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por **Chiara Critelli** Dom Abr 04, 2021 1:12 am

«Un, dos, tres. Contén el aliento.
Un, dos, tres. Ningún movimiento.
Que si saltas te encontrará,
Un, dos, tres. El lobo va ya.»

12 años atrás. 19:53. Viernes. Algún lugar de Puglia.

4Su pulso iba acelerado con el corazón casi saliéndose del pecho. Podía sentir a la perfección los golpeteos al lado izquierdo, los mismos que subían por su cuello y parecían atorarse como un nudo en su garganta. Pero no podía parar. Correr era la única opción. Entre el desgaste físico y mental ya y con suerte podía sentir sus piernas; al principio el exceso le hizo jadear, con pequeños tirones musculares que la adrenalina ahora se había encargado de borrar dulcemente. Sin embargo, había algo que no desaparecía, y era el sabor metálico en la boca que venía siempre a las personas después de una maratón de sobre exigencia.

¿Pero qué más podía hacer?

Chiara nunca había destacado por ser una niña atlética, más bien todo lo contrario. Era del tipo que se saltaba las clases de educación física y deporte cuando podía y prefería mil veces un ordenador o un libro antes de involucrarse en cualquier actividad que requiriese de acondicionamiento físico y moverse demasiado. Y es que en su pequeña cabeza de niña jamás de los jamases pensó que llegaría a una situación similar; lo más cercano eran las mil y una historias que contaban con su hermana, cuando dejaba su imaginación volar y todo estaba plagado de dramas y misterios; policías y detectives con habilidades fantásticas, tanto de deducción como la imperante energía para perseguir y vencer a los villanos.

La calle por la que corría estaba pronta a acabarse y, desconociendo totalmente el lugar casi abandonado de su pueblo, terminó optando por girar hacia la derecha. En sí, de no ser porque estaba casi desértico y la oscuridad del atardecer lo hacía lucir un poco tétrico, el terreno era bastante pintoresco y representativo de lo que, en algún momento, habían sido la mayoría de hogares del sur de Italia. Casas altas y de doble piso, las pinturas eran de múltiples colores ya resquebrajados con el tiempo. En los balcones, alambras ya oxidados conectaban de aquí a allá, uniéndose a casa vecino con el más próximo en un lazo donde en su momento no solo servía para colgar ropa, sino también para decorar la villa cuando había alguna celebración. No pudiendo faltar, también estaba lleno de los clásicos pasillos estrechos entre las casas, creándose calles de piedra de hasta apenas centímetros de ancho. Con un razonamiento simple, era lógico esperar que Chiara tomara el más estrecho donde incluso a una niña delgada y pequeña como ella le costaba pasar.

—¿Ya te sientes segura? ¿podemos pasar al siguiente juego?

Había sido rodeada.

La denuncia no se había aceptado aún, según y por cuanto faltaba tiempo oficial para que pudiera ingresar como desaparición. No obstante, los rumores se habían extendido por el pueblo tan rápido como el hecho había dado a lugar.

Fue nada más dos días atrás, todo el mundo se había llegado a enterar del escándalo que habían hecho los Rossi en comisaría cuando el cuerpo de policía local había declinado la denuncia de desaparición de su hija. Dependiendo de la versión, el padre había llegado a agredir a la policía por lo cual pasó un día de encierro o, desde un principio, lo habían retenido por insultos al cuerpo nacional. Sea como fuere, lo cierto es que tras la policía demostrar el poder que tenían ordenaron a todos que se olvidaran del tema. Y aunque las bocas corrieron la historia, nadie hizo nunca más nada al respecto. Alessandra –quien era la chica desaparecida- cursaba dos años más que Chiara en su mismo instituto, el cual era el único del lugar, por lo que todos los niños de la pequeña ciudad terminaban conociéndose tarde o temprano. No se tenía ninguna pista de lo que había pasado, y algunos hasta barajaban la posibilidad de que en realidad se había escapado con su novio a otra región del sur donde los primos del chico los encubrirían un tiempo. Pero había otra cosa que hacía eco en las calles. Algunas alumnas juraban que habían visto un auto azul patrullar la salida de la escuela el mismo día de su desaparición. La información había terminado llegando a los oídos de la joven italiana y ahora...

—Sal de ahí por las buenas y te juro que lo pasaremos bien —la voz era ronca, viciosa y grave. Una risa estalló en el lugar y ella no pudo evitar encogerse del miedo. Iba a la mitad del trayecto del estrecho callejón -si es que podía llamarse así a la abertura por la que ni cabía un hombre adulto- cuando dos sombras censuraron ambas salidas extremas. Su plan y suerte habían fracasado. ¿Cómo no lo había visto venir? En cuanto vio a un auto azul sospechoso pasearse por el colegio lo había seguido sin más, confiando plenamente en que si tomaba las precauciones necesarias no le pasaría nada y resolvería un caso. Qué va, fantasías de la niñez, soñar con ser un gran detective la había terminado por poner espada contra la pared. Cada vez se alejó más del centro de la ciudad y, cuando vio al auto estacionarse y se ocultó detrás de unas casas, el hombre nada más bajar había empezado a contar en voz alta dándole chance de escaparse.

Por más que lo intentase, estaba congelada en el lugar. Sus extremidades no le respondían y el calor y cansancio de haber estado corriendo sin freno le estaba empezando a afectar. Chiara cerró los ojos, tratando de concentrarse en su única oportunidad. Aún tenía una carta en juego, y es que ninguno de los hombres podía entrar a ese lugar. La tenían acorralada, pero no tenían forma alguna de obligarla a salir. Mientras los hombres distraídos hablaban entre ellos y reían a su costa, juntó todas las energías que le quedaban para pegar un grito de auxilio que resonó por todo el lugar. Jadeante, extasiada. Sí, podía mantenerse así. Mientras pudiera seguir llamando, alguien... alguien tendría que dar con ella. La flor de su esperanza se marchitó tan rápido incluso antes de juntar aire para su segundo grito.

—Vuelve a hacer eso —habló con pereza el más pequeño de los hombres, encajando su pistola a la entrada del pasillo—, y aunque nos quites la diversión, será el fin del juego.

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Info. extra:

por **Edik Belmont** Dom Abr 04, 2021 11:38 pm

In cerca di...

♦ Hace doce años: Puglia- 19:53.— Italia, el país del amor. Sin duda uno de los lugares más turísticos y concurridos que a uno se le pudiera pasar por la cabeza. Desde Taormina, donde se halla el famoso Teatro Antico di Taromina, hasta Venecia, conocida por sus canales y carnavales. El motivo por el que Edik se encontraba en aquel lugar era muy distinto al de cualquier viajero, cuyas intenciones no eran más que sacar fotografías y después presumir con sus allegados de las vacaciones que había disfrutado. Él estaba allí para encontrarles. Era una tarea por la que había estado vagando demasiados años, recorriendo el mundo de un lugar a otro, teniendo que convivir con las frustración de darse una y otra vez con nada más que callejones vacíos y falsos rastros. Sin duda los de arriba sabían ocultarse bien. Los había conocido de primera mano y sabía de lo que eran capaces. Sin embargo eso no lo iba a hacer retroceder, todo lo contrario, disfrutaría mucho más el día en que los tuviera frente a sus ojos. Sus pasos le habían llevado hacia Puglia y, si alguien le llegaba a preguntar, los motivos por los cuales había terminado en ese lugar eran inconcretos. Aquel día el frío no era más intenso de lo normal. Vestía con unos pantalones sencillos de color oscuro, unos zapatos del mismo tono y una camisa blanca. Sobre esta un abrigo cerrado y en su cuello un pañuelo que cubría su piel. Sus manos, como siempre, también estaban enguantadas. Era una costumbre ocultar sus cicatrices, no porque se avergonzase de ellas, sino porque era un motivo más de preguntas que prefería evitar responder. Si algo debía agradecer a su raza es que jamás había tenido especial problema con las lenguas humanas; conocerlas y entenderlas había sido uno de sus pasatiempos sobre sus largos años de existencia, así que aunque su acento no era particularmente bueno, era capaz de comunicarse sin mucho problema con cualquiera que necesitara. Pero claro, él nunca necesitaba a nadie.

