En horas de servicio. [Libre]

Eran las 3 de la mañana cuando un extraño ruido proveniente de la calle hizo que Jill se despertara. Abriendo sus parpados de manera lenta y algo entumecida se incorporó en la cama. Miró hacia la ventana contemplando las luces encendida de la farola, al tiempo que apartaba las frías sabanas de su cuerpo y se levantaba, caminando hacia la ventana. Apoyó sus manos en el borde es esta e inclino su cuerpo echando un rápido vistazo a la calle, no viendo nada sospechoso allí fuera. Ni un alma había.
Al comprobar que no sucedía nada raro en la calle, Jill volvió otra vez al interior de su dormitorio y caminó en medio de esa pequeña claridad hacia el cuarto de baño. Dio varios pasos hacia el lavabo y apoyó sus manos en el frio mueble, mirándose en el espejo… cuando de repente algo diferente en su reflejo estaba cambiando. Poco a poco su rostro y su cuerpo estaba pudriéndose. Su piel se volvió oscura, su cabello se estaba cayendo y sus ojos no reflejaban aquella intensa mirada que siempre tenía.

El reflejo del espejo se empezó a mover muy similar al de los zombi que Jill había estado acostumbrada a ver en la mansión.
De repente el reflejo del espejo poseía un arma, más concretamente una 9 milímetros. Jill bajó su barbilla contemplando su mano y efectivamente en sus delgados dedos portaba dicha arma, levantándola al tiempo que veía su reflejo zombi en el espejo quien estaba apuntándose con la punta de la pistola a la barbilla y disparaba… llenando todo de sangre.

[…]
Jill abrió los ojos de golpe y algo agitada se levantó rápidamente de la cama mirando a la pared de aquella solitaria habitación donde ahora vivía.
Otra jodida pesadilla… pensó Jill levantándose de la cama y encendiendo la luz de su pequeña lámpara que descansaba en la mesita de noche. Caminó en medio de la oscuridad y aquella luz hacia el cuarto de baño, encendiendo la luz a su paso y acercándose hacia el espejo. Contempló su propio reflejo en el espejo y ladeo su rostro hacia ambos lados, no viendo rastro alguno de estar infectada y mucho menos convertirse en ninguna de esas asquerosas criaturas.
[…]

Habían pasado ya varias horas cuando Jill salió de su departamento, lista para ir a la comisaria y seguir con su trabajo. De hecho allí en la puerta del enorme edificio oyó la voz de alguien conocido, ese era Eric su superior. Un hombre ya maduro, entrado en casi los 40 años y al parecer con un hijo. Según lo que Jill había oído de alguno de sus compañeros, aun así ella siempre había sido alguien muy respetuosa y nunca se había metido en la vida privada de los demás. No era de su incumbencia.
─Hola señor. ¿Necesita algo?.

Eric miró a subordinada con una pequeña sonrisa y asintió─necesito que vayas ahora mismo a los comerciales. Según una llamada telefónica hubo un altercado y varios de tus compañeros van de camino. Explicó Eric con su voz medio ronca y entregándole un informe.
Jill tomó los papeles y comenzó a leerlos, escuchando a su superior─¿Pero que puedo hacer yo?. Preguntó Jill no entendiendo muy bien los pensamientos de su superior y por qué la mandaban ahora a otro lugar.
Tras leer el informe y entregárselos al hombre Jill no dudo en volver a subirse en su moto, arrancando el motor y salir de allí a toda mecha. Avanzó por la avenida sorteando varios vehículos hasta que finalmente llegó al lugar acordado, aparcando la moto en un lado donde no estorbara. Jill se bajó de la moto y se acercó hasta el lugar acordado, no viendo nada extraño en el lugar a excepción de varias personas que se encontraban arremolinadas cotilleando.
Jill se acercó y preguntó:
─Buenos días. ¿Qué sucede?.
Uno de los jóvenes que se encontraba entre la multitud se giró hacia la mujer y contesto─se escuchó disparos. Aunque no estamos muy seguro de ello y para una mejor seguridad nos salimos….
─Entiendo. Jill asintió y se alejó de la multitud, caminando hacia el lugar al mismo tiempo que sacaba su arma para entrar en aquel centro comercial que ahora se encontraba desierto.

