Dance with the dark [Priv.]

Una de las cosas que más odiaba de los antros era aquel asqueroso hedor a tabaco. Sentía que la ropa quedaba impregnada a cigarro y esa obsesión suya por el humo no la dejaba concentrarse en nada. ¿Cuántos minutos tendría que esperar hasta que apareciera su objetivo? ¿Horas tal vez? La sola idea la ponía nerviosa, pasándose la diestra por la nuca mientras se mordía el labio inferior. La hacker nunca había sido de salir mucho, ir a pubs, o en sí estar rodeada de gente que no tenía ningún reparo en pegarse a tu cuerpo mientras ‘bailaban’. No era de aquellas que desechara el contacto físico pero todo tenía sus límites. — ¡Hey! — Golpeó el dorso de una mano atrevida que se había colado por su cintura mientras la humanoide se movía entre el gentío que saltaba, se movía, gritaba y reía en la pista de baile. No pudo distinguir quién fue su dueño por las luces que parpadeaban de forma molesta en el oscuro lugar. Aunque no podía negar que la música era buena… por ahora.

Buscó colarse hasta la zona de las mesas en las que la gente solía hacer conversación de pie mientras disfrutaban de sus bebidas, con la mala suerte que una chica se tiró hacia atrás entre carcajadas y entre borracha, y dios sabrá qué otra droga tenía en el cuerpo, le vació lo que le quedaba de cóctel encima a Hanna. Quedando con los jeans con olor a mojito. Incómoda, húmeda, y con tal cabreo que empujó de mala forma a la chica, se fue hasta una de las mesas en las que mayor visibilidad tenía del pub. Arriba, en el segundo piso, había una zona VIP, que según sus fuentes se estaba celebrando una reunión de la mafia.

Para alguien como ella, lo más cómodo hubiera sido hackear el sistema de seguridad para tener acceso a las cámaras del pub, sin embargo, necesitaba contactar con la persona que había encendido las alertas de Macbeth en la web. Y no cualquiera podía decir que era blanco de atención de la pato, sin mencionar que tampoco estaba segura si aparecería aquella noche.

— ¿Estás sola? — Se acercó un rubio alto, fornido, joven, típico jugador estrella en el campus de alguna universidad americana, con dos botellas de cerveza en la mano. ¿Estaría de intercambio? No hablaba bien rumano. — ¿Te puedo invitar a un trago?

Hanna frunció los labios — Estoy esperando a alguien. — Dijo sin saber si aquella escueta respuesta desanimaría lo suficiente al tipo para que la dejara en paz.

Un movimiento de manos directo a los labios. El par de ojos azules que obedecían su mirar no se apartaron ni un segundo de la pantalla. Con solo una mano seguía siguió tecleando rápido sobre su celular de gama media, deslizando sus dedos tecla por tecla, botón por botón. El cigarrillo finalmente llegó casi como un obsequio. Una pequeña calada, inhaló hondo y el cobijo que necesitaba al fin apareció. Sin prisa ni pausa después de haber llenado sus pulmones, poco a poco se hizo paso entre su boca y salió. El humo se dispersó en el ambiente tan efímero como el pequeño suspiro que había dado. Chiara Critelli, o para los conocidos, simplemente Chiara. Una muchacha común y corriente, simple y humana como una más del montón. Toda persona que la conociera de otra ocasión estaría de acuerdo, por mucho, en que un pub de ese estilo era el último lugar donde esperarían encontrársela. De no ser por el sabor de la nicotina, ¿siquiera llegaba a compartir algo con el mundo que la rodeaba esa noche?  

«Eres un completo idiota, ni siquiera sabes por qué estoy enojada»

Y enviado. Bien entonces, ¿qué era lo que la traía esa noche a aquel lugar tan ajeno a sus principios? En una mesa casi apartada del resto, terminó por pedir el relleno de su vaso. Ni siquiera sabía mucho sobre alcohol ni tipos de tragos, qué va. Había pedido recomendaciones de algo dulce y al final resultaba ser que no estaba tan mal. Hasta ahí más o menos llegaba lo cotidiano de su actuación. Adrede o no, el aura que transmitía la italiana era un clásico no te acerques, no me interesa. Sola en un lugar de mala muerte, apartada del resto e inmiscuida completamente en su teléfono celular. Por lo demás, usaba ropa holgada y formal, sin escote y sin mucho arreglo. Su aspecto incluso desde cierta perspectiva le sentaba unos años de más y se leía por todas partes que no era del tipo amistoso o que buscara algún tipo de diversión para la noche. Y si eso no era suficiente, siempre estaba el factor que no tenía mucho que ofrecer el ir tras ella. Lucía más bien como una trabajadora amargada y sosa que llevaba horas discutiendo con alguien por celular con unos nervios del asco.  