Miró su reloj de muñeca, el cual indicó que se acercaban las ocho de la tarde. No cambiaba mucho el movimiento en el lugar. De un lado a otro las gentes seguían su cotidiana vida, rutinaria y monótona. Una rutina que él mismo odiaba pero en la que muchas veces se veía sometido. La parte positiva de todo eso es que sus inciertos pasos le habían llevado a visitar lugares que seguramente, por simple desinterés, jamás hubiese visto. Las casas de piedra con colores deteriorados por el paso del tiempo le recordaban a los tiempos mejores de esas tierras. ¿Mejores? Bueno, eso era un decir, la enfermedad y el hambre jamás ha sido una bendición para la humanidad. El cielo había adquirido un tono anaranjado, seguramente haciendo que algunas parejas lo mirasen con una tierna sonrisa pensando el bello futuro que les iba a esperar juntos. Que mentes tan simples. En lo que a él le concernía, le importaba bien poco lo bonito u no que se viese el cielo. Necesitaba un rastro, una pista, algo que le hiciese tomar por fin un rumbo fijo. Pero nada, de nuevo absolutamente nada. Eso no ayudaba a que estuviera de buen humor, haciendo que ese aura extraña que de base acostumbraba a rodearlo, aumentase. No era extraño ver como algunas personas, de forma inconsciente, mirasen de reojo al hombre como si algo malo estuviese sucediendo. Él, sin embargo, simplemente sonreía con la tranquilidad de alguien que tiene todo resuelto en la vida.

No había nada que le hiciese tener que quedarse más tiempo en ese pueblo, así que sin más tomó rumbo al lugar donde había dejado aparcado su automóvil. ¿Era un derroche comprarse uno nuevo cada vez que viajaba a algún que otro país? Seguramente sí, pero el dinero no era algo que le hubiese llegado a importar en ningún momento. ¿Cuál sería su próximo destino? Seguramente iría hacia el norte. ¿Polonia? ¿Quizás alemania? No lo tenía nada seguro, pero por lo menos tendría algo en lo que pensar. Fue un grito lo que hizo que sus pasos se detuviesen y prestase algo de atención. Las calles ya estaban relativamente vacías y seguramente, si alguien había escuchado, no se iba a arriesgar a meterse en conflictos que no les concernían. Sin embargo a Edik no le iba a venir mal algo de entretenimiento antes de dejar esas tierras. Además, la voz que había sonado parecía de una niña. Seguramente había robado algo y ahora le estaban dando una represalia. Sin más dirigió los pasos hacia el lugar de donde había venido aquella voz, encontrándose una escena algo distinta de lo que esperaba pero, a la vez, mucho más interesante.

Ese iba a ser su día de suerte

-¿El fin del juego? -Habló finalmente Edik, con aquel porte de superioridad que acostumbraba a inconscientemente mostrar.- ¿Qué juego? Me encantaría divertirme también. -Y en eso no estaba mintiendo, constantemente había una voz en su interior que le rogaba descontrolar. Una voz que por suerte acostumbraba a contener. En cuanto llegó a los oídos del hombre aquella desconocida voz, rápidamente se giró y apuntó con su arma hacia el demonio, quien no pareció siquiera inmutarse por ello.- Tenga cuidado, eso no es un juguete. -Le advirtió al hombre, con aquella fría y tranquila sonrisa en los labios.- Además, no parece que esa niña quiera seguir jugando con ustedes. -Miró hacia el callejón, observando a la pequeña muchacha. ¿Qué tendría? Seguramente no más de trece años. Belmont no se consideraba un salvador ni nada por el estilo, pero eso era la excusa perfecta para saciar un poco su parte más irracional.- ¿O sí? -Le preguntó directamente a ella.- ¿¡Quién te crees que eres!? -Alzó la voz aquel hombre de aspecto bastante violento.- ¿Yo? No soy nadie, un simple turista. -Respondió de forma simple aquella verdad tan sencilla.- Pues lárgate si no quieres que te vuele los sesos. -Edik suspiró, cerrando los ojos por un instante.- Cuanta violencia innecesaria. Está bien, me marcharé, pero me llevaré a la niña. -Inquirió tranquilamente, mientras caminaba hacia él y se escuchaba el sonido del seguro de la pistola.- Ni un paso más -Ordenó aquel hombre que al darse cuenta de que no se detuvo en ningún momento, disparó directo hacia el centro del pecho de Edik. La bala Impactó, atravesó las ropas y la piel, hundiéndose en su carne y haciéndole retroceder un paso. Pero nada sucedió.- Eso ha sido de mala educación. -Suspiró el demonio, sin perder la sonrisa.- Pero qué…-Edik se llevó la mano al pecho, hundió dos dedos entre las telas y como si fuese una pequeña astilla, extrajo la munición dejándola caer, ensangrentada al suelo.- ¿¡QUÉ COJONES ERES!? -No respondió, pero sí pronunció dos sencillas palabras.- De rodillas. -El hombre, como si hubiese sido una corriente nerviosa o un acto reflejo, se dejó caer de rodillas al suelo con gesto horrorizado.- Me gustaba esta camisa. -Suspiró, algo decepcionado. De nuevo su vista se movió hacia el callejón, pero no miró a la niña, sino al hombre que había al otro lado.- Señorita, será mejor que cierre los ojos. -Advirtió, aunque realmente le importaba bien poco si lo hacía o no. Su único ojo sano, por un mínimo instante, relució con un tono enfermizo y un grito agónico salió de la garganta del segundo hombre.

De un momento a otro, aquel hombre comenzó a sangrar por todos los orificios de su cuerpo. Ojos, nariz, boca y orejas. Se atragantaba con su propia sangre, tosía intentando buscar algo de oxígeno pero sus pulmones se estaban inundando por sus propios fluídos. Todo eso siguió con extraños estertores que terminaron con su cuerpo desplomado en el suelo. No había ninguna herida física, ninguna marca de agresión, pero había muerto. El otro hombre, que aún seguía de rodillas, miraba cubierto en sudor la escena.- Usted aún sigue vivo. Si desea, puede marcharse.- Sin embargo disparó las balas que quedaban en el cargador hacia Edik, quien esta vez esquivó dando un simple paso al lado, haciendo que la munición quedase incrustada contra el edificio contiguo. Hubiese sido un verdadero problema si hubiesen impactado contra alguien más.- Tendré que tomarlo como un “no”- -Aquel hombre se suicidó. ¿Cómo? No quedaban balas en el cargador, sin embargo se había apuntado hacia la cabeza, había disparado y algo había atravesado su cráneo como si fuese mantequilla. Miró de nuevo entre las dos casas, de ser una niña inteligente, no se acercaría a él.- Señorita, debe pensarse mejor con quién quiere jugar. -Advirtió, mientras se acomodaba los guantes con tranquilidad.- Ahora debería ir a la policía y decir lo que ha sucedido. -Eso le ponía a él en un compromiso ¿Pero por qué sería que no le preocupaba nada de nada?

Los humanos eran tan fáciles de dominar, tan fáciles de humillar, tan fáciles de someter.
Patéticos.

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por **Chiara Critelli** Mar Abr 06, 2021 11:57 pm

Una brisa fría, como hojas marchitas a media muerte siendo arrinconadas hacia el mismo callejón. El desespero en su aliento se silenció, sosegándose en una película muda que admiraba el tiempo pasar. Hace unos instantes tan solo fue una pregunta: casual, jovial. La voz esperanzadora de un tercero. Y, aunque no pudo responder, su cuerpo se movió inadvertidamente; temblaron sus manos al tiempo que movía su cabeza lo justo para equiparar un ”no”. Juego, ¿qué clase de juego podía ser ese? Le costaba, sí. Le costaba en demasía asociar términos contextuales, siendo por mucho del tipo que no captaba la ironía ni el sarcasmo. De un instante a otro, un nuevo sentimiento empezó a brotar en su interior. Quería salir de allí, desaparecer en ese momento. No por miedo propiamente tal, lo único que añoraba era sentir el cobijo de su hermana abrazándola mientras ella misma rodeaba sus piernas vuelta en cuclillas entre las ropas de su cama.

Sin embargo, la palabra no desaparecía.

Una y otra vez, volvía a su mente mientras los sonidos lejanos de lo que ocurría a su alrededor se entremezclaba en sus fantasías a un ritmo frenético. Los inicios de la noche, una melodía que definitivamente recordaría con los años. Parecida a una marcha o vals tétrico; la última sugerencia no había llegado a sus oídos propiamente porque su cabeza ya había puesto en marcha automática que debía de ignorar todo lo que ocurriese a su alrededor. ¡Pero qué grandioso instinto! Como un animalito temeroso a sus captores, entre los sonidos de disparos y los quejidos de la agonía, lo único en que se seguía centrando era la cegadora melodía que recorría su cabeza. El juego -seguía pensando para sí- lo había iniciado ella misma, ignorante de todo lo que podía llegar a acaecer en tan solo un par de horas. Ella voluntariamente había decidido ser parte de aquello, cuando alegremente comparó la situación a una de las muchas escenas de sus libros y películas favoritas de detectives y policías. Era, de cierto modo, culpable y cómplice de todo lo que allí ocurriera. Las notas del piano cada vez se hicieron mas lentas, y hasta pudo visualizar los dedos a la lejanía aligerando el tempo, llevando delicadamente la canción a su fin. Cuando por fin todo el ajetreo terminó y escuchó al hombre de antes referirse a su persona, casi de un pequeño salto salió de su trance momentáneo y volvió a la realidad. ¿Acaso no era maravilloso cómo el cerebro humano medía sus propias capacidades y guiaba inconscientemente a la supervivencia? Porque haber presenciado todo ello hubiera sido horroroso. Era mil veces mejor haber sido un alma ausente.