Posiblemente hubiese sido mucho mejor el buscar otra alternativa de entrada, sin embargo no había tiempo y Jill tampoco deseaba demorarse demasiado en saber que era lo que estaba sucediendo en el interior de aquellos viejos comerciales que todavía seguía yendo la gente. En cuanto Jill cruzó el portón y vio que el lugar se encontraba vacío, supo que algo no iba bien. ¿Quizás tenían rehenes ahí dentro? Fue lo primero que se le pasó por la cabeza a medida que iba avanzando por el lugar algo agazapada y escondiéndose en cualquier sitio que viese oportuno.
Con sigilo Jill se escondió detrás de un carrito de los helados, asomándose por una de las esquinas no viendo nadie en los alrededores. Que extraño. ¿Dónde demonios están? Si no fuera por la hora y que sé que a esta hora estaría repleto de gente me creería que estoy en puro domingo o día festivo. Pensó Jill echando un rápido vistazo a su alrededor y comenzando a moverse por el siguiente punto que creyó que era seguro.

Al entrar en una tienda de ropa se topó literalmente de frente con una civil y le hizo una señal con su mano para que se mantuviera en silencio. Con su dedo apoyado en sus labios le hizo un gesto para que volviera al interior del local y así, de esa manera poder esconderse─señorita vuelva al interior. Estar paseándose por el interior del local en estos momentos es muy peligroso…. Comentó Jill apoyando en aquel momento su espalda en el frio mueble que tenía detrás y se quedaba sentada─le aconsejaría que se mantuviera aquí por ahora. Será mejor que nadie la vea, no sé si llegó a escuchar los disparos. Jill se puso de rodillas asomándose de nuevo hacia el exterior de la tienda y levantó su rostro al oír la voz ronca de un hombre.
─¡Tenemos que largarnos de aquí! ¿En qué demonios estabas pensando al disparar?. Grito uno de los matones quien se veía bastante alterado por lo ocurrido, mirando hacia el suelo a sus pies.
Desde la perspectiva de Jill no podía ver más allá que a partir de las rodillas del hombre que no paraba de gritar.
De repente otro sujeto apareció y Jill pudo verlo, era aquel hombre que estaba buscando la policía y había foto retratos de él.
─Relájate, no es la primera vez que mato a alguien. Además fue su culpa por sacar el arma, mira que le estaba diciendo que se mantuviera quieto el tio. Dijo el hombre que acababa de aparecer, quien portaba un arma de fuego en su mano derecha. Este bajó la mirada y echó un rápido vistazo al centro comercial desierto, luego volvió a girarse contemplando hacia una dirección en concreto─tú, ven aquí ahora mismo.

A los pocos segundos apareció un chico con gafas y cabellera pelirroja, quien se le veía bastante tenso por la situación.

No iba a negar que la joven tenía toda la razón del mundo. Si se quedaba en aquel lugar alguien podría dar con su paradero, por ello eso sería bastante peligroso y a su vez ese acto en si podría acabar con su vida. Pero si anda husmeando por la zona alguno de esos sujetos la vería y eso sí que sería un verdadero problema. Pensó Jill plantada en el lugar que había elegido para esconderse, era un sitio fuera de las vistas de los hombres que se encontraban en el segundo piso. Además parecía que se encontraban entretenidos con algunos rehenes.
─No te voy a negar que tienes toda la razón. Pero si sales ahora y te ven, no dudes ni por un segundo que te disparan por la espalda. Respondió Jill con una voz calmada, esperando a que su forma de ver esa situación hiciera entrar en razón a aquella joven. Aun así lo entendía, ¿Quién en su sano desearía quedarse en ese sitio? ─el aviso esta dado. Me adelante por casualidad, pero más policías vienen en camino para terminar con todo esto de una vez. Dijo Jill volteando el mueble y viendo al primer sujeto de espaldas, parecía ser que estaba hablando con otro sujeto.
─Yo visualizo a dos. ¿Acaso viste a más?. Le preguntó Jill volviendo al interior de la tienda y miró a la joven─trataré de sacarte de aquí. Podemos ir por el mismo lugar que vine, por casualidad una de las puertas traseras del centro comercial se encuentra abierta y me aseguré de que no se cerrara. Al menos esa había sido la idea de la joven cuando atrancó la puerta con un objeto. Rezando por dios que a nadie de afuera se le ocurriera el quitar dicho objeto y cerrar la única vía de acceso de entrada del enorme edificio.

Jill le hizo una señal a la joven para que la siguiera, bien agazapada y ocultándose en uno de los mostradores continuos. Fue entonces cuando una voz a su espalda la alarmó, mirando hacia la dirección de las escaleras y como unos pasos habían empezado a bajar los escalones, parecían que eran tacones.
─Creo que tenemos unos traviesos ratoncitos. Dijo una voz con una voz risueña, dirigiéndose hacia la dirección de Jill y la otra joven.