Juegos peligrosos [Priv.Amanda]

Ioan soltó un pesado suspiro mientras se acercaba a la tina de agua y limpiaba cuidadosamente la sangre de sus nudillos. Algunas gotas de sudor le corrían por la nuca y los brazos arremangados debido el esfuerzo, aunque no era la sangre ni el esfuerzo lo que le tenía de mal humor, sino la falta de resultados— Eres obstinado, eso te lo concedo —comentó con un tono de fría ira contenida mientras se secaba las manos con un paño que luego tiró a un lado con desdén—. Obstinado y molesto.

Volteó de nuevo hacia la persona a la que hablaba, un hombre atado a una silla en mitad de una pequeña habitación, con el torso desnudo y el cuerpo amoratado a base de golpes. Tenía la cara tan hinchada que no lo reconocería ni su madre, y la sangre le salía tanto de los labios como la nariz rota. En el cuarto eran solo él, el hombre atado y otro tipo trajeado de negro que observaba todo impasible desde el fondo del cuarto. No hacía falta una multitud para ese tipo de tareas, de hecho cuantos menos mejor— Sé que me has estado robando información personal Marcus, solo necesito que me digas qué fue y para quién, y podremos dejar toda esta pantomima.

Ioan usó su tono más reconciliador, y sin embargo sus palabras seguían teniendo ese deje frío de amenaza. No estaba contento, y no había forma de disimular eso, la idea de que alguien había estado filtrando datos suyos no le hacía ninguna gracia. Marcus por su cuenta apenas parecía tener fuerzas para alzar la cabeza, y cuando habló lo hizo tan bajo que costaba entender sus palabras— Ya te he dicho que no lo sé, no me dio su nombre... no le vi la cara… solo pillé los primeros archivos que encontré… es todo.

—Ya, veras Marcus, el problema de decirme eso es que es lo mismo que no decirme nada —replicó Ioan, alzando un poco más la voz, su enojo más que evidente. Se le estaba acabando la paciencia y a Marcus su tiempo—. Te animo a que hagas memoria, de lo contrario te prometo que esto va a ir a peor —amenazó, tomando al hombre de los cabellos y forzándole a que le mirase a los ojos, al ojo azul y gélido que lo observaba con desprecio—. Me aseguraré de ello —finalmente soltó su agarre como quien suelta un pedazo de basura, y se encaminó a la salida, aunque no sin antes dedicarle unas palabras al hombre trajeado junto a la puerta—. Mientras estoy fuera esmérate en ayudarle a hacer memoria, por todos los medios necesarios.

El hombre asintió secamente y se acercó al prisionero, pero lo que pasase a partir de ahí quedó fuera de vista de Ioan, que salió del cuarto hacia un largo pasillo, y al final de este hacia un ascensor. Mientras ascendía dejando atrás las zonas ocultas del casino el hombre se colocó bien las mangas y se aseguró de que estaba presentable, había perdido demasiado tiempo con aquello, eran casi la diez de la noche y ya iba tarde a su reunión con un importante cliente. Salió del ascensor a la planta baja del casino, que a diferencia de la zona anterior estaba inundada de gente, bien iluminada, y se veía sobrepasada por las voces y el sonido de las diversas maquinas de juego.

En la puerta del casino, el Midnight Palace, había un coche ya esperándole. Había ordenado a su chófer particular que le esperase para no perder tiempo, así que tan pronto saltó adentro del lujoso vehículo negro este se puso en marcha— ¿Un día ajetreado, señor? —inquirió Simon, el conductor, desde delante. Ioan no le respondió, no solía darle charla y el conductor sabía ya que cuando no respondía era mejor no insistir. Mientras se ponían rumbo a las afueras de la ciudad, a la zona de almacenes donde tenía lugar su encuentro, el capo se sirvió una copa de whisky del minibar que tenía en su coche personal, aún sin dejar de darle vueltas al asunto de Marcus ¿Quién era el que estaba detrás de todo aquello? Quizá fuese el jefe de otra mafia, puede que alguien de los suyos incluso, que quisiese quitarle de en medio, o uno de los muchos enemigos que había hecho en su trabajo... ¿Y qué información se había llevado de sus sistemas? Ya habían sustituido todos los códigos y contraseñas para evitar infiltrados, y estaban en proceso de poner nuevas medidas de seguridad, pero si se habían llevado algo más que eso, como información personal, sus planes, su agenda…— ¡Simón, para!

Ioan dio la orden tan pronto la idea cruzó su mente, sin embargo no hubo tiempo para más. Un pesado camión impactó con ellos, embistiéndolos por el lado y haciendo patinar y voltear su vehículo mientras Ioan se veía sacudido en el interior. Fue un momento muy confuso en el que todo parecía dar vueltas a su alrededor, no se había puesto el cinturón de seguridad por lo que se protegió con los brazos lo mejor que pudo mientras era zarandeado de un lado a otro, golpeándose contra todo.

Finalmente el coche se detuvo del derecho con un crujido, y el rubio intentó ponerse en pie mientras se esforzaba por orientarse.  Escuchó el sonido de unas puertas abrirse y cerrarse, y múltiples pasos a unos metro de allí. Vio como un puñado de hombres se habían bajado del camión, entre lo oscuro que estaba aquella zona de almacenes y que los faros del camión convertían a aquellos hombres en poco más que sombras a sus ojos,  no tenía modo de saber quienes eran… pero sí que distinguía la suela de armas pesadas en sus manos.

Ioan abrió la puerta del lado contrario y se lanzó afuera al tiempo que empezaban a llover las balas sobre el vehículo, restallando contra el metal, silbando e inundando el aire con estallidos ensordecedores. Ioan miró a su alrededor, desde allí pudo ver por la ventanilla el cuerpo inerte de Simon, mientras que una fuerte sensación de ardor se cebaba con su hombro derecho, una bala le había alcanzado allí en lo que salía del vehículo. Viéndose sin escapatoria, juntó sus manos y comenzó a entonar un peculiar cántico. Sus manos unidas a modo de plegaria comenzaron a brillar, y este brillo se fue extendiendo por su cuerpo a medida que trataba de lanzar el hechizo lo antes posible. Era un hechizo que generalmente necesitaba de más tiempo y preparación, lanzarlo así era asumir el riesgo de que algo saliese mal, sin embargo la situación ya era lo bastante fea, y solo podía concentrarse para poder acabar lo más cerca posible de su objetivo.

Un fuerte destello azul iluminó la zona por un segundo, seguido de un sonido atronador, y los hombres dejaron de disparar para acercarse a ver que había pasado, encontrándose con el cadáver del chófer… y nada más.

Con una sensación mareando, Ioan sintió como si se lanzara al aire sin rumbo ni control ninguno y luego cayese con gran velocidad para acabar golpeando el suelo, aunque sin tanta fuerza como uno hubiese esperado por la sensación de vértigo que sentía al inicio. Rápidamente intentó ponerse en pie para orientarse, sujetándose el hombro herido que ya le teñía el brazo de rojo, en busca de cualquier amenaza. Se había teleportado con éxito, sí, pero no al casino como quería, sino a una habitación… y no era el único allí— ¿Quién eres tú y dónde estoy? —inquirió, con tono de pocos amigos, mientras se esforzaba por mantenerse en pie pese al mareo, y fulminaba con la mirada a una joven de cabellos dorados.

Aquella no era la parte más hermosa de la ciudad. Al contrario, era mayormente sombría en aquella época del año pues la luz del sol era más tenue y duraba menos, mientras que las sombras y la oscuridad se prolongaban unas cuantas hora más. Era una antigua ciudad llena de cuentos y mitos que salían para recorrer el mundo y atraer visitantes curiosos que gustaban de escuchar leyendas.

Desde la ventana de aquella pequeña habitación, podían apreciarse las altas montañas ahora cargadas de nieve blanca y suave la cual brillaba ante los primeros rayos del sol que besaban sus copas. Pero que sin embargo, eran las primeras en atrapar las tinieblas que el ocaso traía consigo, otorgándole a las más vetustas edificaciones postradas en las zonas altas a las afueras de la ciudad y que aún quedaban en pie, una tenebrosidad mística que aun contemplándola de lejos erizaba la piel.

Del lado opuesto a la vista que ofrecía aquella ventana, se encontraba una mesita de madera que fungía de escritorio, y sentaba junto a ella estaba la rubia como todos los días, con la nariz metida ente libros y libretas  que se apilaban de ambos lados de la mesita, abiertos de par en par. Como siempre, la noche se le había venido encima entre deberes y estudios. Había perdido la noción del tiempo, pero el frío ahora más intenso y el ensordecedor silencio que circundo debieron advertirle que fuera lo que hubiera estado haciendo, era avanzada la hora y debía alistarse para descansar. Se incorporó de su asiento y corrió las cortinas, organizó un poco sus libros y cuadernos antes de cambiarse de prendas. Se encaminó hacia la cómoda donde tenía la poca ropa que había llevado consigo desde su casa en Alemania, cuando repentinamente el escalofriante sonido como de un trueno cayendo a corta distancia le sobresaltó el corazón causándole un estremecimiento tal, que las piernas casi se le doblan. La reacción inicial, fue la de voltear en dirección al estrepitoso ruido que retumbaba en sus oídos, sin embargo fue una luz sumamente brillante, cegadora, la que casi le nubla la razón acrecentando con ello su aturdimiento, consiguiendo lo que el sonido de trueno no hizo, derrumbarla sobre el suelo aunque sin hacerla perder el sentido.

La muchacha se cubrió los ojos con la parte interna del ángulo del brazo derecho. ¿Era una ilusión? ¿Un hechizo? ¿O una de aquellas leyendas vuelta una realidad?

Cuando la luz se hubo disipado, la joven lentamente alzó la mirada. Al instante una desconocida voz atrapó sus sentidos como si los golpease.