—L-Lo... lo siento —como pudo, acunó ambas palabras en un intento suplicante de disculpas. Por primera vez en toda la escena, una vez superado el shock inicial, lágrimas se acumularon en las cuencas de sus ojos para luego brotar libres por su rostro. Aun no había salido de su escondite, no se había movido ni un ápice; su cuerpo seguía temblando y parecía que la fuerza de todas sus extremidades la había abandonado y evaporado en el aire. Dentro de su cabeza no terminaba de procesar todo lo que acababa de pasar, o más bien dicho, aún seguía trabajando para poder asimilar y aceptar la realidad de las cosas, aun si estaba distorsionada en el punto de culpabilidad de la víctima. Tragó saliva, entrecerrando las manos y alzando la voz tratando de que no se quebrara. —Yo no... no quería jugar —tartamudeó—, solo... tenía curiosidad. No quería que...

No quería que algo así pasara.

¿Acaso parecía que se estaba disculpando por la muerte de los hombres? Pues sí. Por raro que sonase, Chiara tenía la casualidad de ser considerada una niña con un carácter algo peculiar; siempre retraída y tomando la iniciativa en cosas muy determinadas. Más allá de lo que existía en sus libros no tenía ninguna noción de la realidad como tal, de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, de todas las cosas que podría encontrarse por allí y los sentimientos viles que otras personas pudieran llegar a tener. Comprendía, de cierta forma, que habían muerto dos personas. Dos personas por su culpa. De que, de no haber seguido ella aquel auto azul, nada de esto hubiera llegado a tales extremos.

Se debatió en primera instancia sobre si debía salir o no. Por un lado, aquel hombre la había “ayudado”. Por más que le diera vueltas al asunto, no había forma de que ella hubiera podido zafarse de los hombres que la habían estado siguiendo y, que según sus propias estimaciones, eras quienes habían estado secuestrando seguidamente a otras mujeres. Pero también era cierto... que era alguien que los había asesinado sin más. El terror que le provocaba se vio socavado de pronto por un pequeño detalle que hizo click dentro de su cabeza.

Guardando su shock inicial para después, y actuando un poco más o menos por instinto, terminó por salir del angosto pasillo en el que se había resguardado. Cuando por fin llegó ante la luz del sol que poco a poco se escondía, sus manos estaban agrietadas de tanto tiempo que pasaron apoyadas contra los bordes rústicos de la estructura. La pequeña niña en aprietos al fin hacía aparición: más bajita de lo promedio para su edad, con un rostro cuyas facciones aun no demostraban inmiscuirse en los cambios de la pubertad. Tenía el pelo completamente liso y corto hasta por encima del hombro, con unos ojos azules que, de ser otra ocasión, no se verían tan opacos y solapados por el miedo. La criaturilla nunca dio con el cuerpo de frente, mantuvo en todo momento la mirada pegada en el suelo sin siquiera atreverse a mirar a su ”salvador”.

—Usted... ¿trabaja para la policía? —y es que, ¿había alguna otra posibilidad? Una víctima fugitiva, alguien que llega justo a tiempo y vence a los villanos sin pudor alguno para luego ofrecer un rescate. —O quizás un detective —farfulló para sí. Inhaló valiente, convencida de que aquella persona no podía ser mala según su presentación; además de que la lógica y experiencia que tenía en base a todas las novelas que había leído dictaminaba que así fuera. Si era algún trabajador de aquel tipo como ella pensaba, entonces había una información sumamente importante a tratar y era parte de su momento de participar. Ya había cometido un error aventurándose por su cuenta, esta vez sería más precavida y compartiría lo que tenía que decir. —Ambos... ¿ambos están muertos? Porque si es así entonces... entonces, no podremos saber dónde están...

Dónde están las demás. Sus palabras se entrecortaron, pero al menos se había dado a entender. La adrenalina aun recorría y el cansancio hacía de las suyas, Chiara seguía siendo una simple humana. No solo eso, apenas una niña que jamás salía de su habitación. Pero se había convencido. Esto era completamente como en las historias que leía. Y ahora, como participante de tal, tenía que cumplir su cometido y papel. Era ella misma quien había empezado aquel “juego” y quien debía terminarlo. Subió entonces la mirada para encontrarse con la camisa arruinada del hombre, llena de detalles carmesí salpicados alrededor del pecho. Si no pegó un grito al santo cielo fue porque se le quedó atorado en la garganta. Ignorando selectivamente el cadáver a un lado, se cubrió la boca con ambas manos y su afligida expresión pasó a una de total preocupación. Ignoraba por completo quién era esa persona y lo frágil que ella misma podía verse ante sus ojos, en esos momentos él automáticamente pasó a ser un “herido por su causa”. —Herido... ¿se encuentra bien? No, yo... no quise, perdón... Se acercó con pobres movimientos hasta él, vacilante entre mantener la distancia u ofrecer socorro. Cuando ya estuvo a su lado, se dispuso a recoger su pequeña mochila en busca de algo que pudiera ayudar.

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por **Edik Belmont** Jue Abr 08, 2021 4:09 pm

In cerca di...

♦ Hace doce años: Puglia- 19:53.— “La curiosidad mató al gato” era una frase bastante popular que aquella niña no parecía conocer o, si lo conocía, había ignorado con creces. No pronunció palabra alguna mientras aquella muchacha seguía escondida, de hecho no sabía exactamente qué hacer con ella en ese momento. Lo más seguro es que simplemente se marchara una vez hubiese decidido qué hacer con aquellos cadáveres que, tarde o temprano, alguien iba a localizar. Siempre era lo mismo, el mayor problema era limpiar los desperdicios. En el instante en que la niña, que seguramente estaba analizando consigo misma la situación, salió del callejón, él se acomodó con sutileza los guantes. Ahora la podía ver bien. Era pequeña y frágil, no era difícil imaginar las intenciones de aquellos hombres. Siempre se había preguntado qué llevaba a los humanos a comportarse de una forma tan deleznable ¿No eran los subordinados del mismo Dios los que habían decidido darles cierta libertad? Curioso lo mal que lo habían hecho. Arqueó una ceja ante su pregunta, sin perder aquella tranquila sonrisa de los labios.- ¿Para la policía? En absoluto, solo soy un turista. -Y eso era totalmente cierto, no tenía nada que ver con la ley de ese ni de ningún lugar. Aunque no sería mala idea en realidad, trabajar para la seguridad seguramente le daría puerta abierta a poder entrometerse en muchos asuntos.- Y creo adivinar que usted tampoco trabaja para la policía, precisamente. -Ladeó el rostro con ligereza, observando los rasgos de la pequeña. Agradeció que los rayos del Sol ya no molestasen a su ojo ciego, era siempre bastante tedioso tener que cubrirlo con su cabello. Miró a los cuerpos que yacían en el suelo, inertes.- ¿Saber dónde están? ¿Quienes? -Era obvio que la niña se había metido en ese altercado por algo en concreto. Quizás le podía resultar interesante o simplemente ser más asuntos mundanos.

De todos modos, al ver que no respondió de buenas a primeras la pregunta, se sorprendió con ligereza al ver que se preocupaba por la herida.- …-Por unos segundos se dedicó a mirar cómo rebuscaba entre su maleta, pero finalmente colocó una de las manos sobre la cabeza de la niña para llamar su atención.- Quieta -Pronunció.- No estoy herido, es un simple rasguño. -Aseguró, rompiendo el contacto con ella para después dar un paso hacia atrás. Se palpó la parte herida del pecho y sintió que su regeneración ya estaba haciendo efecto, como de costumbre. No tardaría nada de nada en sanar totalmente. Se preguntaba por qué los humanos todavía se movían con balas normales sabiendo la de diferentes criaturas que habían por el mundo. La ignorancia o despreocupación muy pocas veces era un buen aliado.- ¿A usted le han hecho algo? -No es como si tuviera poderes curativos o algo así, pero si estaba herida lo mejor sería que fuese a un hospital. Esperaba no tener que convertirse en una especie de niñera, pero tampoco se había vuelto tan desalmado como para dejar a una cría entre cadáveres.- ¿A quién está buscando? -Le preguntó, de nuevo, de forma algo más directa. Daba por hecho que le daría esa información si de verdad se había metido en ese lío. Desvió la atención de la niña hacia el cuerpo más cercano, poniéndose de cuclillas a su lado y poniendo una mano en su pecho. En algo ella tenía razón, de estar vivo hubiese podido preguntarle directamente. Por suerte él tenía un As en la manga. Si de algo le servía el ser un demonio, era de poder jugar con la muerte a su antojo. No, no era un nigromante de cuento que podía hacer bailar como títeres a los cadáveres, pero cuando se trataba de almas la cosa cambiaba.- Venga un segundo, señorita. -Le pidió, tendiendo la mano hacia ella y sosteniéndola del brazo para que se acercase. Seguramente se asustaría, pero lo único que pretendía era taparle los ojos con su mano enguantada. Ya había visto suficiente. Así que simplemente pegó la espalda de la niña a su pecho y colocó la mano sobre sus ojos- Despierta -Susurró, como una órden. Sonrió de forma ladina, como si todo eso fuese sorpresa para él.- Va a tener suerte, señorita. Parece que no estaba muerto del todo.