—Gracias —masculló sin darle mayor relevancia al chico que traía su pedido. Apagó el cigarrillo en el cenicero y le dio un trago a su bebida. Según la información que había logrado reunir en la web, en este mismo instante se estaba llevando a cabo una reunión de una mafia local en el segundo piso; mismo del cual tenía una vista semi privilegiada desde donde estaba sentada. Sí, ella estaba una altura más abajo y era imposible que llegara a escuchar u obtener información de lo que se hablaba, mas ellos no eran su presa. Su real interés... toda aquella persona que acudiera allí a vigilar los movimientos del submundo. Desde donde estaba no se enteraría de nada, pero podía ver perfectamente los dos accesos al segundo piso, quienes transitaban por él y también todas las mesas del primer piso que prestaban vista a la zona. Si se llegara a cuestionar el motivo, jamás sabría decir un por qué. Su búsqueda se daba y ya. Hasta ahora había un hombrezuelo que había identificado como ex policía muy interesante a su derecha. Debía tener unos 37 años, según su aspecto físico se había prestado a la desorganización después de remitir. No era gordo, pero resaltaba a la vista que estaba muy lejos de mantenerse en forma. Pelinegro, de barba y sin bigote, altura promedio. Con un descaro tal que iba tomando notas literales de lo que veía en una pequeña y diminuta agenda. Una pequeña sonrisa apareció en su rostro mientras seguía tecleando mensajes cotidianos en el celular, en un algoritmo propio que nadie más sabría interpretar... al menos no al primer vistazo.

— ¡¿Cómo?! — Le respondió el chico acercándose al oído de la investigadora. — Con la música casi no te oigo. — Semigritó, usando la típica excusa del ruido para aprovecharse de disminuir las distancias entre ambos. Hanna rodó los ojos, pensándose seriamente en dejar la búsqueda por hoy e ir a calentarse alguna pizza congelada que tuviera en el refrigerador, pero entonces llegó ella.

Miró al chico de nuevo quien tenía una sosa sonrisa en la cara e intentando imitar su sonrisa le quitó ambas cervezas para comenzar a escabullirse entre las mesas hasta llegar a la que estaba su objetivo. Por el camino empujó sin querer a un sujeto que parecía estar ¿tomando notas? ¡¿Quién tomaba notas en estos tiempos?! ¿Acaso podía ver algo con esa luz? — ¡Lo siento! — Soltó antes de continuar con su camino.

— Eres difícil de encontrar. — Dejó una de las botellas de cerveza frente a la chica, ignorando completamente el hecho de que justo le habían servido un trago, y destapó la otra usando el borde de la mesa. Miró con curiosidad el celular de la contraria, deseando saber a quién le escribía. ¿Podría pedirle el número? Quizás sería más fácil de rastrear. Hizo un pequeño mohín al sentirle olor a tabaco… Todavía podía echarse para atrás con todo eso. — Estás aquí por la reunión de ahí arriba, ¿verdad? — Apuntó al segundo piso mientras decía eso unos tonos más altos para que le fuera fácil escucharla.

Hanna no se tomaba la mafia a la ligera y jamás era descuidada, pero le gustaba ser directa y creía que ésa era la única forma de poder comunicarse con alguien rápidamente. Formó una pequeña sonrisa en su rostro que pronto se desvaneció cuando el mismo chico de antes la tomó del hombro. La había seguido.

— ¡Oye! — No se escuchaba muy feliz. Lo cierto era que parecía cabreado. — ¡¿Te has robado mis birras?!

La hacker chasqueó la lengua, pensándose seriamente en abandonar la situación. Se estaba comprometiendo demasiado.

Todo iba bien, perfectamente bien, hasta que cierta desconocida topó con el hombre al que llevaba vigilando desde hace ya un rato. Incluso a la distancia, pudo ver como el ceño del sujeto se fruncía y murmuraba unas cuantas palabras contra la joven. Rogando y apelando a su suerte, todo fracasó. Como lo previó en fracción de segundos, el misterioso señor terminó por remontarse en un suspiro a otro lugar menos concurrido de la instalación donde pudiera seguir con su trabajo en paz. Chiara solo pudo proferir un profundo suspiro cargado de cansancio y mala fortuna.  

—Mmh —¿qué hacer? Acababa de ordenar algo y hacía de papel de chica solitaria encerrada en peleas conyugales. Sentía que levantarse tan abruptamente para seguir el rastro era demasiado descarado. Pero por otro lado, ¿quién iba a estar observándola a ella? El pequeño sonido fue lo único que escapó de sus labios cuando la chica se sentó a su mesa sin darle mayor importancia. De hecho, ni siquiera se había percatado aun que era la misma que había precedido su tragedia, aunque subconscientemente ya había anotado a su lista de presiones que tenía alguien nuevo con quien lidiar.  