La visión de un hombre adulto apareció repentinamente tendido sobre el piso de madera de la habitación sin que nada al rededor sufriera algún cambio o tuviera un desperfecto.

Pasaron algunos segundos  —o quizá minutos, pues no era consciente del tiempo— antes de que la fémina pudiese articular palabra o acción alguna. Tratando de encontrar en su mente algún sentido a lo que estaba ocurriendo.

El sujeto no parecía estar en estado de embriaguez o narcotizado, aunque ciertamente lucia probablemente casi tan descolocado como ella.

— E-Esta en mi habitación. Dentro de una residencia para estudiantes —respondió tan serenamente como le fue posible, incorporándose de a poco pero manteniendo la distancia entre ambos y sin quitarle la mirada esmeralda de encima.

Si lo que pensaba era robarla, se había equivocado de víctima, pues nada de valor encontraría en aquella habitación que no fueran los libros de estudio. Ahora que si sus intenciones eran perversas, ella ya tenía puesta una mano sobre el picaporte de la puerta de salida.

Repentinamente un golpeteo sobre la puerta de madera añadió más tensión al momento. Era una compañera de piso que llamaba a la puerta preguntando a Amanda si todo estaba bien, pues había escuchado un fuerte ruido. Era una buena oportunidad para echar al desconocido de ahí y salir ilesa, más por otro lado, se arriesgaba a que las circunstancias se malinterpretaran y fuese acusada de meter hombres a su habitación durante la noche. Era el hospedaje más austero que había podido pagar, de manera que ser echada de ahí no era una opción aun si era inocente. No podía arriesgarse a ello.

— Todo está bien. Lamento haberte despertado cuando se cayó mi lámpara. Regresa a dormir —"explicó" a la compañera sin abrir la puerta, y de nueva cuenta, sin perder de vista al extraño sujeto.

Cuando estuvieron nuevamente solos, la rubia sintió que recobraba el control sobre sus emociones, reponiéndose a la primera impresión y el sobresalto. Entonces pudo hablar con más firmeza y determinación para deshacerse de aquella embarazosa situación.

— Ya lo ve. No estoy sola. Con tan solo gritar en menos de cinco segundos ya estarán aquí todos. Le conviene salir más discretamente de como llegó. ¡Váyase!

Evidentemente no esperaba que lo hiciera por la puerta, de manera que la muchacha corrió a la ventaba abriéndola de par en par, e indicándole el camino al rubio. Amanda incluso se adelantó tomando la iniciativa de "ayudarle" un poco sujetándolo por los hombros pese a que el hombre era grande y corpulento, evidentemente era absurdo pensar que podría moverlo siquiera cinco centímetros. Sin embargo ello sirvió para darse cuenta de la profunda herida que el hombre tenía en un hombro. Como estudiante de medicina, su primera reacción fue la de inspeccionar la herida sangrante. Ahora se encontraba en medio de una disyuntiva. No quería a un extraño en su habitación, pero si la herida era grave y su vida pendía de ser asistido en ese momento, era un cargo de consciencia con el que no quería vivir.

— Espere. Antes de que se vaya revisaré esa herida, pues a juzgar por su ropa —la cual ahora que le prestaba más atención lucia bastante fina y elegante— ha perdido mucha sangre.

Su tono de voz había mudado al de una típica enfermara dando instrucciones, tal vez por un instante se olvidó que era un intruso, más en ese momento lo miró como un paciente. Después de todo, aquella era su vocación.

—  Ayúdeme y siéntese sobre la cama para poder revisarlo mejor.

Y mientras esperaba a que el hombre atendiese o no su señalamiento, la muchacha  palpó con mucho cuidado la zona herida, aunque la tela de la camisa blanca ahora teñida de carmesí, no le permitía hacer su trabajo con eficiencia.

— Necesito que se descubra… solo el hombro. No es necesario que se quite la camisa.

No era un herida provocada al entrar furtivamente a la habitación, definitivamente había sido producida por un arma. Tal vez había sido herido y al intentar escapar de sus captores, había decidido encontrar un escondite en la recamará de Amanda. ¡Vaya lío en el que se estaba metiendo la joven si sus conjeturas eran acertadas! Pero reaccionó tardíamente, pues ya le había ofrecido ayuda.

— Le curaré, pero después debe irse sin causarme problemas —sentenció sin intimidarse ante el musculoso y fornido hombre.

La muchacha parecía más confusa que él, no que la culpase dada las circunstancias, aunque a Ioan no le gustaba que le hiciesen esperar cuando hacía una pregunta. En lo que ella respondía él ya estaba escaneando el cuarto con la mirada, ciertamente era una habitación humilde, pobre en realidad, con apenas unos libros en una mesa y unas pocas pertenencias personales aquí y allá, nada anormal. Se había aparecido en la habitación de una residencia de la universidad— Eso tiene sentido, estaba en la misma dirección que el casino pero mucho más cerca.

Un golpe en la puerta y una nueva voz le sacó de su análisis. Una compañera de la residencia preguntaba desde fuera si todo estaba bien, seguramente alertada por el ruido que había hecho al aparecerse. Ioan miró a la joven que ya estaba de pie frente a la puerta, y se llegó un dedo a los labios en un gesto discreto pero claro: no digas nada de mi. La muchacha se inventó una excusa y la otra se volvió a alejar, dejándolos solos. Ioan se permitió respirar un poco más tranquilo, aunque la situación estaba lejos de estar bajo control.

La rubia recobró la calma, e incluso el ímpetu para echarle del lugar, acercándose a la ventana para marcarle el camino. No le gustaba ese tono, para nada, pero ya tenía intención de marcharse desde el principio por lo que solo dejó escapar un gruñido de asentimiento y se encaminó a la ventana. La chica intentó ayudarlo, pero Ioan estuvo casi a punto de caerle encima cuando una descarga de dolor se le extendió desde el hombro al resto del cuerpo tan pronto empezó a moverse. Había pensado que el mareo era por el teleporte, pero la perdida de sangre tampoco ayudaba, e incluso se había puesto un poco pálido ¿Cuándo había sangrado tanto? La muchacha también debió reparar en ello pues en vez de tirarlo por la ventana le pidió se sentase en la cama para revisarle la herida.

—¿Sabes lo que haces? —preguntó con un leve gruñido de dolor mientras tomaba asiento, toda la manga derecha ya manchada de rojo carmesí. Iba a ser inevitable que acabase dejando manchas en la habitación, eso no le gustaba pues era un rastro, y dejar rastros nunca era bueno, por no hablar de la chica que le había visto… pero ya se preocuparía de eso luego. Ioan se desabrochó los primeros botones de la camisa para luego bajarse la manga del hombro herido, exponiendo una perforación que cruzaba todo el hombro, la bala había entrado y salido limpiamente, una suerte en cierto modo.

—Si logras que pare la hemorragia será suficiente —afirmó el hombre con tono seco. No esperaba que una estudiante en un cuarto cualquiera le cerrase la herida, se conformaría con que pudiese detener el sangrado, ya podrían tratarle debidamente una vez llegase al hotel—. Haz eso y trato hecho —mientras dejaba a la muchacha trabajar con lo que tuviese sacó de su bolsillo su móvil con la mano libre. La pantalla se había roto pero seguía funcionando, y con un par de toques rápidos mandó una señal de alarma y su ubicación a uno de sus asistentes, que no tardó en responderle a su vez indicándole que en unos minutos estaría un coche allí para recogerle, aunque podía tomar más de lo que le gustaría debido a la zona. Ioan gruñó por lo bajo mientras guardaba el celular—. Hoy no sale nada a derechas...

No tenía la remota idea de lo que lo había llevado a interrumpir la tranquilidad de la oji-verde, pero si ambos podían hacer lo posible por solucionar sus propios dilemas y volver a sus vidas como si nada hubiera sucedido, era definitivamente lo mejor.

Una vez que el hombre mayor dejó al descubierto la herida, la estudiante fue capaz de hacer una mejor revisión. Una herida limpia, eso evitaba que la joven tuviese que sacar la bala y después saturar sin anestesia.

— Soy estudiante de medicina —respondió con cierta frialdad mirándole de reojo cuando fue a buscar en el cajón de la cómoda algo que fungiera como paños, además de una venda.

Una vez consiguió lo que buscaba, regresó sobre sus pasos arrojando los paños y venda sobre la cama, mientras sus ojos rodaban al rededor de la habitación como en busca de algo.

— La buena noticia es que la bala salió de su cuerpo —una vez localizó lo que buscaba, tomó posición frente al hombre que lucia un parche en el ojo diestro, dejando a la vista un único ojo brillante de un precioso color azulado—. Sin embargo la cantidad de sangre me indica que pudo haber rozado la arteria subescapular, dada la posición de la herida.

Soltó un suspiro antes de proseguir, después colocó ambas manos sombre las caderas con firmeza, y tomando nuevamente aire prosiguió:

— Le seré honesta. Como estudiante no cuento con material quirúrgico para suturar algo tan diminuto como una arteria —bueno, no contaba con ninguna clase de material especializado porque apenas estaba en primer año de la carrera y porque su apretada economía no se lo permitía—. Sin embargo, hay una forma de detener el sangrado casi al instante. Así que le pido que confíe en mí.

Existían dos buenas razones por las que estaba decidida a practicar un método alternativo. Primero porque le urgía deshacerse de él, y segundo, porque le parecía la perfecta oportunidad de retomar sus prácticas de alquimia.

Cerca de la ventana había una repisa pequeña con algunas divisiones donde se posaban algunos frascos de cristal con diversos contenidos. Amanda se acercó a ellos y comenzó a buscar uno en específico con el cual volvió hacia "su paciente" después. Destapó el frasco pequeño y empapó con el contenido de color grisáceo oscuro, una pajita de apenas un par de milímetros de grosor.