Un sonido asqueroso, salivante, salió de la garganta del cadáver. Si el alma estaba todavía dentro del cuerpo, era capaz de someterla a su voluntad. Claro que eso solo duraba unos cortos segundos.- M…hi…s…se…ñ…or -Gorgoteó esa inerte figura, que parecía estar tolerando un dolor que había vuelto a sentir.- ¿Dónde están las niñas? -Si la muchacha resultaba estar equivocada, seguramente había asesinado a dos simples pervertidos. Bueno, tampoco se hubiera arrepentido de ello de otro modo.- E…l…c…case..rí…o. Aba…abando…na…do…Afue..ah…ras… -Costaba entender lo que pronunciaba, pero ya era bastante.- Case…ah…a…amo…señor…-Edik suspiró, era tan débil que ni siquiera su alma era capaz de mantenerse lo suficientemente aferrada.- Suficiente -Esa palabra bastó como para que un largo suspiro surgiese de la boca del cuerpo, quedando totalmente inerte de nuevo y haciendo que su alma ya no fuese capaz de ascender. Pequeños contras de las artes oscuras. Fue entonces cuando soltó a la niña, dejándola ver de nuevo.- Disculpe mi rudeza, pero no es excesivamente agradable verlos hablar al borde de la muerte. -Aseguró, para finalmente comenzar a rebuscar en los bolsillos del hombre. Sacó la cartera y la abrió, pero no parecía tener algo medianamente interesante y el dinero no le importaba, así que la devolvió al cuerpo y finalmente se incorporó, girándose hacia la muchacha.

-¿Usted sabe dónde hay un caserío abandonado en las afueras? -Preguntó. Sin duda era una información tan vaga que seguramente habrían demasiadas similares, sin embargo era un buen punto de partida.- Iré a echar un vistazo a ese lugar. -Tampoco tenía nada mejor que hacer y quizás le vendría bien distraerse.- Tiene dos opciones. -Le explicó, ya que su sentido de la moral era realmente difuso en ciertos momentos.- Puede venir conmigo, cosa que no le recomendaría, o puede regresar a su casa donde seguramente esté más segura. -Que era lo más razonable.- Ya me encargaré yo de los cuerpos, usted debería desentenderse o bien colaborar cuando la policía pida la palabra de los testigos. -Pero sería ella sola, porque no planeaba quedarse demasiado tiempo por esos territorios.

La temperatura había comenzado a bajar dadas las horas de la noche y por suerte para ambos, las personas habian comenzado a meterse en sus casas en busca de refugio o de volver a sus antiguos hogares. En realidad, si se paraba a pensar su situación, él mismo se veía sospechoso si comenzaba a moverse con una menor de un lado para otro. Era una suerte que le importase bien poco la manera que tuviesen otros de verle. Además, seguramente ella era la persona con la que más palabras había compartido desde que había llegado a Italia. No, no era especialmente hablador si no había un motivo para ello.- Simplemente indíqueme hacia dónde puede estar el caserío.- ¿Debía ofrecerle acompañarle a casa? Cada vez iba a ser más tarde y la noche más cerrada, tampoco sabía si habían más hombres como ese par yendo y viniendo. ¿Pero era su responsabilidad? En absoluto, sin embargo, suspiró por un instante.- Puedo llevarla a casa, si lo necesita - Era irónico, seguramente él se vería incluso más sospechoso que esos dos cadáveres. En fin, no todos los demonios tenían tal moralidad.

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por **Chiara Critelli** Sáb Abr 10, 2021 8:42 pm

El caserío abandonado.

Antes siquiera de que Edik se lo pidiese o preguntara, el cerebro de Chiara ya trabajaba instantáneamente como una máquina dedicada solo al análisis, mantención y recolección de información. Con un mapa mental del pueblo, cada rincón era explorado. Cada casa, esquina, edificio... desde el centro hasta las afueras de la ciudad, las imágenes surgían a fotogramas delicados llenos de información que ella podía abstraer a flujo y gusto. Por supuesto, el error todavía era posible. Seguía siendo una simple humana, quizás destacable un poco por sobre la media y nada más. Si había que sincerarse al respecto, la realidad daba la coincidencia de que, dándoselas de detective estos últimos días desde que el rumor y noticia había llegado a cada rincón, se había dedicado varias horas a estudiar la ciudad en la comodidad de su casa, buscando aquel lugar más o menos sospechoso, más o menos probable de albergar a las chicas que, y esperaba, siguieran con vida.

—Pero ¿cómo hizo para que respondieran sus preguntas tan obedientemente? —tomándose la libertad de ignorar momentáneamente lo que Edik le decía, su curiosidad innata surgió en forma de una pregunta que aun le rondaba por la mente. A su corta edad, por supuesto que sabía que, como sociedad, existían seres diferentes a los seres humanos comunes y corrientes. En su mismo colegio convivía día a día con un montón de personas diferentes. De allí, a presenciar algo como lo que le había tocado vivir hace unos minutos... el agridulce cosquilleo del shock todavía la acariciaba y mancillaba sus ganas de inmiscuirse más en la conversación, mas existían cosas que eran difíciles de ignorar. —Iré con usted y le iré señalando los posibles destinos —sentenció con un tono monótono y sutil que no daba lugar a la duda o vacilación que pudiera tener antes. La decisión de acompañarlo había surgido como algo natural en base a dos partes bastante fáciles de explicar. La primera, es que de todas formas nadie la estaría esperando en casa. Padres no tenía y su hermana últimamente estaba bastante comprometida en quién sabe qué; solía llegar a altas horas de la noche todos los días salvo, quizá, los fines de semana que utilizaba para compartir con Chiara. De resto, siempre estaba ella sola en casa, releyendo las historias ficticias que tanto le gustaban y saciando su curiosidad. Era fácil darse cuenta cómo es que había caído en tal situación para empezar si se consideraba el descuido en su crianza y la naturaleza de la misma chica. En un segundo punto, venía la explicación del por qué confiar. Y es que, algo que para la mayoría podría ser lo más crucial a la hora de tomar la decisión, ella lo había solucionado por regla de tres. La había rescatado y, hasta ahora, no mostraba ningún interés en hacerle daño. Pero lo más importante, si realmente quisiera herirla o hacerle daño de algún modo, ¿quién era ella para impedírselo? El hombre ya había dejado en claro la diferencia de status entre ambos y dudaba que hubiera mucho en lo que ella pudiera interferir si realmente la quisiera de víctima. Y entre dejarse llevar por ese pensamiento y hacer un tonto intento de escapar y buscar socorro, de probable terminaría muerta mucho antes de abrir la boca. Su razonamiento no había sido tan crudo, de todas maneras, abordaba esta idea a la perfección.

—¿Conoce usted el lugar? —cuestionó. Una pregunta casual pero que le daba paso a rebuscar nuevamente entre sus cosas. Su celular naturalmente no tenía batería así que ni siquiera perdería tiempo en buscarlo. Dentro de su mochila de charol negro sus pequeñas manos terminaron por dar con el primer cuaderno que encontraron y un par de lápices, un bicolor y otro grafito. —Si hablamos de viviendas abandonadas hay muchas, a decir verdad no creo que haya sido tan útil información... pero la policía ya ha rebuscado en algunas y hay otras que, por obviedad o no, serían imposibles de utilizar para ocultar gente —levantó la cabeza brevemente y le hizo una señal de que se acercara para ver. Con el cuaderno abierto y usando ambas hojas continuas, había empezado a trazar el mapa mental que tenía de la ciudad. Tenía sus desperfectos y además algunas zonas podían aparentar ser más grandes o pequeñas de lo que en realidad eran. El detalle más absurdo quizás era la forma en que iba dibujando todo: la escena parecía un complot de figuras geométricas sin sentido alguno. Lo único bueno de su supuesto mapa era que las calles tenían nombre y estaban perfectamente conectadas -quizás lo único más realista-. Del resto, ni siquiera se molestaba en separar los edificios y simplemente iba añadiendo por encima las etiquetas de ”plaza”, ”vecindario”, entre otros. Y, de manera intencionada, por supuesto que no asomaba ninguna palabra parecida a “casona abandonada”. —Según mis cálculos, estaríamos barajando entre tres opciones posibles —murmuró para sí misma, aunque lo suficientemente alto para que el hombre la escuchara. Le era indiferente—, pero hay un lugar conveniente... convenientemente cerca de aquí. Los otros están casi al otro lado de la ciudad, no tendría sentido que estuvieran acá entonces. Dígame, ¿usted qué cree?

