que había emitido en el acuerdo previo. Tecleando su aceptación a toda prisa, compartió su ubicación y guardo el teléfono.

Una vez que eso estuvo resuelto, se preguntó si debería bajar una calle más e ingresar a alguna de las numerosas cafeterías que decoraban la pintoresca calle. La idea no le resultaba atrayente en lo absoluto, pero con el viento sumandose al aguacero, quedarse bajo el pequeño toldo plástico que actualmente le servía de refugio, ya no era una opción

Ciñendose el abrigo para proteger su frágil carga, se aventuró calle abajo hasta que un pequeño escaparate llamó su atención de reojo.

Detrás del cristal transparente, una vasta colección de cristales, plantas y pequeños artilugios diversos, brillaban acogedores bajo la cálida luz encendida.
Aún con la puerta cerrada y el intenso olor a lluvia envolviéndolo todo, la nariz del Kalevi le habló de cierto aromas claramente mágicos. Tales fragancias como incienso, hierbas y sales no resultaban fuera de lugar en cualquier tienda aficionada al tema, pero la subyacente fragancia de cierta planta raramente asociada a la charlatanería fue suficiente para picar su curiosidad

Después de todo, al haber sido recientemente transferido a esta embajada, tarde o temprano tendría que buscar un nuevo proveedor de las pociones que necesitaba para mantener el delicado arreglo en su sótano.

Siendo de la idea de que no existía mejor momento que el ahora, tomó el picaporte y entró al establecimiento.

El sonido de la campanilla de la entrada anunció su presencia al tiempo que el pelirrojo, parándose cuidadosamente sobre el felpudo bajo el dintel, sacudía sus ropas, cabello y zapatos del exceso de agua.

— Buenas noches.—

Saludó en voz alta, pues a pesar de ver que el mostrador se encontraba vacío, un ligero tintineo en alguna parte del sitio le indicaba que había alguien allí.

Secando las gotas que escurrían por su rostro con la parte interna de la manga de su camisa, se inclinó hacia una de las estanterias cercanas y estudió cuidadosamente el grabado en un pequeño dije, buscando errores en el sigilo que componía un sencillo conjuro de protección.