— Este es un método antiguamente usado por los médicos. Va a doler, eso es seguro —dijo cruzando miradas con el único ojo del varón, quien parecía alguien acostumbrado a ello, al dolor—. Pero le garantizo que sólo será cuestión de un par de minutos. El sangrado se detendrá y el dolor desaparecerá en breve. Se lo garantizó.

Claro, a menos que por azares del destino algo saliera fuera de lo planeado.

— Necesito que guarde la calma y por ningún motivo se mueva, ¿de acuerdo? —daba concretas instrucciones cuando ya con meticulosidad introducía la pajita en la herida, lo más profundo que se podía.

Tenía nervios, ¡claro que sí! Hacía mucho tiempo que no practicaba la alquimia, aunque esta le apasionaba. Pero trabajaba contra reloj, pues en sus circunstancias era difícil adivinar qué tan grave era la herida en la arteria. Además, no sabía qué sería capaz de hacerle el desconocido si las cosas no salían como se esperaban.

Ahora del cajón del escritorio sacó una cajetilla de fósforos, encendió uno que colocó a la altura de sus ojos, justo frente al entrecejo, y el que después guió a la herida del rubio causando lo que parecía una diminuta explosión que sacó algunas chispas brillantes que atravesaron el hombro del sujeto de lado a lado. Dejando al final una estela de humo y un extraño olor que se intensificó durante algunos segundos.

Sin perder más tiempo la fémina tomó los paños y los humedeció en el lavabo del cuarto de baño, y procedió a limpiar cuidadosamente el brazo y la herida del rubio para eliminar los rastros de sangre después de sacarle al completo la camisa, mientras daba tiempo a que terminara de disiparse el humo.

— ¿Lo ve? Ya no sangra más —y era fácil de comprobarlo con la nívea piel del hombre completamente limpia, sin gota alguna de sangre por ninguna parte. Difícil creer que sólo momentos antes estuviera empapada del vital líquido—. Es una mezcla de salitre y sulfuro, un excelente cauterizador. Lo mejor es que la recuperación del paciente es más rápida y deja una casi imperceptible cicatriz.

Honestamente se sentía aliviada de haber hecho el procedimiento correctamente. Ahora podía enfocarse a lo más superficial.

Devolviendo el frasco a su lugar, en cambio tomó otro de un color un poco más claro. Sobre un pedacito de tela impregnó un poco de aquel polvo y lo untó sobre ambos lados de la herida en el hombro del rubio.

— Este es un compuesto de cobre que mantendrá desinfectada su herida. Aunque con el sulfuro debiera ser suficiente, prefiero cerciorarme de que la herida sane perfectamente aplicando este nuevo compuesto.

Explicaba con cierto detalle, pues era consciente de que no eran los métodos ortodoxos de tiempos modernos.

— Vendaré su herida de tal forma que pueda mantener inmóvil el hombro el mayor tiempo posible hasta que recuperé las fuerzas. Después enjuagaré la sangre de su camisa. Una vez este seca podrá irse. Y con eso habré cumplido mi parte del trato, y espero que usted cumpla con la suya —finiquitó con franqueza dirigiéndole una mirada penetrante.

Ioan se permitió una amarga sonrisa ante la actuación de la muchacha. Hoy ninguno de sus planes salía a derechas, y sin embargo había ido a parar al cuarto de alguien con conocimientos de medicina justo cuando lo necesitaba. En ocasiones el destino mostraba un sentido del humor de lo más retorcido.

Siguió con la mirada a la chica según se movía y le daba explicaciones. Era curioso como tenía frascos en el estante con diversos contenidos, no parecía la práctica usual de un estudiante, aunque la calma con que estaba reaccionando a todo aquello, más aún al hecho de que un hombre había salido de la nada, le dejaba bastante claro que no era una estudiante cualquiera.

—Procede —indicó, dejando claro que estaba preparado y prefería que se diese prisa a dar tantas explicaciones. Era desconfiado por naturaleza, no le gustaba que nadie le hiciese cosas extrañas, pero en este caso la curiosidad por ver de qué era capaz aquella chica le podía más. El proceso le dolió, tanto cuando introdujo la pajita con el liquido como la pequeña explosión posterior para detener el sangrado, fue como un latigazo de dolor y un fuerte quemazón, no obstante no se permitió más que apretar los dientes y soltar un leve gruñido. Había pasado por cosas peores, no podía permitirse flaquear solo por aquello.

El método dio resultado, la herida dejó de sangrar, así que la muchacha se preparó para limpiarle la zona. Con su ayuda se sacó la camisa a un lado, dejando el toro al descubierto, musculoso y lleno de otras tantas cicatrices allí y acá, el tipo de cuerpo que era testigo de una vida constantemente al borde de la muerte. Según ella aquella herida al menos no dejaría mucha cicatriz, no que a él le importase tanto pero la muchacha se veía satisfecha.

—Tu no eres una simple estudiante de medicina —comentó Ioan, observándola de reojo mientras esta terminaba de aplicarle otro ungüento tras explicarle los detalles de lo que iba a hacer, un procedimiento que no parecía muy usual hoy en día—. Puedes mandar la camisa al demonio, para lo que me importa. Me iré en cuanto acabes, tranquila —Ioan podía ser un mal tipo, pero era un hombre de palabra, y cumpliría con la dicho, aunque una parte de él sentía curiosidad ahora por la rubia ¿Dónde había aprendido todo aquello? ¿Hasta dónde alcanzaban sus conocimientos?

Andaba sumido en sus dudas mientras ella terminaba el vendaje cuando algo extraño sucedió. Los pelos de la piel se le erizaron, como si el ambiente se cargase de energía estática, y entonces una fisura se abrió en el aire frente a ellos. Justo en el punto donde Ioan había aparecido el aire se rasgó, como una herida que volvía a abrirse, y en el centro de esa grieta chisporroteante apareció un enorme ojo de iris amarillento.

El ojo amarillento dio un rápido vistazo alrededor, luego se clavó en Ioan, y finalmente en el rostro de la muchacha, donde se quedó absorto por un periodo corto de tiempo pero que pareció una eternidad, reflejando en su enorme cornea el propio rostro de la chica como si de un espejo se tratase.

Ioan hizo a un lado a la mujer y se lanzó hacia el enorme ojo, murmurando unas palabras ininteligibles mientras unas chispas envolvían su mano izquierda. Como si de una garra se tratase aferró el ojo con su mano, y este desapareció con un chasquido al tiempo que se tornaba en una nube de vapor. La grieta que lo rodeaba desapareció también, y el cuarto volvió a quedar en silencio cuando el chispear de su mano se agotó.

Ioan chistó molesto. Le habían rastreado. Como quien deja huellas en su huida, su hechizo había dejado un leve rastro a modo de grieta entre espacios. No una grieta lo suficientemente grande para que lo siguiese nadie, pero si para mandar un familiar a seguirle. Ahora quien quiera que fuese el que le había atacado sabía donde estaba, y con quién estaba, por lo que era cuestión de minutos que alguien se presentase allí.

—Me marcho, saben que estoy aquí —comunicó a las prisas, volviéndose para dirigirse a la ventana. No estaba seguro si el vendaje estaba terminado de asegurar pero no tenía tiempo para eso. Su móvil vibró, dándole la señal de que los suyos ya estaban en el área para recogerle, seguramente afuera del recinto de residencias. No se molestó en recoger la chaqueta siquiera, igualmente la iba a tirar, solo se acercó a la ventana y la abrió de par en par… aunque antes de saltar por esta se detuvo a mirar a la joven.

Iba a darle las gracias por la ayuda, una mera formalidad, antes de perderla de vista para siempre. Sin duda estaría confusa con todo aquello, con el hombre que había salido de la nada y desaparecía con las mismas luego de que un ojo flotante los mirase. Confusa, sí, pero le había ayudado cuando no tenía porqué. Qué persona tan extraña— Los hombres que me hicieron esto van a aparecer aquí dentro de poco, y no serán amables buscando respuestas —aunque era una especie de advertencia su tono era tan fría e impersonal como siempre, como quien comenta el clima—. Puedes quedarte si lo deseas, quizá te dejen vivir y puedas hacer como que esto nunca ocurrió, aunque yo no contaría con ello.

Ioan no tenía necesidad de silenciar a la muchacha, estaba por desaparecer por su ventana y no le había dado ninguna información útil que pudiesen usar en su contra, era solo otra persona de paso en su vida, pero eso no les había impedido a esos tipos convertir a su chófer en un colador. Seguramente la torturarían para sacarle lo que pudiesen y luego se desharían de ella. Generalmente ese pensamiento ni le cruzaría la mente, pero ya fuese la amabilidad de la joven o la curiosidad que había despertado en él, lo retuvo lo suficiente para dedicarle estas últimas palabras— Si por el contrario quieres vivir, sígueme.

Y con esas palabras saltó, aterrizó afuera, y comenzó a dirigirse hacia las afueras de los dormitorios, sin siquiera mirar atrás, pues no lo necesitaba… algo le decía que ella le seguiría.

Con la mente cautivada por los encantos que la alquimia le ocasionaba, Amanda había desviado al completo la atención de la bizzarra circunstancia en medio de la cual se encontraba. No fue sino hasta que la visión de un ojo de iris de color jade, sobre cuya pupila la propia germana vio su imagen reflejarse con aquella expresión atónita que contemplar algo salido fuera de la realidad puede llegar a causar, volvió a sentir golpeados sus sentidos como la primera vez.

Aunque el corazón estaba acelerado, la sangre en sus venas se heló. Debía estar soñado y aquella también debía ser la peor de sus pesadillas sobre la que no tenía control alguno. Eso fue lo único que alcanzó a pensar la muchacha.