Orgullosa entonces, le mostró su diseño final: En color azul, un pequeño círculo que se leía ”nosotros”. Al noreste de donde se encontraban, un círculo mediano en color rojo como “opción dos”; al noroeste otro un poco más pequeño encerraba una esquina de un rectángulo como “opción tres” y, finalmente, en el sur, al este de donde se encontraban, a unas cuantas cuadras más allá un gran circulo bastante remarcado decía “opción uno”, que además se le añadía una estrellita al lado. Sus ojos se posaron ahora en él, con una curiosidad sutil y resguardada. De dejarse llevar, si se hubieran conocido en otra situación de probable lo hubiera asaltado a preguntas sobre tantos “cómos” y “por qués” que tenía en cabeza tras su aparición. Lo vio allí, un adulto más, pero que había sido capaz de asesinar a dos personas en cuestión de segundos. Con la camisa manchada de sangre, pero moviéndose como si nada. ¿Era eso a lo que llamaban regeneración? ¿poderes? ¿distinciones de razas? De lo que más pecaba Chiara es que era una muchacha intrusa incapaz de leer el ambiente o la atmósfera, por cuanto jamás obtendría ninguna información “leída” sobre la personalidad de aquella persona más allá de un registro pictórico de gestos y expresiones que él mismo le permitiera ver. Una verdadera lástima para la chiquilla. También era incapaz de darse cuenta cuando su mirada quisquillosa se hacía notable de más; sería una cuestión que debería aprender de ahora en adelante con el tiempo.

Volviendo a situación, la casona por la que se había declinado era una construcción que, y con suerte, se mantenía en pie a las afueras de la ciudad. De antaño había servido de refugio para algunos huérfanos, manteniéndose la casa ajena al interés religioso de aquella época en cuidarlos. Así con el tiempo había perdido fuerzas, y sin el respaldo monetario de la iglesia pronto había sido abandonada por el linaje de los dueños originales y nunca hubo ningún comprador interesado en el sitio. A día de hoy se había quedado en las instalaciones de las afueras de la ciudad actual, permaneciendo en el limbo rural encapsulado en el tiempo; el presente de una época lejana, cosa bastante habitual cuando se andaba por los suburbios italianos. Esta casona en particular era de un piso, donde las ventanas quebradas destacaban más que la pintura roja resquebrajada y desteñida de sus paredes. La puerta, no obstante, estaba trabada y era la única entrada que se tenía al hogar. Por dentro venía lo divertido, y aunque la mayoría desconociera, la verdad es que tenía acceso a un sótano bastante profundo donde en otro tiempo se albergaron insumos; a día de hoy era el espacio utilizado por diversos delincuentes para liberar ‘deshechos’.

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por **Edik Belmont** Sáb Abr 17, 2021 10:16 pm

In cerca di...

♦ Hace doce años: Puglia- 19:53.—Tenía que reconocer que aquella muchacha tenía agallas. No solo parecía haber podido ingnorar por completo que habían dos cadáveres ahí al lado, sino que además se había dedicado a seguir la conversación y permanecer quieta. La mente tenía unos mecanismos de defensa maravillosos.De todos modos, pese a ser muy valiente, la impresión final que se había llevado de la muchacha era que no tenía la capacidad de discernir lo que era y lo que no era sensato. Por suerte o por desgracia, a Edik le daba igual lo inconsciente que fuese la niña o los problemas que podía llegar a acarrear el que le siguiera allí donde queria ir. Le dio un par de vueltas mentales a la situación, pero en cuanto escuchó su pregunta volvió a centrar la atención en ella. No acostumbraban a preguntarle el cómo de sus poderes, simplemente lo hacía y ya está, pero en cierto modo aquella curiosidad infantil le hizo sonreír de forma ladina.- A veces cuando alguien está al borde de la muerte no necesita mucha persuasión para hablar. Cuanto más débil es la persona, más fácil es hacer que confiese cosas. -No era falso lo que estaba diciendo.- Así que si no quierea ser manipulada en un futuro, fortalezca la mente. -No tenía nada que ver la mente con la fuerza del espíritu, pero no era un mal consejo viniendo de alguien como Edik. ¿Cuánta veces a lo largo de su vida había mantenido una conversación tan “larga” con alguien tan pequeño? Seguramente ninguna, precisamente por eso era un pésimo consejero. El dedicrase a sí mismo había sido su única función desde hacía largos años. – Pero ha decidido venir conmigo, creo que no aprecia demasiado su vida o no posee el criterio necesario para tomar buenas decisiones. Per está bien, acompáñeme.- De hecho le venía bien tener a esa cría con él, porque Edik no conocía la zona y sería mucho más fácil dejarse guiar de forma local.

Se mantuvo en silencio mientras ella sacaba sus pertenencias, acercándose cuando le hizo la señal, teniendo que inclinarse bastante dado la diferencia de estatura. No, no conocía el lugar, así que sencillamente guardó silencio mientras escuchaba la explicación.- Entonces vayamos a la que usted decida, confío en su criterio. – Definitivamente confiar en el criterio de una niña no podía ser la mejor idea en ninguna de las ocasiones ¿Pero quién sabía? Nunca era tarde para llevarse agradables sorpresa. Lo mejor de todo eso, era que había roto la agobiante monotonía con la que siempre había cargado.- En ese caso comencemos por ahí -Comentó, a la par que se escuchaba un grito asustado que provenía del otro lado del callejón donde se había resguardado la pequeña. Era un grito femenino, seguramente se había percatado del cadáver en tal estado y ahora se dedicaría a llamar a la policía. Era obvio que su suerte no iba a durar para siempre, aún con todo Edik no se preocupó.- Señorita, deberíamos ir marchando, no sería bueno que nos hallaran aquí. -Hizo un gesto con la mano en la dirección indicada. Su primera idea había sido ir en coche, pues hubiese sido mucho más eficiente en rasgos generales, pero al final había optado por caminar. No era muy buena idea traumatizar a la niña y hacer que entrase en su propio automóvil. Aunque…¿A caso esa muchacha se iba a negar? Parecía lo suficientemente inconsciente para seguirle allá donde le dijera.- Iremos caminando. -Sentenció, pues por suerte a él no le importaba demasiado ser consciente o no.

Las calles de aquel pueblo italiano eran relativamente oscuras, las luces que adornaban el lugar iluminaban las vías principales pero dejaban prácticamente sin visivilidad las secundarias. Eso lo aprovechó el demonio para pasar lo más desapercibido posible. Pronto se escucharon los sonidos de las sirenas de los vehículos policiales, por suerte la gestión policial acostumbraba a ser muy lamentable. Ignorando ese pequeño hecho y sabiendo que había todo el tiempo necesario para actuar, miró a la pequeña.- ¿Cuál es su nombre? Supongo que no querrá que la llame “señorita” o “niña” todo el tiempo. -Le cuestionó, no es como si le molestase el silencio, pero le gustaba saber con quién compartía más de diez minutos de su ajetrada vida.- Yo soy Edik Belmont -Se presentó. Ni siquiera recordaba el momento en que se había apropiado de ese nombre. Era obvio que no podía presentarse con su nombre de demonio y, mucho menos, con el de ángel. De hecho hubiese sido bastante divertido presentarse con el segundo ¿Los de arriba hubiesen llegado a escuchar? No dijo mucho más hasta llegar a la zona indicada. Habían pasado unos veinte minutos de paseo nocturno y la visión de ese lugar era, sin duda, desangelada. Parecía un lugar idóneo para que un crimen fuese realizado.- ¿Entonces es aquí? -Esa había sido una pregunta que no necesitaba respuesta, así que se acercó a la puerta y miró de soslayo a la niña, con su único ojo sano.- Aguarde un momento. -Puso la diestra sobre la puerta y se concentró, quería ver si había algo dentro de la casa. Algo claramente vivo. Pero no, no había ningún rastro de almas por el lugar, cosa que hacía seguro el entrar por el momento. Fue a abrir la puerta de modo convencional, pero estaba bien asegurada. De todos modos no era difícil adivinar que aquel seguro era tan débil como la mente de quienes lo habían puesto. Le hizo un gesto a la niña para que se apartase un poco, por si saltaban astillas o piedras de la vieja casona, y apretó el puño. Golpeó de forma contundente y seca el punto del cierre, haciendo que la puerta se abriese con violencia y poca discreción, sacudiendo la mano con la que había golpeado. No le había dolido, pero había sido un gesto incosciente. Pese a ser un demonio con grandes poderes lo cierto es que su visión no era tan buena como su percepción, el lugar estaba totalmente a oscuras y viendo solo por un ojo le costó algunos segundos adaptarse al lugar. Lo que sí era imposible de disimular era el hedor que provenía del interior.