Como si no fuera suficiente, con la dicha casi riéndose en su cara, cuando el chico de las cervezas arribó pudo sentir cómo todo empezaba a desmoronarse a su alrededor. Chiara estuvo a punto de levantarse en el mismo instante haciendo caso al dicho ”tres son multitud”, mas el recuerdo vago de la frase recién dicha al fin hizo click dentro de su cabeza y terminó por dignarse a mirar a la muchacha frente a ella.  

—¿No realmente...? —su voz salió suave y amable, en un tono que con suerte y se podía escuchar a través de todo el bullicio. Pero el sentido de pregunta de su frase prevaleció por sobre toda la escena y su vista se inyectó en su querida no invitada. —No tengo asuntos con ellos, ¿tú sí?

Como si fuera lo más habitual del mundo, y es que en su ápice de neutralidad Chiara siempre se mostraba transparente a quien quiera que se le acercase. Ya fueran policías, ya fueran mafiosos o delincuentes. Siempre que se había visto perturbada en alguna situación así profería la verdad sin estimar qué tan bueno o malo fuera. Tanta honestidad, que algunos incluso llegaban a dudar de la misma, tomándola más que nada como una muchacha demasiado precavida y que nunca se sabía qué había detrás de su cara de póker. Ahora, por siguiente, librarse del chico molesto fue un poco más fácil de lo que creyó.  

El ambiente estaba tenso y parecía que en cualquier momento estaba dispuesto a agredir a la muchacha que recién había llegado y que ahora cimentaba una ola de interés en la italiana. Pero no tenía mucho que hacer, no tenía el carácter ni fuerza para ahuyentarlo. Al menos, aun le quedaba la carta de la decencia, y nada más un joven trajo su pedido de vuelta alertó que las estaban molestando y que no estaba muy segura de qué había ingerido el otro, pero que se estaba poniendo muy violento. ”Por las buenas o las malas”, pensó para sí, ignorando todo lo que se estaba montando fuera de lo que le interesaba. Carraspeó un poco, devolviéndole así la cerveza a la chica. No bebía nada más que destilados. —¿Tienes asuntos conmigo? —directa, imitando más que nada. A su visión, lo mejor era adaptarse a su receptor.

Cuando las cosas se complicaban era la primera bandera roja para la retirada, era una regla primordial para cualquier situación en la vida. Para algunos optimistas se debía continuar por el mismo camino y sortear las dificultades, pero Hanna no era precisamente una mujer que buscara el peligro y estar en circunstancias comprometedoras. Ésa era una de las razones por las que gustaba analizar los acontecimientos antes de dejarse caer en algún embrollo, porque se conocía, y reconocía que podía pecar de imprudente cuando vivía las cosas en piel propia. Era de aquellas personas que podían ver el macrogame desde lejos, pero que cuando estaba inmersa en el juego, le resultaba difícil ver esos detalles que le daban a la lógica el punto fuerte. ¿Cómo aislarse de la situación? ¿De qué forma dejar de comprometerse como una variable más en la partida y echar a un lado sus emociones?

Gracias a los dioses no tuvo que hacer demasiado.

La mujer atrajo la atención de los de seguridad y más pronto que tarde el hombre fue ‘acompañado’ a la salida. No le había respondido a la pregunta que le había formulado antes y tampoco había abierto la boca después, como si un gato le hubiera comido la lengua, o alguien le cosiera los labios, dando un pequeño sorbo a su cerveza mientras la contraria le devolvía la que había dejado sobre la mesa. Tampoco le importaba en demasía el rechazo a la botella, a fin de cuentas no las había comprado ella.

— Sí. — Respondió a su siguiente pregunta acomodándose en la silla, irguiendo su espalda que antes había quedado un poco desgarbada. — Eres ‘La Detective’, o bueno, así te hacen llamar en la web. — Hizo un gesto con la mano quitándole importancia. — Quería conocerte, mis fuentes, y quizás las tuyas tenían la información de cuec una mafia de Bucarest se iba a reunir hoy para hablar de tráfico de personas. — Se pasó la mano por la nuca. — Pero realmente debería estar de cumpleaños un cuñado de la jefa. — Humedeció sus labios. — Verás, difundir un rumor es más complicado de lo cuec parece, debe ser tan creíble cuec me debería rebotar a mí.

Se encogió de hombros y volvió a tomar un trago, sintiendo la boca seca. No le gustaba profundizar en temas que no daban verdadero valor a la conversación, e irse por las ramas era lo opuesto a aprovechar el tiempo.

— Quiero trabajar contigo. Me gusta cuec seas prácticamente un fantasma en la red — la miró a los ojos —, algo cuec demuestra mucha inteligencia. — Se acercó para no tener que alzar la voz más de lo debido. — Soy Molly y tú deberías ser Critelli.

Esperó, quería ver su reacción. Todavía existía la posibilidad de que su investigación fuera en vano y se hubiera equivocado de persona.