No supo qué fue lo que la sacudió, pero fue lo suficientemente fuerte como para hacerla reaccionar, pues cuando volvió en sí, yacía tirada sobre la cama que había amortiguado el impacto. Pero ¡diablos!, aquel no era un sueño. Eso lo comprobó con sus propios ojos cuando presenció la manera en que el hombre rubio deshacía con el puño de su mano envuelta en destellos como si de electricidad se tratase, aquel ojo escalofriante que parecía contemplarlo todo.

Aun sin salir de su asombro, la joven apenas fue capaz de tomar un respiro cuando las cosas parecieron volver a calmarse. ¿Cuántas veces más sucederían esas extrañas apariciones la misma noche?

— Denme un respiro —musitó por lo bajo con la palma de la mano izquierda sobre el pecho mientras recuperaba el aliento.

Sin embargo su petición no sería del todo concedida, tras la directa explicación que recibió del rubio, quien con ambas hojas de la ventana abiertas de par en par tras de sí, tenía toda la disposición de emprender la retirada dejándola a ella con un gran problema encima del cual no tenía la mínima idea de cómo lidiar. Su único delito había sido el de ser vista en la misma habitación con aquel sujeto al que no conocía.

La advertencia recibida no dejaba lugar a dudas, Amanda debía tomar una desición sin demora. Evidentemente al tipo grande y musculoso no le importaba el desastre que había venido a ocasionar a la tranquila vida de la germana cuya única preocupación era la de cubrir la renta a final de mes.

Mientras aquel desaparecía a través de la ventana, oculto entre la espesura de la noche, la fémina estaba más que convencida que aquello no era un juego. La herida y la sagre que había limpiado eran muy reales, así como aquel ojo que no terminaba de desaparecer en sus pensamientos. Aquel que había clavado la mirada en la joven como si hubiese grabado hasta el mas minimo detalle de su persona, incluso penetrando aún más allá, hasta sus pensamientos más profundos.

— Me matarán... ¡Me matarán! —comenzó a murmurar cada vez más fuerte con un deje de desesperación.

Debía salir de ahí, eso era un hecho, pero ir tras el rubio era un locura. Lo había conocido menos de treinta minutos y ya su vida pendía de un hilo por culpa suya. ¿Escapar con él? Debía significar la muerte segura tarde que temprano. Sin embargo, sola, en un país extranjero y sin conocer a nadie, realmente no tenía a dónde ir.

Amanda hizo lo que creyó más conveniente en ese momento. Tomó de debajo de la cama una mochila, y dentro de ella colocó entre un par de ropas, los frascos que tenía sobre las repisas, así como un par de libros y una libreta que habían estado ocultos también bajo la cama. A como pudo, saltó por fuera la ventana apoyándose entre marquesinas, cancelería y herrería, cualquier objeto asegurado que le sirviera como punto de apoyo o soporte para bajar hasta el suelo. Sacando fuerza de flaqueza pues las alturas le provocaban vértigo.

Al sentir la tierra firme bajo sus píes consiguió solo un poco de alivio, pero aquello era la mitad del camino. Rápidamente comenzó a buscar con la mirada por todos lados la cabeza rubia del hombre con el torso desnudo, pero no lo encontró de primera mano. Tal vez había desaparecido con aquella clase de magia que parecía usar. Asustada y perdida, echó a correr hacia fuera del las instalaciones de los dormitorios, hacia la avenida principal. Pero fue la suerte,  o quizá su infortunio, que desviando un poco la mirada hacia su izquierda, en la esquina continua alcanzó a ver un auto oscuro con los vidrios polarizados, y tras la puerta trasera semi cerrada, una cabecilla de cabellos dorados. No se lo pensó dos veces y corrió tan rápido como las piernas se lo permitieron. Haló de la puerta y técnicamente saltó dentro de la misma tomando asiento a un lado del sujeto al que había curado momentos atrás.

— Dijiste que no me causarías problemas —bufó en medio de su desesperación, aunque asustada y seguramente metiéndose a la cueva del león, se dejaba ver su molestia por verse privada de su tranquilidad—. Ahora es tu responsabilidad sacarme de esto.

No sabía quién era él, nada absolutamente. Por qué lo perseguían, ni quién o quiénes iba tras ella ahora a causa de él. Mucho menos a dónde llegaría ahora que se había subido a ese auto. Lo único que pensaba en ese momento era en sobrevivir.

Tal y como esperaba, tan pronto se alejó del recinto de la residencia localizó uno de sus coches negros de cristales tintados aparcado en una esquina, aunque con el motor en marcha. No había tenido oportunidad de darles detalles de lo sucedido, solo había mandado su ubicación, pero los suyos sabían que cuando hacía eso era porque había problemas y los necesitaba cuanto antes y listos para partir.

—¿Nos ponemos en marcha jefe? —preguntó Anton, el conductor que había ido a buscarle, tan pronto le vio entrar al asiento trasero— Espera un segundo —ordenó él, observando tras de sí. Durante un minuto no vio nada, e incluso llegó a preguntarse si la chica iría o si la había juzgado mal. Como fuese, él estaba aprovechando el tiempo para conjurar su familiar, tan pronto acabase se iría con o sin ella. No demoró mucho más antes de que ella apareciese corriendo hacia el auto, mochila en mano.

Ioan dejó escapar una leve risa ante las quejas de esta cuando entró en el vehículo, la chica no tenía pelos en la lengua, aunque se notaba que era el miedo lo que la movía— No te quejes tanto, te he advertido del peligro a fin de cuentas ¿No? —murmuró, mientras algo se iluminaba en su mano y tomaba forma de un búho de plumaje níveo y ojos oscuros repletos de motas blancas, como el cielo estrellado. Ioan mandó a volar al familiar por la puerta abierta y luego la cerró, lo que Anton tomó como señal para ponerse en marcha.

—Pon rumbo a la clínica de Marcos, necesito que me eche un ojo, y dile a los muchachos que me han atacado, los quiero a todos con los ojos bien abiertos —era posible que aún lo estuviesen siguiendo, por eso había dejado al familiar atrás, para vigilar quién se acercaba a la residencia. También se diría a la clínica de Marcos porque no era el lugar usual donde trataban a sus heridos y era menos probable que les buscasen allí.

Anton puso rumbo a la clínica mientras llamaba por teléfono para informar. Ioan por su cuenta se recostó en el asiento de cuero mientras posaba su mano encima de la zona vendada, su torso aún desnudo, aunque esa era la menos de sus preocupaciones— Tu nombre —ladeó el rostro hacia la rubia, y con esas mismas le indicó que se presentase. No acostumbraba a pedir las cosas por favor, tampoco creía que fuese el momento para andarse con rodeos— ¿Tienes familia en la ciudad? ¿Personas muy cercanas?

Podía parecer muy considerado de su parte el preocuparse por sus contactos, pero lo único que quería era asegurarse de que no le causaba más problemas luego. La había llevado consigo por una mezcla de curiosidad por sus habilidades y sentido del deber hacia la promesa que había hecho… que en principio solo abarcaba no hacerle nada a ella, no protegerla de nada más, pero de momento sería bueno con ella. De momento.

No era difícil adivinar que había ido a parar al lado de una persona de dudosa reputación. Amanda era una muchacha muy suspicaz, y al ver la reacción casi nula del mayor hacia una herida sobre su torso que además daba pruebas de haber sufrido otras mucho peores, a juzgar por las cicatrices que su cuerpo bien formado inclusive parecía presumir, así como la replica que puso ante la queja previa de la chica, fue sencillo deducir que aquella situación era algo habitual para el rubio. Pronto tuvo más motivos para confirmar sus deducciones, cuando sin tapujo alguno el hombre hizo aparecer en su mano una clase de animalito. No era cualquier persona, y aquellas que antes había pensado eran visiones producto de su imaginación, ahora cobraban verdadero sentido. Estaba ante un ser con poderes sobrenaturales, completamente desconocidos para la muchacha, quién observó con ojos agrandados cada detalle de la "magia" que el rubio le presentaba.

La joven acomodó la mochila entre sus brazos para abrazarse a la misma. Trataba de disimular su nerviosismo mirando a través de la ventana por la que pasaban constantemente las luces de la ciudad que iluminaban parcialmente su rostro. Únicamente rompió la pose al escuchar de nueva cuenta la voz grave y profunda del hombre del parche.

— Amanda —respondió cuando fue cuestionada bruscamente requiriendo su nombre, siendo su respuesta fría y seca como la pregunta del otro.

Era algo iluso pensar que Amanda fuese a darle pormenores de su vida cuando no sabía ni el nombre de "su captor". Aunque ni aun sabiéndolo era como si fuera a darle tal información.

—  No. Estoy sola —agregó sin mucha demora.

Una respuesta que en circunstancias normales sería la última que diría, pero que ahora era la única opción, primero porque era la verdad y segundo porque jamás se le pasaría por la cabeza exponer en lo más mínimo a sus hermanos, aun si estos vivían en otro país.

No dijo nada más, atenta a las breves palabras que intercambiaba el rubio con el chofer, quien estaba a su servicio e incluso lo llamaba jefe. El vehículo se trasladaría a una clínica, por lo que mientras aun circularan por la ciudad, Amanda todavía podía optar por tomar un rumbo diferente. Eso le daba cierta seguridad, pues significaba que podía controlar la situación en adelante.

Permaneció en silencio el resto del camino. Ella no era una persona taciturna, sin embargo prefería estar atenta a los movimientos de los desconocidos. Además, el hombre rubio tampoco lucía como si fuese un gran conversador. Tal vez esa fuera la principal razón por la que la fémina prefería mantener un bajo perfil, pues lo poco que se apreciaba de la personalidad del varón, le imponía con tan solo su presencia.

En poco tiempo llegaron al destino indicado. Para Amanda no había necesidad de acudir a la clínica, pues estaba convencida —o ese quería creer— que había hecho un buen trabajo con aquella herida. Sin embargo no chistó por aquel asunto. Lo que sí hizo fue intentar tomar su propio camino.