No era muy fan de los olores a descomposición, pero era capaz de reconocerlo. Una mezcla entre dulce y agrio. No era difícil ver que aquella zona había sido frecuentada hacía no mucho tiempo, así que buscó con calma, pasando la mano por la pared, los plomos y así encendió las luces de la casona. Frunció un poco el ceño pues le molestó la luz directa a su ojo dañado, pero una vez se acostumbró se dedicó a mirar alrededor.- ¿Qué es lo que buscamos exactamente? Porque si es algo vivo, aquí no lo encontraremos. -Y era la amarga realidad. Caminando por aquel primer piso lo único que pudo ver es algunas latas tiradas por el lugary suciedad. Entrando en las habitaciones contiguas no había mucho más, excepto en una. Observó una cama bastante vieja y sucia, había manchas de sangre y una cuerda que se cruzaba entre los barrotes del cabezal. Cerró la puerta cuando salió, no era necesario que la pequeña viese eso. Se concentró en seguir de dónde venía el rastro de aquel putrefacto olor y este lo condujo hacia una trampilla que quedaba en el salón principal.- ¿Un sótano? Ahora parece que nos hemos metido en una película. -Porque toda la situación parecía estar sacada de una. Golpeó un par de vezes la trampilla con el pie y la alzó sin problema, no estaba asegurada. Entonces sí se notó ese olor penetrante, haciéndole arrugar un poco la nariz en gesto de desagrado, pero recuperando la calmada sonrisa que siempre tenía a los pocos segundos.- Bajaré primero. -Y así lo hizo, de un único salto, viendo el lugar asegurado. Era un almacén, habían rastros de sangre por uno y otro lugar, a parte de telarañas que cubrían parte del techo. No le importaba si ella bajaba o no, lo único que estaba pasando por su mente es que se sentía como el policía dentro de una novela negra. Y eso que ni siquiera era policía.- Señorita, si es aprensiva con los olores, no le recomendaría bajar. -Si algo llamaba especialmente la atención de aquel lugar era un contenedor blanco, como los que se utilizaban para guardar cosas refrigradas, pero sin estar conectado a ningún lugar que lo hiciese funcionar. No se tenía que ser muy inteligente para saber qué había dentro.

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por **Chiara Critelli** Mar Abr 27, 2021 4:45 am

La sirena de la policía irrumpió la escena como una bomba directa a la realidad. Directa, shockeante. La adrenalina le subió de golpe por la garganta, con un sabor agrio que se acumuló una oleada tras otra hasta formar un nudo indeciso. Su cabeza no alcanzó a procesar lo que oía y la pobre muchacha permaneció estática en su posición. Allí, con la oscuridad acechante de la noche cayéndoles en los hombros, una luz cegadora, vibrante y directa dio justo a su iris encogiendo sus pupilas. Azul, rojo, azul...

—Marchar... ¿a dónde...? —las palabras surgieron de su boca tan natural como lo fue empezar a alejarse tras escuchar un portazo del otro lado de la calle. La policía que finalmente bajó del auto podría jurar haber visto un par de sombras a la distancia entremezclarse con el paisaje taciturno, pero la verdad es que ya no quedaba ni una sola alma para cuando aseguraron el perímetro. No una pista, no un paso, no un testigo. ¿O es que no habían pensado en esforzarse desde un principio? Uno de ellos le echó un vistazo a los cadáveres y procedió un boceto cotidiano, sin darle la mayor importancia a todo lo que acontecía en el lugar. Al testimonio de la mujer, a su desconsuelo, a quienes podrían ser los individuos. Rutina, al fin y al cabo. Todo era rutina. Cosas como esas, cosas como la desaparición de las niñas... quedaba en papeles y nada más, casos que definitivamente le quedaban grande a la estación local de policía.

El viento sopló y arrastró consigo los últimos suspiros del lugar, recogiendo un par de hojas en el camino que levantó y alzó hasta alcanzar los cabellos azulados de Chiara que buscaban mimetizarse en la oscuridad que se prometía acaecer. Ya se había recompuesto un poco, marchando diligente tras Edik sin mencionar una sola palabra. Su shock ante la policía había sido de las reacciones más adecuadas para su edad en todo este rato. Su mente era una cosa, pero su cuerpo estaba lejos de alcanzarla en reacciones. Seguía sintiendo el estómago revuelto, la indecisión en el pecho y la adrenalina quemar cuando las cosas pasaban. Esta vez había sido la última, sumada a la sorpresa de un encuentro que no figuraba en su lista de azares del destino. O no tan azar, por supuesto, su acompañante tenía claro desde hace mucho rato que más temprano que tarde serían descubiertos si se quedaban en aquel lugar. ¿Realmente no lo había visto venir, o es que había estado tan concentrada en su mapa que había olvidado la propia lógica del mundo real?

—Chiara —mencionó sutil, un poco más tímida, como si el encuentro anterior hubiera curtido algo en su alma. Finalmente había logrado sentir algo de susto, ¿pero acaso no era irónico que surgiera en el momento exacto en que la luz de la sirena se inyectó en su ojo? No estaba para nada de acuerdo con lo que estaba pasando. Jugaba a la heroína, a resolver el misterio. ¿Por qué debía de asustarse de ser encontrada como si estuviera en el bando de los malos? Miró nuevamente a su compañero en cuanto escuchó su nombre. Hasta ahora no se había dado cuenta y probablemente no lo haría nunca, de la formalidad oculta que mantenía el demonio en todo momento al hablar. Ella pecaba de lo mismo, o por lo menor lo haría en un futuro. Sobre modales sabía lo justo, pero algo recordaba. Algo que le hacía ilusión propia cada vez que se presentaba. —Edik es un bonito nombre. —Cortesía, eso era. Una copia mundana de lo que observaba en su día a día en presentaciones de otras personas.

—Sí, precisamente —afirmó observando a su alrededor con cautela, al fin y al cabo aunque allí los había guiado, jamás había puesto un pie tan lejos de su hogar aun si se trataba del mismo pueblo. Iba a preguntar “aguardar a qué”, mas su pregunta fue respondida incluso antes de ser pronunciada. En lo que fue una fracción de segundos, se cubrió por instinto el rostro en caso de que alguna cosa –no sabía el qué- le fuera a rebotar en la cara. Al darse cuenta que no era el caso, se quedó observando la escena guardando a detalle posteriori que había abierto la puerta solo con su puño. —Señor Edik, ¿esta bien su man...?

Qué asco.

Su estómago se despertó de inmediato y cubrió tanto su boca como nariz con ambas manos. El olor aun era ligero como para lo que vendría después, pero bastó esa pequeña muestra para revolverle el estómago de pies a cabeza. Incluso hasta se podía observar de forma sutil cómo sus ojos se habían cristalizado al contacto. —¡¡Buscamos a mis compañeras!! —gritó con tal de no tener que retirar sus manos. Aun así, y pese a lo sucio y desolado del lugar, lo siguió un par de pasos más. —Bueno, no son mis compañeras como tal. Son un par de cursos superiores al mío... se las llevaron los hombres de antes hace un par de días atrás. —Y volvió a callar. ¿Cómo que no encontrarían algo vivo? Era imposible, ellas tenían que estar allí. No tenía sentido... no terminaba de entender la realidad a la que se refería. Cuando la vieja luz se encendió, parpadeó un par de veces sin mayor problema para acostumbrarse. Observó el interior de la habitación, desteñida al igual que el resto de la instalación y con la apariencia y descuidado de haber sido abandonada hacía ya muchos, muchos años. La madera del piso estaba roída en algunas partes y muchas tablas rechinaban al pasar por encima. De pronto, una idea llegó a su cabeza y mantuvo a la pobre de vuelta al estado de alerta. Se pegó a Edik casi como una lapa.

