• Kitty cat meeting | Priv •

La verdad, estar allí era una estupidez tan grande como una casa. Él lo sabía, el vendedor lo sabía. Tenía la certeza de que todo el mundo lo sabía. ¿Y si no? Entonces, simplemente, se trataba de idiotas sin remedio incapaces de aceptar la realidad. Pero entonces, ¿por qué estaba allí, acariciando el pelaje de su pequeño compañero que posaba como toda una estrella para la tienda? La sencilla razón, y es que a él no le molestaba en absoluto tomarse por idiota cuando se trataba de algo que le gustaba. Por supuesto, lo aceptaba puertas adentros y jamás afuera. Quien quiera que interviniese en su maravillosa fantasía y lo tachara de rarito o perdedor tendría que vérsela de forma personal contra sus hombres. El minino lamió su mano, interrumpiendo la corriente de sus pensamientos y enroscándose contra su mano. Lovino sonrió privadamente para su mascota y luego fijó su mirada desinteresada en el hombre que atendía tras mostradores.  

—Estamos hablando de un ganador. ¿De verdad crees que esa mierda basta? Tch. Vine solamente porque me dijeron que aquí encontraría la mejor calidad, pero parece ser que es de los típicos que ven un poco de oro y brillantes y ya se dan por servidos...  

—Disculpe —musitó cordial, ya acostumbrado a tratar con ese tipo de clientes—, ha sido error mío, por supuesto que luce bien, pero estoy de acuerdo en que no alcanza todo su potencial. Volveré enseguida con más opciones.  

—Y que te des prisa ya —añadió en un suspiro mientras volvía a voltear hacia Hernani. Su expresión pesada siempre se suavizada cuando se trataba de él, fomentando un contraste demasiado notorio que le daba escalofríos a más de uno. —Maldito charlatán, si hubieras pensado así desde un principio por qué mierda habrías traído algo que no está a la altura. Esta gente...

Necesita una lección, pensó para sí en algo que sabía que jamás se haría realidad. La tienda en particular era considerada la cúspide más grande en cuanto concernía a tiendas animales de lujo en Bucarest. Sus únicos clientes eran estrellas o miembros de la más alta sociedad. Sin olvidar, por supuesto, las grandes bandas mafiosas que también podían permitírselo. Con tal clientela sin ser secreto a voces, era normal que se mantuvieran refugiados en un ciclo de contactos demasiado molestos para interferir. La gente como Lovino seguía tratando a los empleadores como se les diera la gana, al fin y al cabo eran simples empleados, mas cualquiera que pisara la tienda sabía que no podían interferir mucho más allá de eso. Con los ánimos ya relajados, acarició al pequeño minino por detrás de la oreja antes de dirigir la mirada a la tienda en general. Estaba vacía, era el único cliente. Bueno, era lo normal. El par de hombres que lo esperaban afuera daban a entender muy bien que el lugar estaba ocupado y, por norma general, a los clientes de este tipo de lugares no les gustaba compartir espacio con otros, por muy tonto que sonase... salvo, claro, que se tratase de alguna urgencia.  

Su mirada oliva entonces volvió a repasar el panfleto colgado en una de las paredes. El gran concurso... dos días y ya llegaba.