—  Ahora que estamos alejados de la residencia... —se escuchaba un poco como su voz titubeaba mientras ella inclinaba ligeramente la cabeza y no se decidía a hacer el contacto visual con el ojo celeste— . C-Creo que ya puedo seguir mi camino sola.

El auto estaba detenido, claramente había escuchado como el seguro de la puerta se había botado por lo que estaba abierta. Sólo tenía que abrirla y salir de ahí antes de entrar a la clínica donde seguramente habría más personas bajo el mando del rubio. No tenía deseos de rodearse de más problemas ajenos de forma gratuita.

Estrujó un poco entre los dedos de sus manos la tela de la mochila a la cual se abrazaba. Su voz esta vez era más baja y quizá en un tono ligeramente sumiso. No era precisamente como si estuviera pidiendo su autorización, pero intentaba terminar con el asunto de la forma más pacífica posible.

Tomando tímidamente la manija de la puerta, estaba dispuesta a salir de ahí sin impedimentos por parte del rubio.

— Agradezco que me sacarás de ahí. Me voy —esperaba que esas simples palabras fuesen suficientes como para despedirse sin problemas.

Amanda. Nombre extranjero. Pensándolo bien la chica no parecía de por allí, aunque tampoco lo parecía él y… bueno, eso era algo en lo que prefería no pensar. Al menos no tenía personas cercanas en la zona ¿Quizá una mentira? Para el caso le valía igual, solo no quería que le viniese llorando luego por otras personas. Con ese par de respuestas a las que se limitó a asentir levemente murió la conversación, y su atención se centró en algo que estaba más allá de la visión de la muchacha.

Ioan podía ver en su mente, como una visión superpuesta a su propia visión, todo lo que observaba su familiar. El animal espiritual estaba posado en una rama, oculto entre hojas y sombras, mientras observaba la residencia. El enorme vehículo que le había atacado se había acercado al lugar y unos pocos hombres vestidos de negro entraron en la residencia. Tenían los rostros cubiertos así que no podía distinguir el rostro de nadie, tampoco veía ningún símbolo que los identificase.

Su intención inicial era recabar cuanta información pudiese de ellos, esperar a que saliesen y seguirlos para ver a dónde se dirigían, sin embargo aún no había salido de la residencia cuando sintió una presencia cercana. O mejor dicho, su familiar la sintió. Apenas empezó a alzar el vuelo, el animal se vio atravesado por un proyectil, y Ioan sintió una leve punzada de dolor debido a su conexión con él. Perdió contacto con el espíritu, destruido en el acto. Realmente tenían a un usuario de magia poderoso en su bando si era capaz de rastrearlo y luego localizar su espía tan rápido.

—No me lo van a poner fácil —pensó con molestia, mientras observaba por la ventana el paisaje de luces pasar, y luego a la chica sentada en el otro extremo del asiento trasero, abrazada a su mochila, posiblemente las pocas pertenencias que había podido rescatar del lugar. Amanda parecía hacer un esfuerzo por no mirarle, su mirada vagando entre la ventana y la nada del coche, a simple vista uno podía pensar que estaba incluso tranquila para la situación que había vivido. Bueno, mal no lo estaba llevando, desde luego, lo que incrementaba su curiosidad por ella, pero decir que estaba tranquila era una exageración.

Andaba preguntándose qué tanto conocería ella del mundo oculto, el mundo de magia y criaturas de leyendas que se escondían de la vista de la gente normal, cuando el vehículo se detuvo frente al aparcamiento de la clínico. Anton estaba contactando por teléfono para que les abriesen la puerta al acceso subterráneo y así estar más ocultos, una medida de precaución extra en una noche especialmente peligrosa. Fue ahí cuando la muchacha retomó la palabra, con tono algo dudoso, amable pero sin la impetuosidad que había mostrado en su habitación. Estaba fuera de su terreno, en una situación peligrosa y que se le escapaba de las manos, y lo sabía ¿Temía que no la dejase marchar? ¿Que le hiciese algo? Chica lista, y un temor más que justificado a estas alturas. Lo cierto es que Ioan no quería dejarla marchar, había conseguido que captase su atención, y cuando el rubio se interesaba por algo no lo dejaba ir así como así…

—Claro, eres libre de marcharte —respondió el rubio, con tono casi amable. No se mostró demasiado amigable, eso hubiese sido extraño teniendo en cuenta la actitud que había tenido con ella hasta entonces, pero sí que le dedicó una muy leve sonrisa, un gesto cordial. Le hizo una señal con la mano para indicarle que podía salir, y esperó a que abriese la puerta… pero retomó la palabra tan pronto esta puso un pie fuera—. Aunque debo advertirte que esos tipos ya están registrando tu residencia, no tardaran mucho en identificarte… y les acompaña un poderoso hechicero.

Realmente no sabía si era un hechicero, un brujo, un demonio o cualquiera otra cosa, pero para el caso lo mismo le valía. Hablaba con un tono sereno, con un leve deje de advertencia pero que no trataba de sonar demasiado estricto. No quería sonar como una amenaza, solo como una amistosa advertencia de alguien que se preocupa por ella. Una falsa advertencia de palabras envenenadas dirigidas a alimentar el temor que la muchacha se afanaba en ocultar— A mi me localizaron en cuestión de minutos, y eso que extremo las medidas, en cuanto a ti… bueno, estoy seguro de que sabes lo que te haces, aunque no quisiera pensar en lo que te harán si te encuentran —Ioan dejó escapar un muy leve suspiro, como quien lamenta algo desafortunado, en lo que la verja del aparcamiento subterráneo se abría. El rubio le dedicó una muy leve y triste sonrisa, el rostro que aparentaba ser el tipo bueno pero malinterpretado que ella necesitaba ahora más que nunca para salir de esta—. Buena suerte, Amanda.

No es como si estuviera siendo llevada por la fuerza, sin embargo no dejaba de sentirse como si fuese zambullida por la fuerte atracción de un hoyo negro. Como si fuera la víctima de un secuestro sin serlo realmente en la práctica. Si él rubio le estaba concediendo total libertad para marcharse sin impedimento alguno, ¡¿por qué diablos estaba tan asustada?!

La pasividad en la voz del varón, así como su expresión facial tan despreocupada que inclusive parecía que había olvidado que tan solo unos minutos atrás su brazo estuvo bañado en sangre. Todo en torno a ese hombre la desconcertaba cada vez más, pues no alcanzaba a comprender ni un ápice de lo que él era en realidad. Y eso a la germana le ponía los nervios de punta.

Su respiración se aceleró de golpe cuando el rubio reafirmó la historia de persecución en la que ahora Amanda estaba envuelta. Él mismo no lucía demasiado preocupado por sus perseguidores, pero sin duda alguna estaba en plan de escape luego de haber sido herido por aquellos. Si como el hombre del parche había mencionado, aun con sus místicos poderes los cuales la oji-verde ya había podido presenciar, no había logrado perderlos y aun seguían tras su pista, ¿qué podía esperar hacer ella para evitar que la encontraran?

Por un instante clavó la mirada esmeralda en el rostro pálido del sujeto quien permanecía inmutable, sereno. Ni siquiera la herida en su hombro era capaz de hacerle cambiar de semblante. Repentinamente este ahora la miraba como quien mira a un cachorro atropellado al lado de la carretera, con lástima, como si previera el triste destino que le esperaba a la chica si proseguía con su plan de marcharse.

«¿Estaré haciendo bien?» Se preguntó la muchacha ingenuamente buscando un algo en la mirada azulina que le indicase que podía confiar en él, o que por el contrario, más le valía correr. Pero para su mala fortuna la incógnita que suponía ese hombre no hacía más que confundirla más y más al ser incapaz de leer algo conciso en él.

Nuevamente bajó la mirada, y sin querer estrujo entre sus dedos la mochila a la que aún se aferraba. La indecisión no se apoderaría de ella por mucho más tiempo. Un breve parpadeo y en su mente ese gran ojo amarillento suspendido sobre la nada volvía a aparecer en sus pensamientos, esta vez causándole una fuerte punzada como si alguien le encajará una enorme aguja en la sienes. Tuvo que apretar con fuerza los dientes para no soltar un grito de dolor, se encogió de hombros y con los dedos de la mano izquierda intentó poner presión en la zona afectada para aliviar la molestia. Sólo un leve quejido escapó de sus labios. Trastabillando un poco retrocedió un par de pasos antes de dejarse caer de sentón sobre sus piernas en el suelo.

¿Qué rayos había sido eso? ¿No solo era un recuerdo? ¿Por qué el dolor había sido tan real? Acaso eran… ellos.

Elevando la vista paulatinamente, Amanda buscó el rostro del hombre rubio nuevamente.

— Ayúdame —solicitó en un tono completamente diferente al usado en su habitación. Esta vez no era demandante sino suplicante, lastimosa. Como si estuviera a punto de soltarse a llorar—. No dejes que me hagan daño.

Debía verse en su mirada clara, un mar de emociones agitadas que aquella incertidumbre le ocasionaba. No tenía nadie a quien recurrir, no conocía a nadie, estaba completamente sola en Bucarest. Y aunque el rubio la inquietaba demasiado como para querer alejarse de él, parecía ser el único que verdaderamente comprendía la precaria situación en la que la germana se encontraba. El único en el que podía confiar.

— ¡Por favor!

 El miedo es un arma poderosa si se sabe usar, y un enemigo temible si se cae presa de él. La situación de Amanda era realmente precaria, Ioan no había mentido en nada de lo que le había dicho, sin embargo sus palabras representaban solo una posibilidad, pues los tipos que iban tras él bien podían no tener ningún interés en la chica. Sin embargo el rubio se aseguró de acomodar la realidad como mejor le convenía, y exponerla de modo que pudiese sacarle partido, enfatizando el peor resultado posible para la joven frente a él.