—Bueno, las películas están basadas en la vida real —comentó como si nada una verdad que existía para ella y solo ella. Mientras Edik seguía inspeccionando el lugar en busca de algo, la pequeña lo siguió de aquí para allá con las manos aun conteniendo el aliento. Tenía muchas emociones corriendo por sus venas: miedo, rechazo, emoción; todo entremezclado con las expectativas de vivir en carne propia un caso y el misticismo que todo ello vinculaba. Ninguna se equiparó en intensidad como el miedo sepulcral que sintió en cuanto vio al hombre dar un salto al subterráneo. —¡¡Señor Edik!! ¡No me deje sola! ¡Por favor! —y es que el terror era real. ¡Seguía siendo solo una niña! Una que quizás en su momento actuó muy valiente, pero que todo el tumulto del horror le venía llegando de a poco. Lamentablemente cometió el fatídico error de extender sus manos en desespero al gritar, por lo que quedando a un paso del agujero en el suelo, todo el hedor de los cadáveres le dio de lleno provocándole arcadas casi al instante. Tosió como la más, sintiendo su estómago dar patadas en su interior. Sin ser tan fuerte físicamente hablando, no bastó mucho para que terminara arrodillada en el suelo conteniendo las náuseas de la situación. Era horrible. Con una mano cubriendo su boca, no había alcanzado a vomitar, pero sí que se encontraba llorando en soledad. A un lado de la entrada, justo debajo de la luz del foco echa casi un ovillo. El sonido de su lloriqueo resonaba en el lugar y la angustia que golpeteaba su corazón era casi palpable al ambiente. —Señor... por favor —tenía miedo, mucho miedo. Miedo de quedarse sola, miedo de que apareciera alguien más, miedo de que algo o alguien viniera por ella. Miedo inexplicable. ¿Pero qué podía hacer? Con suerte no vomitaría si se acercaba al sótano, pero una vez allí no podía prometer contenerse en ningún aspecto.

—Hábleme —suplicó finalmente, con la voz alzada lo suficiente para que la escuchara—, si me habla sabré que está allí... por favor, señor Edik.

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por **Edik Belmont** Dom Mayo 09, 2021 4:21 pm

In cerca di...

♦ Hace doce años: Puglia- 19:53.—No era de extrañar que tarde o temprano aquella pequeña muchacha que tan valiente se había mostrado en un principio terminase quebrándose. Seguramente la mezcla de incertidumbre, tensión y la sensación de soledad era lo que la habían arrastrado a ese punto. Cuando la escuchó pedirle que hablase, lo único que pudo hacer fue sonreír. Los niños eran extraños.- Estoy aquí abajo, no se preocupe. -De nuevo, su vista recorrió la estancia, pero ya no había otra cosa que le llamase la atención que no fuese el contenedor blanco. Se acercó a este y, sin dudar, abrió. En realidad ya esperaba cuál iba a ser el resultado de aquello. Dentro, habían los pequeños cuerpos de dos niñas en un estado lamentable. La piel ya había perdido totalmente el aspecto vívido y ahora se veía grisácea y morada, pero aún así se podía diferenciar zonas donde habían marcas de ataduras. Era obvio que el demonio no iba a tocar esos cuerpos, pero ver aquella escena que para muchos hubiese resultado de pesadilla le hizo pensar en quién eran realmente los monstruos. Los demonios, según muchos escritos, eran el enemigo del hombre. Enjendros del mal, responsables de todo tipo de actos atroces y despreciables. Como se notaba que esos escritos los habían hecho humanos. Él no se consideraba una buena persona o un héroe, era alguien que se movía por sus propios intereses ¿Pero llegar a un punto como ese simplemente por complacer un retorcido fetiche? Le parecía asqueroso. Cerró sus ojos por un momento y cerró el arcón, poniendo una mano sobre este en un gesto que podría parecer de disculpa. No, él no había hecho nada, ni siquiera sentía tristeza por esas niñas, pero no dejaban de ser seres inocentes. Por pequeñas cosas como esas despreciaba a la humanidad.

La voz de la pequeña desde arriba le hizo volver al punto en el que se encontraba y ahora estaba seguro de que no había sido una buena idea que le acompañase. Tampoco se sentía culpable pues había sido su decisión. De un momento a otro algo le hizo ponerse alerta. Su vista no era especialmente buena, dado a que uno de sus ojos estaba totalmente ciego, pero sus otros sentidos gozaban de una capacidad sobresaliente. Escuchaba pasos y, pronto, el sonido de una voz masculina que venía de la entrada. No le preocupó por él, pero sí por la niña que esperaba arriba.- Tenemos visita.- Susurró, mientras de un salto abandonaba aquel sótano y se ponía al lado de la muchacha, poniéndole una mano en la cabeza.- ¿QUIÉN ESTÁ AHÍ? -El hombre que se había abierto paso era alguien bastante corpulento, no especialmente musculado, pero sí con una complexión grande y fuerte.- Tranquila, estoy aquí. -Le dijo a Chiara, con aquella extraña sonrisa que siempre mostraba. Pudo ver sus ojos llorosos y como, pese a haberse hecho la valiente, todo su cuerpo temblaba. ¿Iba a dejar que viese más muertes? Ese hombre recién llegado se acercó con posición agresiva hacia ellos. Era más bajo que Edik pero su complexión mucho más ancha.- Nosotros ya nos íbamos. -Le respondió, con calma, mientras ese hombre echaba la mano al cinto y sacaba una especie de navaja. Realmente no parecía muy intimidante después de haber sido apuntado por pistolas.- Os habéis metido en el peor de los lugares. Lo bueno es que esa podrá hacer compañía a las dos de abajo. -Se mofó el orondo hombre, haciendo que Edik, por primera vez, soltase una breve risa.- Tiene suerte de que esta muchacha ya haya visto suficiente violencia por hoy, caballero.-Le aseguró, puesto que en ese momento podía verse claramente la violencia reprimida en el demonio.- Quebrar cada uno de sus huesos sería tan fácil…-Suspiró, ciertamente decepcionado por no hacerlo.- Los muertos no hablan -Dijo ese hombre, que finalmente llevó la mano a la parte trasera del pantalón y sacó una pistola, apuntando a la niña y sin más preámbulo, disparando. En realidad a Edik le sorprendió que no le hubiese disparado a él, había sido inteligente. Lo que era claro es que aquella bala no llegó a impactar en la muchacha, pues antes de eso su mano se había puesto en medio y había sostenido el proyectil.- Disculpe, señorita, no pretendía que la asustara. -Dejó la bala al suelo y miró a aquel hombre que ahora se econtraba entre la confusión y la rabia.- Ahora que he identificado quién es, puedo dejarle vivo para que mis otros terminen el trabajo. Por ahora, descanse. -Y como si hubiese sido una órden, el hombro soltó un grito y cayó de rodillas mientras se sostenía el estómago.- ¡¿Q…Qué me has hecho?! -Edik ya no respondió, se giró para quedar frente a la niña, inclinarse hacia ella y alzarla en brazos sin preguntarle opinión.- No pretendo ser grosero, pero tenemos que salir de aquí. Vienen más. -Y sí, era obvio que ese hombre no iba a aparecer solo.

Hizo un pequeño gesto con la mano y frente a ambos comenzó a dibujarse una especie de cúmulo de sombras. Relucían de tonos enfermizos, entre morado y verdoso, pero pronto este dibujó un círculo casi perfecto.- Confíe en mi.- Y es que no sabía específicamente el efecto que podía tener el cruzar uno de sus portales con una niña humana. Por suerte lo que sí sabía es que no la iba a matar. Sin esperar más, cruzó aquel extraño portal y todo se volvió oscuro durante un tiempo que fue excesivamente breve. En el momento en que volvieron a aparecer, estaban bajo el cielo nocturno y bajo la luz de la Luna que, para ese momento, ya estaba totalmente alzada. Estaban en una de las calles discretas, cerca de donde Belmont había dejado estacionado el coche previamente. Dejó a la niña en el suelo, dejando desapaerecer el rastro de sombras y acomodándose los guantes como si le hubiese molestado haber tenido que atrapar aquella bala.- Señorita, acaba de perder el poder de decisión. -Le aseguró.- Así que lo que tiene que hacer es muy simple. Olvídese de mi y de que me ha visto. Debe ir a la policía y decirles que vio rondar un vehículo cerca de ese caserón durante algunos días. Quizás les ayude a acelerar el proceso. -Miró hacia la Luna y frunció un poco el ceño, incuso la luz que rebotaba en esta le molestaba en su ojo ciego.- En cuanto a sus amigas…están muertas. Deje de meterse en situaciones peligrosas, no siempre tendrá la suerte de que alguien venga y la ayude.- Fue directo, pero estaba seguro de que eso ya lo sabía a la perfección.- Si necesita que la acerque a su casa, dígamelo ahora. Yo me marcharé. -Y no esperaba regresar a Italia, parecía ser que no había pista que le hiciese tener que quedarse en ese lugar.