Cuando la vio derrumbarse con un leve quejido Ioan alzó una ceja, extrañado, pero pronto lo achacó al miedo y la enorme presión que Amanda debía sentir sobre sí en esos momentos. Una presión suficiente para aplacar su espíritu, ya que el tono con que le hablaba ahora no tenía nada que ver con el de antes. Ioan mentiría si dijese que no le había molestado un poco que se mostrase tan directiva con él en el cuarto, lo había pasado por alto porque le era útil pero no le gustaba cuando le daban ordenes. En contraste, verla ahora de rodillas en el suelo, con esa expresión de miedo y su tono suplicante, le producía una enorme satisfacción.

—El miedo le queda mejor a tu rostro, querida —pensó el rubio, mientras la observaba en silencio aún desde el interior del vehículo, disimulando una leve pero maliciosa sonrisa en la que su mirada devoraba la imagen de la muchacha indefensa ante él. Una parte de él se sintió tentada de darle la espalda para ver más de aquella desesperación en su mirada, sin embargo la curiosidad y la cautela le pudieron más. Esa chica tenía una serie de cualidades que le intrigaban y quería para sí mismo, no podía arriesgarse a perderla, por lo que se adelantó y bajó del vehículo para acercarse a ella.

Se plantó frente a ella e hincó una rodilla en el suelo para estar más cerca de su altura, aunque no tanto como para quedar frente a frente, prefería seguir mirándola desde arriba. Con un rostro serio pero solemne, posó su mano izquierda sobre su hombro en un agarre firme y decidido, un gesto de fuerza. Sus palabras, si bien carentes de calidez, tenían un tono solemne— No temas. A partir de hoy estas bajo la protección de Ioan Ghezzo… Mi protección.

Ioan le dio un suave apretón en el hombro, un gesto de seguridad, mientras le dedicaba una muy leve sonrisa, aunque el motivo que se escondía tras esta sonrisa no estaba tan claro— Siempre que hagas todo lo que te diga, claro… pero confío en que eso no será un problema —el rubio le prometió a la joven la protección que tanto necesitaba en ese momento, sin embargo el coste sería alto. En el contexto Amanda posiblemente no tenía ni idea de qué tan alto, ya que Ioan había construido la frase de forma vaga a propósito, pero tampoco es que le diese mucha más opción a la muchacha.

Luego de ponerse en pie incitó a la chica a seguirle, tirando levemente de su agarre, e indicándole que subiese al vehículo, dudando que fuese a desobedecer, aunque siguiéndola de cerca con la mirada, un ojo penetrante que se deleitaba con su nuevo juguete, su nuevo capricho… ¿Qué tan acertada había sido la decisión de Amanda de pedirle ayuda esa noche? Solo el tiempo diría, pero estaba claro que era una situación totalmente injusta, pues en esta noche a la joven le había tocado poner en juego su vida, y no tenía más que malas opciones ante si.

Verlo dirigirse hasta ella de aquella manera, con paso firme y gallardo, sumado a su gran estatura que ahora daba la impresión de ser aun más pronunciada dada la posición sobre el suelo que ocupaba la germana. En medio de la noche la palidez de su piel y el brillo de sus cabellos como hilos de oro… parecía una visión nocturna, cual si tratase de un guerrero nórdico que haciendo resonar sus fuertes pisadas sobre el concreto, se aproximó a la fémina quien como si fuera una niña asustada, buscaba un poco de protección suya en medio de la fría oscuridad que se cernía sobre ella.

«G-Ghezzo… Ioan Ghezzo» repitió mentalmente cuando escuchó al fin el nombre de “su salvador”. Le resultó difícil articular palabra alguna, estupefacta ante la avasalladora presencia de aquel hombre. Una ambigua impresión que se iba marcando en los sentidos de la muchacha, y ante la que poco o nada podía hacer.

El tacto pesado y firme de su mano puesta sobre el hombro frágil y delgado de Amanda, se sintió como una electrizante brisa helada que parecía recorrerle el cuerpo hasta la espina dorsal. No había rastro de calidez alguna, aun si sus palabras eran las que la chica esperaba escuchar. ¿Tal vez era parte de el hechizo que envolvía a ese misterioso hombre?... Cómo saberlo.

Intercambiando miradas con ese único ojo visible suyo, efectivamente, Amanda tuvo una sensación de estar sometida a la disposición del mayor. Un presentimiento que intentó ocultar así misma bajo la idea de que ahora estaba en un lugar seguro.

Un apenas audible— S-Sí  —fue la respuesta que dio a Ioan, dejándose llevar por el agarre del mayor hasta retomar el mismo lugar que antes había ocupado dentro del auto, aun lado del rubio.

El vehículo retomó la marcha sólo unos pocos metros más allá, internándose en lo que parecía un estacionamiento subterráneo donde fue a detener el movimiento cercano a una puerta de acero de doble hoja la cual se abrió casi en sincronía a la llegada de Ghezzo. Tras ella apareció un hombre vestido de blanco el cual haciendo una reverencia ante Ioan le cedió el paso al interior del cubículo, un ascensor, acotando que el doctor ya le esperaba para atenderlo en el lugar de siempre.

Ante el poco diálogo del rubio, Amanda solo hizo lo que su instinto le dictó, seguirlo de cerca. Incluso hasta  llegar al sitio donde el mencionado medico tenía listo todo un equipo quirúrgico para atender al que se suponía debía estar herido. La fémina por su parte creyó prudente esperar justo fuera de la puerta donde el doctor atendería a Ghezzo. Desde ahí podía darse alguna idea sobre lo que ellos conversaran, aunque ya podía anticipar que de escuchar muy de cerca terminaría arrepintiéndose de enterarse de cosas que no debía saber, pues solo terminarían por complicarle más la existencia.

La muchacha asintió y se dejó guiar obedientemente, ya sin muestras del ímpetu y carácter que había mostrado en su cuarto, una muerda de qué tanto podía cambiar una persona según sus circunstancias. Ioan sonrió satisfecho para si mismo mientras cerraba la puerta del coche y este se internaba en el aparcamiento subterráneo de la clínica. Quizá no todo hubiese salido tan mal esa noche.

Cuando se bajaron del vehículo ya les esperaba un hombre de mediana edad, calvo y con gafas, ataviado con una bata de médico. El hombre le hizo un saludo respetuoso y luego lo guió al interior de la instalación. Marcos tenía trato con ellos desde hacía un par de años, les ayudaba y a cambio se beneficiaba de su contacto con él, era un hombre de confianza para este tipo de situaciones.

Amanda lo siguió el silencio, aunque cuando llegaron a la sala se quedó esperando afuera en la puerta, y él no le insistió en que entrase. El doctor, diligente, le revisó la herida y le preguntó qué había pasado, mostrando cierta sorpresa por como se hacía cauterizado la herida— Un método poco ortodoxo, pero eficaz —murmuró mientras examinaba la zona. Ioan señaló con la cabeza hacia la puerta tras la que esperaba Amanda, y respondió en tono bajo para que ella no lo escuchase—. Ha sido ella, parece que tiene una serie de… habilidades interesantes.

Marcos asintió distraído mientras examinaba la zona, para luego proceder a limpiarla y cambiarle el vendaje. Al pareces estaba todo en orden, lo más importante era que mantuviese la zona limpia y cambiase el vendaje cada poco tiempo— Ella se encargara de eso —respondió el rubio, no que le hubiese consultado a ella para la tarea, pero se la adjudicó igualmente—. Asegúrese de no forzar la zona, cuanto menos use el brazo los próximos días mejor, necesita reposo.

Ioan asintió secamente a las instrucciones del doctor, y una vez terminado el vendaje este le tendió una camisa blanca, seguramente ropa de repuesto del trabajo. Ioan la tomó y se la puso, aunque la diferencia en complexión hacia que le quedase ajustada, pero era mejor que nada. Le indico que recibiría el pago como siempre, y salió de la sala haciéndole una señal a Amanda para que le siguiese.

Se montaron en el coche y salieron rumbo al casino. Ioan aprovechó para hacer una llamada de teléfono e informar que preparasen le habitación al lado de la suya, además de indicar que reforzasen la seguridad. Al colgar se volvió hacia Amanda— Te quedarás en el hotel del casino Midnight Palace, en la habitación contigua a la mía —informó, estudiando la reacción de la mujer con interés—. Aunque primero me gustaría saber algo, sobre aquello que hiciste en tu cuarto.

Se llevo una mano al hombro, para indicarle que se refería al modo en que hacía cerrado su herida. Aquel era el motivo principal de que la joven estuviese allí, aunque Ioan trató de traer el tema como algo secundario— Quiero saber qué tipo de cosas puedes hacer. Vi todos esos frascos en tu habitación, no eres una simple estudiante de medicina ¿Qué eres realmente?

Con paciencia o sin ella, Amanda esperó fuera del consultorio médico en la misma posición que había adoptado desde que había salido abruptamente de su pequeño apartamento, abrazada a la mochila que contenía sus bienes más preciados.

De pie, con la espalda apoyada contra la pared justo al lado del marco de la puerta donde apenas y se podía escuchar la conversación que se desarrollaba tras de ella, la chica rubia soltaba un suspiro de resignación. ¿Qué sería de ella de ahora en adelante? ¿En qué se había ido a meter? ¿Volvería a ver a sus hermanos? Todas esas y otras incógnitas más la acongojaban, aunque era demasiado pronto para ponerse triste. No era precisamente el sentimiento que la embargaba, era como si no hubiera tiempo para ello pues había algo en Ioan que lo hacía el protagonista principal de sus pensamientos. La germana no encontraba la manera de descifrar su verdadera personalidad, por ende, la incertidumbre de no saber qué podía esperar de él la carcomía.

Perdida en sus pensamientos y emociones tormentosas, el click del picaporte de la puerta al abrirse despertó a la muchacha alertando sus sentidos. En realidad no hubieron palabras, sólo una inclinación de la cabeza de Ioan para que Amanda le siguiera de regreso al vehículo para proseguir el camino al siguiente destino.

Ya adentro y tras algunas órdenes —que era al parecer una de las cosas que mejor sabía hacer—, continuó con Amanda señalando que pasaría la noche en un hotel. Por supuesto que la idea provocó un sobre salto en la muchacha quien no fue capaz de contener su asombro. Con ojos agrandados y los labios rosados entreabiertos, Amanda clavó la mirada en el rostro frío y severo de Ioan. El semblante de la fémina no cambió cuando escuchó la pregunta franca y directa del mayor. Ella desvió la mirada y se mantuvo callada al principio. En el momento de atender su herida había creído sinceramente que no volvería a ver a ese hombre, por lo que no tuvo reparos es usar sus conocimientos extra médicos para atenderlo. Pero ahora que la situación había dado un giro inesperado, no contaba que sus buenas acciones no pasarían desapercibidas al ojo escrúpuloso de Ioan Ghezzo. No tenía escapatoria, mentirle no serviría de nada. Se sentía de la misma manera que si estuviera desnuda frente a él, totalmente expuesta a sus ojos de manera que evadir una respuesta solo le acarrearía más dificultades, estaba segura de ello.

— Yo —que difícil era develar ese profundo secreto, aquel que le había costado la vida a tantos y tantos de los suyos. Pero estaba acorralada—. Compagino mis estudios con... con la alquimia —suspiró profundamente ante lo inevitablemente, sosteniendo con fuerza sus pocas pertenencias, siempre rehuyendo su intensa y pesada mirada azulina—. Soy una firme creyente de que la naturaleza es la más indicada para sanar a la naturaleza misma, sin necesidad de recurrir a elementos sintéticos con sus respectivas consecuencias.

Una explicación demasiado superflua que casi rayaba en lo burdo. Por supuesto, existían razones por mucho, más profundas para practicar el arte de la alquimia, pero hacércelas saber a Ioan eran prácticamente una sentencia de muerte. No había necesidad de entrar en detalles.

— Los frascos que viste y como ya lo debes suponer, son las mezclas "curativas" que he hecho por mí misma —una tímida mirada esmeralda se dirigió hacia el hombro ahora cubierto por una impecable camisa blanca—. Y compruebo con gran satisfacción, que son más funcionales que muchos procedimientos médicos actuales.

A menos que Ioan insistiera en el asunto, Amanda no ahondaría más en el tema esperando que aquella respuesta fuese suficiente para llenar su curiosidad.

Para su hasta entonces desaparecida suerte, la atención del rubio se desvió cuando llegaron a la siguiente parada dónde al detenerse el auto, un séquito de seguridad ya esperaba el arribo del magnate, recibiéndolo con un estricto protocolo. Un grupo de hombres y mujeres vestidos de negro y ocultando parcialmente su rostro con gafas oscuras, a pesar de encontrarse a mitad de la noche.

Al salir del auto, Amanda elevó el mentón para contemplar lo glamoroso de la fachada del edificio, revestido de luces neón con el nombre Midnight Palace Casino. A su alrededor, la vida transcurría de forma normal para el resto de las personas. Solo hasta entonces la fémina tuvo un respiro de toda aquella tensión que lo desconocido le había provocado. Aunque recordar que se le había indicado pasar la noche en una de las habitaciones del hotel de ese lugar, le regresó el aspecto sombrío a su rostro, pues aunque joven, era consciente de la clase de situaciones que se escondían detrás de un casino: dinero, cigarros, alcohol, drogas y sexo. Todos ellos temas ajenos a la austera vida que hasta entonces Amanda solo conocía.

Alquimia. Sabía de su existencia pero nunca había conocido a nadie que la ejerciese, era una extraña habilidad, lo que la convertía en algo aún más codiciado; especialmente tras ver lo efectiva que era. Amanda parecía satisfecha con sus habilidades, pero no ahondó más en el tema, no sabía si porque aún estaba a la defensiva con él o si porque sus habilidades se reducían a ungüentos curativos. El tiempo diría.

—Ciertamente, ha sido muy efectivo, tengo curiosidad por ver qué más puedes hacer con alquimia… como sin duda habrás notado yo también tengo ciertas cualidades, aunque nada parecido a lo tuyo. Tus habilidades deben ser muy buscadas —comentó, llevándose una mano al mentón con gesto distraído mientras se replanteaba todo el abanico de posibilidades que se extendía ante él si ponía a la joven a su servicio. No convenía presionarla demasiado, o corría el riesgo de que huyese antes de que pudiese tenerla totalmente bajo control, pero cuando una oportunidad como esta aparecía ante él no podía sino dejar volar su imaginación junto a sus ambiciones.

—Eso me recuerda… dame tu móvil —ordenó, con tono casual, mientras extendía una mano hacia ella. No le había visto usar ninguno pero era una chica joven, en estos días era imposible que no tuviese uno de esos, alquimista o no—. Si han registrado la residencia podrían haberse hecho con tu numero, existe riesgo de que te localicen con él. Si me aseguro de que estas fuera de peligro te lo devolveré —prometió, usando el tono más conciliador que pudo, pues imaginaba que no querría cederlo así como así. Lo cierto es que tenía más motivos, y más oscuros, para dejarla sin móvil, pero lo que decía no sonaba del todo descabellado por lo que esperaba que se lo diese sin rechistar, pero insistiría en ello más firmemente si era necesario.

Unos minutos más tarde llegaron finalmente al casino, una enorme edificación de muchas plantas, repleto de lunes de neón, música y el sonido de la gente en su interior, el rumor de una noche de apuestas y juegos que no acababa nunca. Sin embargo ellos no iban a entrar por la puerta principal, en su lugar fueron por el aparcamiento privado de la zona trasera, más discreto y ya bajo la vigilancia de su gente, hombres y mujeres uniformados de negros y atentos ante cualquier amenaza. Le saludaron formalmente cuando se bajó el vehículo, y le hizo una señal a Amanda para que le siguiese al interior del casino.

La zona privada del casino, reservada al personal, estaba aislada del sonido de la parte frontal, sin embargo los pasillos estaban ricamente decorados para dar una sensación de lujo por igual. Ioan se detuvo ante un ascensor, y tecleando un código se abrió la puerta. Un hombre se les acercó a paso ligero por el pasillo antes de que subiesen, y les acompañó en el recorrido hacia arriba. Se trataba del asistente con el que había hablado por teléfono.

Le informó que no habían visto nada más, no tenían pista de quien había sido el perpetrador del ataque pero ya habían recuperado el coche y el cuerpo del chófer para investigarlos. También le indicó que había preparado el cuarto junto al suyo, como habían indicado. Finalmente se pararon en la última planta del casino, una planta de habitaciones privadas a la que solo él podía acceder. Allí el asistente le tendió una tarjeta azul, pequeña, y Ioan se acercó a una de las habitaciones y la abrió usando la propia tarjeta a modo de llave en una moderna cerradura electrónica.

El interior del cuarto era enorme y estaba colmado de lujos. Una enorme alfombra roja, grandes ventanas con vistas a la ciudad repleta de las luces usuales de la vida nocturna, con grandes cortinas rojas. Los muebles eran de madera oscura, elegantes, había una enorme puerta corrediza a un lado con un gigantesco espejo en esta, y tras esta un armario empotrado, vacío ahora pero con suficiente espacio para almacenar lo que llevase la muchacha y mucho más. A un lado se encontraba la cama, era enorme, doble, de colchón firme y con mullidas almohadas, recubierta en suaves sabanas de seda. En el lado opuesto una puerta daba lugar a un baño espacioso, impoluto, con una amplia bañera y toda una selección de geles, champús y sales de baños en un estante adyacente. Realmente parecía el cuarto de un principe... o una princesa.

—Te quedarás aquí, por ahora —comentó, tendiéndole la tarjeta llave a Amanda para que la tomase—. Puedes acomodarte como gustes, si sucede cualquier cosa yo me encuentro en el cuarto de al lado, y el teléfono de la mesita conecta directamente con uno de mis asistentes si le das a la tecla roja. Si tienes hambre hay un minibar allí, toma lo que quieras, aunque haremos las comidas en el restaurante del hotel, te avisaré mañana en la mañana para eso —comentó, dando instrucciones mientras señalaba según le iba indicando. Finalmente le puso una mano sobre el hombro, al igual que hiciese antes, un gesto firme pero protector—. De momento ha sido una noche muy larga, será mejor que descanses.

Ioan sin duda era un hombre de experiencia, estaba segura que no podría ocultarle mucho tiempo la verdad si no asumía un papel de sumisión incondicional, si quería impedir que ese ojo celeste suyo continuara indagando en las profundidades de la fémina. No se trataba solamente de una muchacha atraída por el arte antiguo de la alquimia, ¡era una alquimista pura! Había "magia" en sus manos, tal como existía hechicería en las del rubio. Sólo que de un tipo diferente. Si Ioan llegaba a comprender ese hecho entonces estaba convencida que ya nunca podría escapar de él. Ahora que estaba en cierta forma bajo su poder, debía jugar su mejor papel para pasar desapercibida delante de sus ojos, para ser solamente una muchacha de dieciocho años aspirante a médico. Pero las emociones fuertes no parecían tener fin estando al lado de Ioan Ghezzo...

El corazón se  sobresaltó cuando el magnate le pidió su teléfono. Esa era una muy mala noticia pues aunque tenía pocos números de contacto, tenía el más importante, el número de su casa en Alemania con el cual se comunicaba con sus hermanos. ¡Diablos! Lo último que necesitaba era involucrar a su familia con ese hombre y después tenerlos de rehenes para terminar de aprisionar a Amanda. Parecía que los planes de actuación se venían abajo aun antes de comenzar.