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por **Chiara Critelli** Sáb Mayo 15, 2021 4:18 am

—Sí —masculló mientras sus pulmones descansaban de una larga bocanada de aire. Estaba allí, se repitió por dentro, estaba allí con ella. No había tiempo para dar lugar a vacilaciones morales del tipo ”¿está bien que confíe en esta persona que acabo de conocer?”. El instinto de supervivencia era mayor y lo que reinaba era la ley del más fuerte. Y, mientras estuviera en el mismo mando con quien tenía las de ganar, no debería de haber nada por lo cual temer. Esta alineación conjunta de ambos había resultado de forma espontánea y pseudo sincera; como bien había razonado momentos atrás, de querer hacerle daño lo habría hecho mucho antes... o incluso ahora, aunque sospechara de él tampoco tenía cómo ganar. Lo mejor era confiar y dejar que las cosas siguieran su curso por más estúpido que sonase.

Con Edik en la planta de abajo, se sentía horriblemente sola e insegura, por más que se repitiese mil veces que aquel hombre estaba allí. En un primer momento había planeado seguirlo con la mirada hasta donde alcanzara con sus ojos, mas había cierta emoción ligada a espiarlo de esa forma que hacía saltar a su inseguridad y una alerta de peligro. ¿Sería precisamente por mantener vigilado a aquel hombre? ¿o por lo que pudiera encontrar allí? Una cuestión demasiado difícil discernir para la pequeña Chiara. Estaba muy decidida a dirigir su dirección a otros asuntos, pero no había mucho que se pudiera obtener de allí. Los surcos en el viejo suelo parecían ser lo más entretenido por el momento, aprovechando de contar las irregularidades presentes en el mismo debido tanto al paso del tiempo como al mal cuidado. Fue en medio de esta tarea que una voz de alzó en el aire. La joven italiana aun cubría fervientemente con ambas manos su boca y nariz, motivo quizás por el cual su grito jamás alcanzó a irrumpir la casona. Con los ojos abiertos como platos y el susto atragantado como una bola en su garganta, sus pobres sentidos humanos y poco desarrollados no fueron capaces de procesar la velocidad con la que Edik había acudido, de modo que para cuando el demonio colocó una de sus manos sobre su cabeza lo único que pudo hacer su endeble cuerpo fue sobresaltarse y dar un paso tentativo hacia atrás. Si el hecho de escuchar que no estaban solos le había sacado el susto de su vida, el tacto tan repentino e inesperado la había convertido en un ente casi muerto que con suerte y se podía sostener en pie. Sin pensarlo más de dos veces se abrazó al instante de sus ropajes, ignorando del susto el asco que le producía el olor a putrefacción y movida por una adrenalina que no había sentido jamás. Dentro de su pecho su pequeño corazón golpeteaba con fuerzas y bombeaba la sangre a cada extremo con la mayor velocidad que se podía permitir. Ahondó su agarre con ahínco, escondiendo su rostro pero aun quedando expuesta, aunque ella misma no se daba cuenta estaba temblando y ni siquiera ignorar todo lo que estaba pasando le servía para hallar calma. Inadvertidamente, el sonido de un disparo quebrantó la habitación y lo que le quedaba de cordura. Helada hasta los huesos y presa del shock, el indistinguible sonido de una pistola había vuelto a sonar esa fatídica tarde. Cabizbaja y completamente anonadada se permitió de una vez por todas voltear y tratar de comprender lo que pasaba, solo para encontrarse con la mano de Edik sosteniendo la bala a unos escasos centímetros de su rostro. Las ganas de vomitar volvieron a resurgir, esta vez del más puro y vívido miedo y nada que ver con el olor ambiente.

—Señor —susurró, ¿o es que su voz ni siquiera alcanzó a salir en realidad? Pasmada, todas las cosas ocurrían a su alrededor a una velocidad mucho más moderada de la normal, transcurriendo todo como una mala película a cámara lenta. Sus iris azulados y cristalinos reflejaron la silueta del otro hombre, tosco e intimidante al menos para ella tan pequeña. De pronto, su cerebro empezó a procesar un sinfín de escenarios donde estaba sola contra él, con una infinidad de finales que no valía la pena comentar. Su rostro exento de vida alguna, ni siquiera se inmutó para cuando fue tomada en brazos. Es más, volvió a refugiarse al sentir contacto tal cual animalito pequeño huye de su presa. Uno con el instinto de supervivencia un poco averiado, incapaz de darse cuenta de la maldad creciente a quien en realidad pedía socorro entre sus brazos. Pudiérase representar en un instante el cuadro de la maldad en la inocencia, o la inocencia en la maldad. Demasiados matices para plasmar en pincel y papel, para quien huía de la humanidad refugiándose en el demonio mismo. Un escalofrío fue el único aviso que percibió del portal, bajando desde su nuca y arrastrándose por su espalda. Una sensación desagradable, demasiado cargada de una sensación mórbida que le gritaba que debía de alejarse. —Confío en usted —murmuró, al tiempo que la oscuridad engullía a las dos figuras. Una vez del otro lado, no pudo hacer más que pestañear antes de acostumbrarse al tiempo en el que estaban; había perdido la noción del tiempo por unos breves segundos, ¿o minutos? Lo que parecía haber sido un mero instante, en realidad, su cuerpo lo había tomado como algo eterno sin fin ni comienzo. Pies puestos en el suelo, a la primera pisada se tuvo que reafirmar en Edik para recuperar el equilibrio. Miró a su alrededor y la realidad le pareció tan falsa; esa luna no tenía por qué estar allí y las luces de las farolas incrementaba en ella una ira tan sucia como incomprensible. Un tumulto de emociones mantenían secuestrado su corazón y consternada a su cabeza; quería hablar y las palabras no salían, quería sentir y al mismo tiempo era como si nada realmente la alcanzara.

—Están muertas —repitió con un tono neutral, omitiendo aclarar el detalle de que en realidad no eran sus amigas. Chiara miró al cielo con los ojos vacíos, reflejándose las pocas estrellas que recién salían en los mismos. ¡Muertas! Al igual que sus padres, ese era el resultado final de su tan ansiada investigación. La boca del estómago le escocía y sentía ganas inmensas de llorar, sus lagrimales tan secos como el jarrón de las rosas marchitas en la tumba de sus padres. Tan rápido, tan frágiles, tan absurdo. Parecía predestinada a conocer la muerte de buen pie a tan corta edad, llegando tan joven al conciso argumento de que los humanos eran criaturas demasiado frágiles y endebles que conocían la muerte en un momento. ¿Sería ella como ellos algún día? Sin duda alguna, ¿es que acaso no le habían perdonado ya dos veces aquel mismo día? ¿Qué precio se supone que debía de pagar por ello? Pero Edik no parecía hombre dispuesto a cobrarle más que la sutileza de no volver a mencionar su nombre.

—Mi casa está a unas cuatro cuadras de aquí —confesó, alzando la mirada hasta encontrarse con la suya. A Chiara no le gustaba mentir, por lo cual omitió el detalle de lo que aquel hombre le había pedido sabiendo que difícilmente lo podría mantener. De todas formas, entendía el trasfondo, y haría como que no lo había conocido, por más que su recuerdo perdurara en su memoria. Guardó, entonces, para sí todos los secretos de su presencia. Se aseguró de grabar bien su rostro dentro de su mente, como si de un valioso tesoro se tratase. De alguna forma, no le temía del todo a su presencia, más bien podría decirse que le mantenía un profundo respeto. —¿Me acompañaría a pie hasta ella? —la única cosa que pidió en toda la noche—, solo para asegurarme.

Y es que sus palabras sonaban confiadas, su rostro indiferente y sus acciones alejadas mientras todo su cuerpo seguían temblando de poco en poco. La pequeña niña empezó a caminar, sin prestar real atención a si le seguía o no: sabía que era inútil decir palabra alguna. Si no la quería acompañar, no había forma en que lo hiciera cambiar de opinión. Si la acompañaba, entonces se sentiría un poco más segura en lo que llegaba a casa para desahogarse. Porque eso sería lo primero que haría: llegaría a una casa solitaria sin rastro de su hermana que atendía otros asuntos, revisaría cada detalle y puerta que estuviera cerrada con seguro y, finalmente, se encerraría en su pieza a llorar desconsolada del miedo. Por supuesto, y no sin antes, escribir mientras aun ardía en su memoria el nombre y apellido que aun resonaba en sus oídos de quien fue su oportuno salvador.

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