Titubeó sólo un poco, pero si aquella actitud se prolongaba, seguramente Ghezzo vería en la rubia aquello que ella deseaba ocultar a toda costa.

— A-Ah... —intentaba encontrar una salida improvisada, rápida y efectiva para no tener que entregar algo tan privado como su teléfono. Pero con el hombre de casi dos metros, de pie frente a ella, sosteniendo la mano frente al rostro perfilado de la fémina, era difícil inventar una excusa.

Abriendo el cierre de una de las bolsas de la mochila, internó la mano derecha dos o tres veces.

— Por aquí debería estar —fingió mientras continuaba tentando—. Estoy segura de haberlo tomado cuando salí a toda prisa. No pude haberlo dejado —cuando no "encontró nada en las bolsas pequeños, ahora abrió el cierre del compartimento más grande— ¡Tal vez se me cayó en la carrera!

Su asombro era tan convincente como para burlar a la mayoría de quienes la vieran pero, ¿bastaría para engañar a Ioan?

— ¡Aquí esta! —"sonrió aliviada" sacando de entre sus pertenecías un modelo de celular bastante sencillo, por no decir rudimentario, el cual entregó al que lo solicitaba.

Al final no tuvo más opción que dárselo, era mejor ganarse su confianza que echárselo de enemigo tan pronto. Además, confiaba en que al ser un aparato tan viejo con tan pocas ventajas como las de los actuales, comenzando por el poco espacio de almacenamiento donde no se podía guardar un video de más de cuatrocientos megas. Tenía como cinco contactos guardados entre los de la universidad, la casa de residentes y el de su casa en Alemania.

Afortunadamente ninguno con apellidos o etiquetas demasiado evidentes como para que el rubio adivinase a quien pertenecían. Y en la galería de fotos solo tenía dos o tres fotos a distancia y mal pixeladas debido a la poca calidad de la cámara del teléfono. Ese era su única preocupación, que el magnate consiguiera descifrar los rostros de una de las fotografías donde sus hermanos aparecían.

Para fortuna o no, Ioan simplemente guardó el aparato en uno de sus bolsillos y siguió de largo con sus planes. No tenía —al menos en ese momento— intención alguna de indagar en contenido del teléfono. Amanda por su parte rogaba al cielo que no llegase el momento en que le entrará una llamada de casa y con ello poner en peligro a su familia. Intentaría recuperar el aparato lo antes posible, pero sin levantar sospechas.


Al llegar al Hotel Migdnight Palace, Amanda verdaderamente se encontró con un mundo que no conocía. Había imaginado prácticamente un lugar de mala muerte, pero en cambio aquel lugar parecía ciertamente un palacio exquisitamente decorado. Con amplios pasillos y puertas enormes. El tapiz, las lámparas, las mesas y demás muebles... todo, todo era tan lujoso y llamativo como para dejar a la rubia boquiabierta, deslumbrada por tan esplendido lugar al que había ido a parar. Sin mencionar la preciosa y gran habitación donde se le había indicado, debía pasar la noche. Honestamente más que nerviosa o preocupada, en esos momentos la fémina se encontraba realmente feliz. Ni siquiera se cuestionó si aquello sería al menos un chispazo de suerte en medio de sus desgracias, pues estaba demasiado emocionada.

— Señor Ghezzo... —llamó con prudencia al hombre antes de que este siguiera su camino. Cuando hubo captado su atención, prosiguió—. E-Es posible que la dueña de la residencia llame cuando se de cuenta que no he dormido en mi habitación —su mirada esmeralda pasaba de sobre Ioan hacia el lugar donde había guardado el celular—. Será muy extraño si escucha que un hombre responde —esperaba que el rubio captara lo que ella estaba intentado decir—. Y si decide no contestar o sencillamente apagarlo, seguramente se preocupara y dará parte a la policía...

Quedó mirando fijamente la expresión en el rostro níveo del magnate esperando cierta comprensión de su parte, y también esperando su teléfono de vuelta.

Una vez que el rubio decidió marcharse, además de disfrutar de todos lo beneficios y comodidades que le otorgaba esa lujosa habitación donde la amplia y mullida cama invitaba a dormir en ella profundamente y durante horas, Amanda no podía dejar de lado las sospechas que despertaba en ella, Ioan. Ella definitivamente no tendría en años, el dinero suficiente para pagar una sola noche en esa habitación. Entonces ¿por qué Ioan le había preparado un lugar tan lujoso?

La muchacha se recostó lentamente sobre la cama, acariciando la suavidad de aquellas sabanas de seda color marfil, delicadas y brillantes, hermosas. Descansado su cabeza de cabellos dorados entre las almohadas sobre las que quedó oculto parcialmente el rostro juvenil de la muchacha. Mentiría si dijera que no le gustaba la comodidad que ahora la rodeaba, y que deseaba no tener que dejar nunca. Todo dentro de aquellas paredes era por mucho, lo que había soñado Amanda alguna vez, mientras fantaseaba sumida en la carencia en la que había vivido desde su niñez. Pero todo debía tener un costo en la vida, ¿o no?. ¿Qué pasaría si ella simplemente cerraba los ojos, y se dejaba llevar por el cansancio que ya repercutía sobre sus párpados, sobre su cuerpo, después de los recientes acontecimientos? ¿Despertaría a su rutinaria vida llena de privaciones? ¿O por el contrario, se encontraría con un Ioan Ghezzo más que dispuesto a cobrar sus favores?

Ioan era un hombre de cuidado, y Amanda temía incluso que este pudiera leer sus pensamientos más profundos dentro de aquella habitación. Después de todo, ella ya se encontraba en sus dominios, su territorio y embrujo.

De esa forma su mente que divagaba, lentamente fue vencida por el cansancio hasta caer en el embrujo del tal vez, último placido sueño del que la fémina podría disfrutar en tiempo mucho.

Ioan sonrió con gesto más o menos amigable cuando la joven le pidió el móvil de vuelta por si llamaban desde la residencia, sin embargo no le concedió su deseo— No tienes que preocuparte por eso, yo me encargaré de todo. Te lo devolveré una vez sepamos que es seguro para ti, eso es lo más importante ahora —y con esa falsa muestra de preocupación la despachó a su cuarto para que descansase, sin móvil, sin más explicaciones y sin medio para dirigirse al exterior o siquiera para abandonar la planta sin su permiso; encerrada en una preciosa pero perfecta jaula para pájaros.

Una vez a solas se encaminó a su propio cuarto, seguido de su asistente— Averiguad todo lo que podáis de los que me atacaron y asaltaron la residencia, y contactad con lo Anthony para informarle de que les contactaremos otro día para una nueva cita… aunque no pierdas detalle de su reacción, no podemos descartar que hayan sido ellos —Ioan estaba bastante seguro de que el ataque estaba relacionado con la fuga de información, pero si había alguien más que tuviese una idea aproximada de su ruta ese día eran Anthony y los suyos. Habían quedado a las afueras para cerrar un trato relacionado con armas de contrabando, y aunque no le había comunicado la ruta que seguiría no había tantos caminos hacia el lugar de reunión desde su hotel.

—También quiero que investigues si alguien anda rastreando el móvil, sea por el medio que sea —añadió, tendiéndole el móvil al hombre, que lo tomó con cuidado para guardarlo en su bolsillo. Ioan alzó entonces un dedo, para puntualizar sus siguientes palabras—. Y averigua también todo lo que puedas sobre la chica, ya sea con su móvil o su residencia, quiero saber todo sobre ella ¿Entendido? —la muchacha se mostraba reservada y precavida con él hasta el momento, lo que mostraba que no tenía un pelo de tonta, pero eso no iba a detener a Ioan. Había captado su atención, y cuando él se interesaba por algo lo seguía hasta el final—. Avisad a la residencia en su nombre que se va a mudar, y mandad mañana alguien a por su cosas… si le queda alguna deuda con la residencia pagadles la estancia por el resto del curso, eso debería cerrarles la boca.

Dicho eso, Ioan sentía que ya tenía todo puesto en orden, al menos por ahora. Se sentía cansado, era un hombre fuerte y se le daba bien aparentar pero había sido un día muy duro, le habían disparado y perdido bastante sangre, y se había tenido que hacer cargo demasiadas cosas. Ahora que ya estaba todo dicho sentía que al fin podía descansar un poco— Avisadme si hay alguna novedad, por ahora creo que…

—Sobre eso, señor, si me permite… —el hombre al fin tomó la palabra. Había estado escuchando atentamente a Ioan todo el tiempo, pero ahora se notaba que llevaba desde el inicio esperando a decir algo, y por su cara no parecían buenas noticias. El rubio le hizo una señal para que hablase, y lo que dijo confirmó sus sospechas—. Es sobre Marcus, él…


Ioan se quedó de pie en mitad de la pequeña habitación. La puerta estaba abierta y fuera de esta se encontraba tanto su asistente como el hombre que había dejado a cargo de Marcus. Este último habló con voz baja y arrepentida— Lo lamento mucho señor, solo lo perdí de vista un segundo, creía que estaba inconsciente, pero... —Ioan alzó una mano mandándolo callar. Su ojo azul estaba clavado en el cuerpo de Marcus, aún amarrado a la silla, pero ahora totalmente pálido y con restos de sangre que brotaban de su boca. El muy desgraciado se había mordido la lengua y ahogado en su sangre antes de decirles nada. Ioan apretó los dientes, bullendo de ira apenas contenida— Aún no sé quienes están tras esto —gruñó entre dientes, en lo que volteaba y salía del cuarto, su expresión sombría y furibunda—… pero si guerra quieren, guerra tendrán.